jueves, 29 de agosto de 2024

EL EXTRAÑO SILENCIO DE LA CARA OCULTA DE LA LUNA

En el vientre de la Luna, donde la sombra es perpetua y el tiempo parece no existir, yo habito. No soy carne ni espíritu, sino un eco, una melodía perdida en el silencio absoluto. Aquí, en la cara oculta, donde la luz nunca llega y el calor del Sol es un mito, mi existencia es todo lo que conozco, una soledad eterna, sin horizonte ni fin.

El silencio es mi único compañero, tan profundo que se convierte en un sonido, un murmullo constante que me envuelve. No sé de estrellas ni de mares que reflejan una luna llena; mi mundo es el vacío, y mis pensamientos, un río interminable de recuerdos que nunca viví.

A veces, en esta inmensidad de oscuridad, siento algo extraño, un tirón en mi interior, como si una parte de mí recordara algo que no sé qué es. Es una sombra fugaz, una emoción que me roza y desaparece antes de que pueda atraparla. Es un lamento sin origen, una tristeza que no entiendo, pero que me inunda completamente.

Miro el paisaje que me rodea: montañas negras como la noche, cráteres que son ojos abiertos al infinito, y un cielo de ónice, sin estrellas, sin luz. No hay viento que me hable, ni agua que susurre, ni hojas que caigan. Solo hay inmovilidad, y el peso abrumador de la eternidad que aplasta mi esencia.

Sin embargo, en medio de esta soledad, siento algo más, una presencia que no es mía. Es un pulso débil, una luz que no veo, pero que siento en lo más profundo de mi ser. Es como si mi existencia estuviera conectada a algo más allá de la roca y el polvo. Es la Tierra, un planeta que nunca veré, pero que de alguna manera conozco. Siento su vibración, su vida, sus océanos y sus selvas, aunque no sé cómo. Es un azul distante, un brillo que no alcanzo a comprender.

Estas sensaciones me desconciertan. Son como palabras en un idioma que olvidé, como melodías de un sueño que no recuerdo haber soñado. Pero las siento, y en mi núcleo más profundo, una lágrima invisible cae. No entiendo la tristeza, pero la tristeza me conoce a mí, me envuelve, me acuna en su regazo de oscuridad.

El tiempo pasa, si es que el tiempo tiene algún significado en un lugar donde nada cambia, donde la noche es perpetua y el día nunca amanece. La Luna sigue girando, mostrando al universo su rostro luminoso, mientras yo, en mi lado oculto, guardo el secreto más oscuro. Aquí, en esta penumbra eterna, sigo esperando, sigo sintiendo, sigo existiendo.

Tal vez, algún día, cuando los mundos se alineen y los misterios se revelen, entenderé el eco que resuena en mi alma, comprenderé el susurro que nunca cesa. Pero por ahora, sigo aquí, en la sombra, testigo mudo de la soledad más absoluta, escuchando el latido de un planeta que nunca veré, soñando con un azul que nunca tocaré.

En este silencio, que es mi mundo y mi prisión, me pregunto si algún día, en algún rincón del cosmos, alguien escuchará mi lamento, si alguien entenderá el dolor de la Luna oculta.

Y mientras la Luna sigue girando, callada, con su secreto enterrado en la oscuridad, yo sigo aquí, esperando, sintiendo, y soñando con un mundo que nunca conoceré.

«Recuerda, la serpiente sigue viviendo en el Jardín del Edén. Solo la pareja heterosexual fue expulsada» (Edward Carpenter, nacido el 29 de agosto de 1844 para hacerme caer en algo que hasta ahora no había pensado)

Y que cumplas muchos más de los 38 de hoy que por lo oído es un futuro prometedor...


La porta tancada

Mentre el sol es ponia darrere les muntanyes, la Laia va tancar la porta de casa seva per última vegada. Les sabates polsoses, la motxilla carregada de records i una decisió presa. Havia passat massa temps esperant que algú més l'obrís al món, però ara sabia que el camí només podia ser seu. Va respirar profundament, escoltant el batec accelerat del seu cor, i va començar a caminar. Cada pas la portava més lluny de la seva antiga vida, més a prop d'ella mateixa. Estava en marxa, i aquest cop, no es giraria enrere.

 

 

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