METÁFORA DE LA ACTUALIDAD
En la penumbra del anochecer, el caserón desmoronado se alzaba como un monumento a la decadencia. Sus paredes, una vez majestuosas, ahora estaban cubiertas de grietas y moho, testigos mudos de una gloria perdida. La hierba crecida y los arbustos descontrolados se habían adueñado del jardín, transformándolo en una selva salvaje que parecía devorar lentamente todo a su paso. Las ventanas, algunas rotas y otras cubiertas de polvo, dejaban entrever sombras y destellos de lo que había sido una vida de lujos y excesos.
Dentro, el ambiente era espeso y pesado, cargado de un olor a humedad y abandono. Los viejos muebles, cubiertos de telarañas y polvo, daban la sensación de haber sido abandonados en una huida precipitada. En la sala principal, una mesa larga, desportillada y coja, aún sostenía copas de cristal opaco y restos de una cena olvidada. Las cortinas, rasgadas y sucias, se movían lentamente con la brisa nocturna, susurrando historias de fiestas opulentas y risas ahogadas por el tiempo.
Los pocos que aún deambulaban por el caserón lo hacían con una mezcla de nostalgia y desesperación, aferrándose a los últimos vestigios de una fortuna malgastada. Sus rostros eran máscaras de fatiga y resignación, ojos que miraban sin ver, perdidos en recuerdos de un pasado que no volvería. Cada rincón, cada objeto, parecía resonar con un lamento silencioso, un eco de promesas rotas y sueños desvanecidos.
El caserón, antaño símbolo de prosperidad, ahora era una trampa, un lugar donde las almas se aferraban al poco que quedaba, chupando del bote de una riqueza extinguida. En medio de ese escenario de desolación y ruina, la vida continuaba, marchita pero obstinada, resistiéndose a desaparecer por completo.
«Antes de que el Hombre viaje a las estrellas, debería aprender a vivir en la Tierra» (Clifford D. Simak, nacido el 4 de agosto de 1904 para darnos un consejo: si le hubiésemos hecho caso en Houston no habría habido problemas)
Hoy hubiese cumplido 98 años (él, no ella que es más joven) pero se quedó en 97 y tuvo la mala suerte de coincidir en su carrera musical con "La Voz"
Et tinc sota la meva pell
La Maria es mirava al mirall cada matí, buscant aquell petit senyal. Feia anys que en Jordi l'havia deixada, però el seu record persistia, com una espina clavada sota la pell. Provava de treure-se'l del cap, però era inútil. Un dia, mentre prenia un cafè, va veure un home que s'assemblava a en Jordi. El cor li va fer un salt. S'hi va apropar, tremolant. Quan ell es va girar, no era en Jordi. La Maria va somriure, alleugerida. Per fi, s'adonava que podia viure sense aquella obsessió. El record s'esvaïa, com una ferida que finalment cicatritza.
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