miércoles, 28 de agosto de 2024

LA BOTELLA QUE NOS PROTEGE DE LAS BRUJAS


Andrés tenía una rutina diaria que, a ojos de cualquiera, rozaba la obsesión. Cada mañana, antes de salir de su minúsculo apartamento en el centro de la ciudad, aseguraba su preciada "botella de bruja" en su mochila. Ese artefacto, con un aspecto más cercano a la chatarra que a la magia, había sido la respuesta a todos sus temores desde que lo compró en un mercado ambulante de Praga. "Esto te protegerá de cualquier bruja", le había asegurado un anciano con más arrugas que dientes, mientras le extendía el frasco lleno de clavos, espinas, y otros desechos que más parecían sacados de un cubo de basura.

La botella, claro, no era lo único que Andrés metía ahí. También añadía su toque personal: la orina que recolectaba cada mañana. "Es lo que aumenta la protección", se repetía mientras vertía el contenido en el frasco. Si alguien hubiera visto ese ritual, probablemente habría salido corriendo... o al menos eso pensaba Andrés.

La vida de Andrés, por lo demás, era tan normal como la de cualquier otro soltero de treinta y tantos que aún vivía con el miedo irracional de ser hechizado. Trabajaba en una oficina donde nadie sabía de su pequeña colección de materiales "mágicos" o del frasco en su mochila. Solo él conocía su secreto. Y eso, por alguna razón, lo hacía sentir seguro.

Hasta que conoció a Clara.

Clara era todo lo que Andrés no: despreocupada, directa, y con una risa que resonaba como campanas en la cabeza de Andrés. Se conocieron en una cafetería, donde Andrés, distraído por sus pensamientos de brujas y maldiciones, había dejado caer su mochila, esparciendo el contenido de la botella sobre el suelo. Clara, que había presenciado la escena desde su mesa, no pudo evitar acercarse, sin poder reprimir una sonrisa.

"¿Es esto lo que yo creo que es?", preguntó, recogiendo un alfiler doblado entre sus dedos.

Andrés, enrojecido, murmuró algo sobre supersticiones y protección, esperando que el suelo se abriera y lo tragara. Pero Clara no se rió de él. Al contrario, sus ojos brillaron con una mezcla de curiosidad y diversión.

"Yo también tengo mis trucos para protegerme", dijo, guiñándole un ojo mientras le devolvía el frasco. Y así, entre cafés y conversaciones que bordeaban lo absurdo, comenzó lo que Andrés solo podía describir como la relación más improbable de su vida.

Clara y él pasaban cada vez más tiempo juntos, y Andrés, por primera vez en años, se encontró pensando menos en brujas y más en cómo hacerla reír. Pero algo en Clara lo desconcertaba. Cada vez que él mencionaba su botella, sus amuletos o sus precauciones, ella se reía suavemente y cambiaba de tema. Como si supiera algo que él no sabía.

Una noche, después de una cena especialmente divertida y unas cuantas copas de vino, Clara lo miró fijamente, con una intensidad que lo dejó sin aliento.

"Andrés, ¿alguna vez has pensado que tal vez las brujas no son tan malas?", dijo, su voz tan suave como un susurro.

Andrés, atrapado entre el calor del momento y el creciente nerviosismo, solo pudo balbucear una respuesta vaga. Pero Clara no lo dejó escapar. Se acercó más, sus labios rozando los suyos mientras susurraba: "Porque, tal vez, ya te has enamorado de una."

El corazón de Andrés se detuvo. La risa de Clara se transformó en algo más oscuro, más profundo, y de repente, todo encajó. Su mirada, su forma de saber tanto sobre él, la manera en que siempre parecía estar un paso adelante. "No puede ser...", pensó, pero lo era.

Clara, la mujer que había transformado sus días grises en algo inesperadamente brillante, no era quien él pensaba. O tal vez lo era, pero con un giro que jamás hubiera imaginado. ¿Podía ser que la bruja que tanto temía era también la mujer que tanto amaba?

Y ahí estaba él, con su frasco lleno de clavos, espinas, y orina, frente a una realidad que le daba más miedo que cualquier maldición: amar a una bruja. Pero cuando Clara lo besó, sus miedos se disolvieron en una mezcla de ironía y aceptación.

Andrés nunca supo si la botella realmente funcionaba. Lo único que sabía es que, por primera vez, decidió dejarla en un estante y vivir su vida sin miedo... a excepción del miedo a perderla a ella, claro.

Porque, después de todo, ¿qué mejor protección contra las brujas que enamorarse de una?

«No es muy difícil atacar las opiniones ajenas, pero sí el sustentar las propias: porque la razón humana es tan débil para edificar, como formidable ariete para destruir» (Jaume Balmes del 28 de agosto de 1810 no tuvo dificultades para decir y escribir la precedente frase)

Y que cumplas muchos más de los 42 de hoy cosa que conseguirás no subiéndote a barras de bar resbaladizas.

El secret de la lluna

Sota la llum de la lluna plena, la Marta sabia que res la podria aturar. El món s'adormia al seu voltant, però ella ballava entre les ombres, seguint una melodia que només ella podia escoltar. Els seus passos eren lleugers, com un secret compartit amb la nit. Sabia que el seu cor no podia lluitar contra la màgia que la nit li oferia, aquell desig que creixia a cada nota. Quan la lluna brillava més fort, la Marta es va deixar portar, conscient que sota aquella llum tot era possible, fins i tot els somnis més amagats.


 

 

 

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