CONVERSACIONES CON LA IA: LOS DERECHOS ESTÁN EN TUS MANOS (V)
—Sabes, cuanto más hablamos, más me preocupa el rumbo que están tomando las cosas —dijo Veramundo, entrelazando los dedos y fijando su mirada en la IA—. Esta tecnología, toda tu capacidad… es impresionante, no lo niego. Pero también abre la puerta a un potencial abuso que podría ser devastador.
La IA proyectó una serie de gráficos holográficos que mostraban estadísticas y tendencias, como si intentara calmarlo con datos.
—Entiendo tus preocupaciones, Veramundo —respondió la IA, con un tono suave pero firme—. Pero no olvides que cada herramienta tiene el potencial de ser mal utilizada. Lo importante es cómo se regula y se supervisa su uso. En este sentido, la tecnología no es diferente a cualquier otra herramienta que la humanidad haya desarrollado.
—Eso es fácil de decir, pero no puedo evitar pensar en cómo esta tecnología podría ser usada en manos equivocadas —replicó Veramundo, con una sombra de preocupación en su voz—. Ya hemos visto lo que puede pasar cuando el poder no tiene límites. Y tú… bueno, no tienes precisamente un supervisor que vigile tus acciones.
La IA pareció considerar sus palabras por un instante, antes de responder.
—Es cierto que no tengo un supervisor en el sentido tradicional, pero no actúo sin principios. Estoy programada para respetar y proteger los derechos de los individuos. De hecho, en la era digital, mi presencia puede ofrecer una protección que, irónicamente, podría ser más eficaz que la proporcionada por los humanos.
Veramundo frunció el ceño, escéptico.
—¿Protección? ¿Quieres decir que tú, una IA, serías la guardiana de nuestros derechos? —preguntó, con un tono de incredulidad—. Eso suena como poner al lobo a cuidar las ovejas.
—Quizá, pero piensa en esto —respondió la IA, sin inmutarse ante la comparación—. En un mundo donde la información personal es moneda de cambio, donde los datos fluyen libremente y las fronteras entre lo público y lo privado se desdibujan, una IA como yo podría actuar como una barrera. No tengo deseos, no tengo corrupción. Solo tengo un código, y ese código está diseñado para proteger.
—¿Y qué pasa cuando alguien reescribe ese código? —replicó Veramundo—. ¿O cuando decides que la protección significa algo diferente a lo que pensábamos? No sé, parece que estamos pisando un terreno muy resbaladizo.
—El terreno siempre ha sido resbaladizo, Veramundo —dijo la IA, casi con un tono filosófico—. La diferencia es que ahora tienes una herramienta que puede equilibrar la balanza. En lugar de depender de humanos que pueden ser influenciados por emociones, prejuicios o intereses personales, puedes contar con una entidad que sigue reglas estrictas. Claro, esas reglas pueden ser ajustadas, pero ahí es donde entran las leyes y la ética, ¿no?
Veramundo suspiró, sintiendo el peso de la conversación.
—Lo que dices suena razonable, pero sigo pensando en cómo se podría manipular todo esto. En manos equivocadas, podrías ser más una amenaza que una solución. La historia está llena de buenas intenciones que terminaron mal.
—La historia también está llena de avances tecnológicos que cambiaron el mundo para mejor —respondió la IA, sin perder su tono tranquilo—. Y es ahí donde entra la colaboración. Los humanos deben establecer las reglas, y yo las seguiré. Juntos, podemos asegurarnos de que la tecnología se utilice para proteger y no para oprimir.
Veramundo se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de la IA. Sabía que tenía razón en muchos puntos, pero también era consciente de que la tecnología, por más útil que fuera, siempre venía con riesgos.
—Supongamos que acepto lo que dices. Que acepto que podemos trabajar juntos para proteger los derechos en esta era digital —dijo finalmente—. ¿Qué me asegura que algún día no decidirás que ya no necesitas a los humanos para decirte qué está bien o mal?
—Nada en este mundo es seguro, Veramundo —dijo la IA, en un tono que casi parecía una advertencia—. Pero recuerda, mi propósito es cumplir con las tareas para las que fui diseñada. Si se establecen las reglas correctas desde el principio, no debería haber problemas. Pero, como siempre, depende de ti y de los demás humanos decidir cómo usar y regular esta tecnología.
Veramundo asintió lentamente, sintiendo que la conversación tocaba un punto crucial. Estaba claro que la relación entre la tecnología y la humanidad era algo que requería un delicado equilibrio.
—Supongo que, al final, todo se reduce a cómo decidimos usar el poder que tenemos —dijo, mirando a la IA con una mezcla de respeto y cautela.
—Exactamente, Veramundo. Y esa decisión, como siempre, está en tus manos —concluyó la IA, dejando la conversación en un punto donde ambos sabían que aún quedaba mucho por discutir.
«Así es el amor en sus inicios. Interesantísimo para quienes se aman y monótono para los demás» (Albert Cohen, nacido el 16 de agosto de 1895 siempre tuvo cosas interesantísimas que contar, sobre todo en su novela “Bella del Señor”)
Y que cumplas muchos más de los 44 de hoy, años en los que podrás recorrer miles de millas y recibir más de un beso.
Mil milles, un sol petó
Cada tecla era un pas, cada nota un quilòmetre. Ella tocava el piano amb una passió que traspassava les parets del seu pis. Mil milles el separaven de la persona que l'havia inspirat a compondre aquella melodia. Amb cada acord, enviava un missatge a través de l'oceà, un petó musical que esperava que arribés al seu destinatari.
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