PAN Y CIRCO: EL JUDICIAL
En el pintoresco país de Follicandia, la vida cotidiana transcurría con la calma de un domingo perpetuo. Sin embargo, bajo la superficie de esta serenidad bucólica, se urdía un plan maquiavélico: eliminar al político más molesto que jamás haya pisado sus tierras, el diputado Radamés de la Honradez.
Radamés, conocido por su insistente lucha contra la corrupción, se había convertido en un grano insoportable en las posaderas del poder. Su último discurso, titulado "Transparencia o Barbarie", había provocado un torbellino en el círculo de los intocables. Así, en una sala oscura y llena de humo, los poderosos decidieron: Radamés debía desaparecer.
El primer engranaje en moverse fue el sistema judicial. El juez Valdemar, cuya imparcialidad era famosa solo entre sus amigos más cercanos, recibió una carpeta marcada con un gran sello rojo: "URGENTE". Sin molestarse en leer los detalles, firmó una orden de arresto basada en cargos tan variados como improbables: desde malversación de fondos hasta posesión ilícita de un unicornio albino. "Que la justicia prevalezca", murmuró, aguantando una risita.
La policía, a continuación, se puso en marcha con una eficiencia que jamás se había visto. El comisario Torquemada, famoso por no distinguir entre una bicicleta robada y un caso de asesinato, lideró el operativo. Tres helicópteros, dos tanques y un escuadrón de perros amaestrados irrumpieron en la casa de Radamés a las tres de la mañana. La operación fue tan discreta que hasta los grillos quedaron en silencio, asombrados por el despliegue.
Mientras tanto, los medios de comunicación comenzaron su propia danza. Los noticieros interrumpieron la programación habitual para anunciar, con música de fondo de películas de espionaje, la "captura del siglo". El presentador estrella, Flavio Amanerado, describía con gran dramatismo cómo Radamés había sido arrestado "después de una persecución implacable y una feroz resistencia", cuando en realidad había salido en pijama y con una taza de té en la mano. "El fin de una era de terror", concluía Flavio, tratando de no atragantarse de risa.
Las redes sociales no se quedaron atrás. Los bots del gobierno inundaron Twitter con hashtags como #JusticiaDivina y #RadamésGate. Un ejército de trolls celebraba la caída del "enemigo del pueblo", mientras los pocos defensores de Radamés eran rápidamente silenciados con memes y gifs.
En el juzgado, el juicio fue un espectáculo circense. Testigos anónimos y pruebas fabricadas por el mejor taller de Photoshop de la ciudad desfilaron ante el tribunal. El abogado defensor, un novato al que le habían prometido un ascenso en caso de perder, balbuceaba incoherencias mientras el juez Valdemar asentía con gravedad fingida. La sentencia era inevitable: culpable de todos los cargos, incluyendo la conspiración para transformar a los gatitos en armas de destrucción masiva.
Radamés fue enviado a una prisión de máxima seguridad, donde pasó sus días jugando al ajedrez con los guardias y organizando torneos de poesía entre los reclusos. La maquinaria del poder había triunfado, pero en la cárcel, Radamés seguía siendo un héroe, riéndose de la absurda y desproporcionada vendetta que lo había puesto allí.
En Follicandia, la vida volvió a su calma de domingo perpetuo. Pero, en las sombras, los murmullos sobre la próxima elección comenzaban a crecer, y con ellos, la certeza de que otro Radamés surgiría, tan molesto y tan invencible como el anterior.
«Cuando mueres, ya no sabes que has muerto. El problema está en los demás. Lo mismo sucede cuando eres imbécil» (Witold Gombrowicz, nacido el 4 de agosto de 1904 para ser nominado al premio Nobel de literatura en cuatro ocasiones consecutivas de los años 1966 a 1969 en que lo nominaron en el más allá. Y él no lo sabía)
Y que cumplas muchos más de los 35 de hoy siendo tan dulce como lo eres.
No puc evitar-me
La Maria mirava en Pau des de l'altra banda del carrer. Cada dia el veia passar, amb el seu somriure encisador i aquella mirada que la feia tremolar. No podia evitar-ho, era com un iman que l'atreia sense remei.
Un dia, finalment, va reunir el coratge per apropar-s'hi. Amb les cames tremoloses, va creuar el carrer. En Pau la va veure i els seus ulls es van il·luminar.
"Hola", va dir ella amb veu tremolosa.
"Hola", va respondre ell, "Fa temps que t'espero".
La Maria va somriure. Potser ell tampoc no podia evitar-ho.
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