UNA VIDA DE REBAJAS
En un futuro no tan lejano, en una sociedad donde la monotonía había alcanzado nuevas y fascinantes cumbres de tedio, se encontraba Agapito López, un hombre cuya mediocridad era tan profunda que resultaba casi admirable. Su cabello ralo, de un castaño aburrido, se mantenía fielmente peinado hacia un lado, como si cada mañana librara una batalla contra la gravedad para seguir una rutina que, al igual que él, carecía de brillo. Su esposa, Encarnación, era su reflejo en femenino: anodina, sin imaginación y sin ninguna aspiración más allá de mantener su puesto en la oficina de correos.
Agapito y Encarnación eran funcionarios en el mismo departamento, trabajando el turno de noche en una época en la que el romanticismo de las cartas se había desvanecido, y todo se reducía a asegurarse de que los correos electrónicos llegaran al distrito postal correcto. Antes, se entretenían imaginando las historias detrás de las cartas que cruzaban sus manos; ahora, sus vidas eran un triste ballet de códigos postales y teclados que repiqueteaban sin alma.
La rutina les ofrecía una comodidad asfixiante, pero a Agapito le pesaba como una losa. Tenía un único sueño, un anhelo casi obsceno en su simplicidad: cambiar su gris existencia por una vida de fama, dinero y excesos, el tipo de vida que, paradójicamente, solo los vacuos y banales personajes de la televisión podían disfrutar. Durante años, ahorró con la esperanza de comprar una de esas vidas, como quien guarda céntimo a céntimo para un capricho infantil.
Los días pasaban con la lentitud de una tortuga geriátrica, hasta que un día, Agapito vio algo que le hizo palpitar el corazón con una intensidad desconocida para él: una de esas vidas glamorosas, de rebajas. El destino, en su macabra ironía, le ofrecía una oportunidad. Sin una sola palabra de explicación, dejó a Encarnación, cuyo nombre por primera vez le pareció profético, y se lanzó a la nueva vida con la desesperación de un náufrago.
Su transformación fue instantánea y espectacular. De la noche a la mañana, Agapito se encontró en una fiesta esplendorosa, rodeado de mujeres tan bellas que parecían haber sido esculpidas por los dioses en un día particularmente inspirado. El bullicio de la música, las risas estridentes, las luces intermitentes, todo conspiraba para crear una atmósfera de frívola euforia. Se llevó a la cama a dos de las mejores del lote, como si fueran trofeos en un juego al que acababa de ser invitado.
Una de ellas, con una mirada que destilaba una mezcla de aburrimiento y picardía, le ofreció un polvo blanco. "Es el pase directo al paraíso", le susurró al oído, su voz cargada de un sarcasmo que a Agapito le pasó desapercibido en su embriaguez de nuevo rico. Esnifó con la torpeza de un novato y, en un abrir y cerrar de ojos, su vida, la nueva y la antigua, se esfumó. Una sobredosis puso fin a su sueño, dejándole un cadáver ridículamente pomposo en medio de la bacanal.
La noticia de su muerte fue una mueca amarga en el rostro de la realidad, un recordatorio de que los sueños baratos vienen con un precio caro. Encarnación, por su parte, continuó su existencia sin cambios, extrañamente aliviada por la ausencia de Agapito, como si el vacío que él había dejado fuera más fácil de soportar que su presencia. Y así, en el mundo anodino y gris de los correos nocturnos, la vida siguió su curso, indiferente y monótona, como siempre había sido y siempre sería.
«Las cosas vuelven al lugar de donde salieron» (Rómulo Gallego dijo esa frase entre el 2 de agosto de 1884 y el 5 de abril de 1969 y él salió y volvió al mismo sitio)
Y como hoy no ha habido nadie que tuviese el honor de ocupar esta sección, he creado la canción Hallstorm Freakout y suena como se escucha en el vídeo.
Tempesta
La tempesta s'abatia sobre la ciutat amb una força descomunal. Els trossos de gel colpejaven el terra com si el cel mateix es trencara en mil bocins. Els trons cridaven sense pietat, creant una sinfonia de caos. Les ombres ballaven al ritme dels llamps, estranyes i hipnòtiques, mentre la gent, presa per un èxtasi surrealista, es movia al compàs de la tempesta.
Entre els estralls, una melodia desconeguda emergia, un jazz frenètic que es fusionava amb el rock més visceral. Les sirenes aullaven, però ningú escoltava. Cada batec del cor era una explosió de vida, un moment etern enmig del desordre. Descalços, trobaven ritme en el caos, deixant-se portar per la tempesta de granís que els guiava cap a una realitat alterada.
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