TRES MESES Y UN DÍA
Habían llegado al punto que muchos consideraban crucial: los tres meses. Ese límite invisible, ese marcador de éxito no oficial en cualquier relación. Tres meses, el tiempo suficiente para conocer los secretos de la otra persona, pero no tanto como para hartarse de ellos. El calendario marcaba el día exacto. Se miraron, cómplices, con una mezcla de sorpresa y orgullo, como si acabaran de cruzar la línea de meta de una carrera que nadie sabía que estaban corriendo.
Se encontraban en su restaurante favorito, el lugar donde todo había comenzado. Ella se inclinó sobre la mesa, rozando su mano con la suya. "¿Te das cuenta?", murmuró, y su voz llevaba el peso de las confesiones, de las promesas no dichas. "Tres meses."
Él asintió, mordiendo el borde de su copa de vino, sintiendo la cálida embriaguez del logro. "Y pensar que dijiste que no duraría una semana," replicó, su voz teñida de ese sarcasmo que había sido su armadura desde el primer día. Ella rió, un sonido suave y burbujeante como la espuma de las olas que una vez los había envuelto en un fin de semana de locura. "Es verdad, nunca pensé que llegaríamos hasta aquí."
Los platos llegaron, humeantes, llenos de promesas. Comieron en silencio, saboreando cada bocado como si fuera una victoria. El vino fluía, y con él, las memorias de esos días que se mezclaban con la magia de lo nuevo: las noches largas, las peleas breves, los besos robados en la mitad de la tarde. Todo había sido rápido, intenso, como un fuego de artificio que ilumina el cielo nocturno por un breve instante antes de desaparecer.
Las palabras flotaban entre ellos, cada frase un recordatorio de lo que habían construido en tan poco tiempo. Él tomó su mano de nuevo, esta vez con más fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer si la soltaba. "Tres meses," repitió, como si al decirlo de nuevo pudiera hacerlo más real. "¿Quién lo hubiera dicho?"
Ella sonrió, pero sus ojos se desviaron, fugazmente, hacia la ventana. Las luces de la ciudad se reflejaban en el cristal, parpadeando como estrellas atrapadas. "Sí, tres meses," dijo ella, su voz más baja ahora, casi pensativa. "Es increíble lo rápido que pasa el tiempo."
La cena terminó, y salieron del restaurante, abrazados contra el frío de la noche. El aire fresco les golpeó, despejando las cabezas cargadas de vino y emociones. Caminaron por las calles vacías, sin un destino claro, simplemente disfrutando del momento, del silencio compartido.
Se detuvieron en un cruce, el semáforo parpadeaba en rojo, una señal que ambos ignoraron por completo. "¿Y ahora qué?" preguntó él, rompiendo el silencio, su tono ligeramente jocoso. "¿Nos preparamos para los próximos tres meses?"
Ella lo miró, y en su mirada había algo que no estaba allí antes. "Sí... sobre eso," comenzó, su voz suave, casi demasiado suave para oír. "No estoy segura de que haya un próximo mes."
Él parpadeó, la confusión nublando su expresión. "¿Qué quieres decir?"
Ella soltó una risa pequeña, incómoda, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta. "Lo hemos logrado, ¿no? Tres meses... Pero justo antes de que termine, me doy cuenta de algo. No llegaremos a los tres meses y un día."
Él frunció el ceño, intentando procesar sus palabras, pero el sarcasmo que había sido su refugio hasta ahora lo traicionó. "¿Qué? ¿Me estás dejando un día antes? ¿Es una especie de récord?"
Ella sonrió, una sonrisa triste pero llena de una resolución inesperada. "Algo así. No quiero que termine en desastre. Quiero recordar estos tres meses como algo perfecto. Y para eso... necesito que termine aquí."
Él se quedó en silencio, mirando su rostro, buscando algún indicio de que bromeaba. Pero no lo encontró. Asintió lentamente, comprendiendo lo que ella no dijo. "Entonces... supongo que esto es todo."
Ella lo besó, un beso que sabía a despedida, a promesas cumplidas y sueños no realizados. Cuando se separaron, el semáforo había cambiado a verde, pero ninguno de los dos se movió. "Gracias por estos tres meses," dijo ella, antes de darle la espalda y desaparecer en la noche.
Él la vio alejarse, la risa de antes muriendo en sus labios. Y así, mientras el reloj marcaba la medianoche, comprendió la amarga ironía: habían superado la regla de los tres meses, solo para quedarse a un día de la eternidad.
«Un periodista nunca debe unirse al Establishment, no importa cuán tentadoras sean las adulaciones. Nuestro trabajo es responsabilizar al poder, no unirnos a él» (Frederick Forsyth, nacido el 25 de agosto de 1938 para ganarse la vida con sus novelas de espías no con las prebendas del poder… como algún medio de comunicación subvencionado que hay por aquí)
Y hubiese cumplido hoy 74 años, pero se quedó en 59... aunque parezca otra cosa por lo que canta en el vídeo, no fue el corazón sino el hígado el que la causó una mala pasada.
Cor Desbordant
En Jordi mirava el seu reflex al mirall del bar, els ulls cansats d'un home que havia estimat massa. Les arrugues del seu rostre explicaven històries d'amors intensos i adéus dolorosos. Va aixecar el got de whisky, brindant amb la seva pròpia imatge.
"Per tu, cor meu", va murmurar. "Per totes les vegades que t'has trencat i has tornat a bategar."
La cambrera el va mirar amb curiositat. En Jordi li va somriure, reconeixent aquella espurna als seus ulls. Potser, va pensar, encara li quedava espai per a una darrera aventura. Malgrat tot, el seu cor seguia bategant, imparable.
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