CALCETINES DESPAREJADOS
Elsa se ajustaba el calcetín rojo en el pie izquierdo, mirando de reojo el calcetín azul del derecho. La lógica despreciaba esa decisión, pero el miedo la abrazaba como si fuera la única verdad.
—Todo está conectado —murmuró para sí misma, aunque sabía que la única conexión entre sus calcetines era la lavadora, que los había separado como quien juega a romper vínculos.
Desde el otro lado de la sala, su manager la observaba con esa mezcla de incredulidad y resignación que se reserva para los casos perdidos. Años trabajando con actrices lo habían dotado de una paciencia cercana a la santidad. Pero hasta los santos tienen límites.
—¿En serio, calcetines desparejados otra vez? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿No crees que ya es hora de dejar esa tontería? Es viernes 13, Elsa, no empeores las cosas.
Ella soltó una risa corta, la típica que no busca compañía.
—Cada vez que uso los pares correctos, todo sale mal. Calcetines del mismo color, y bum, desastre. Así que, desparejados van. Hoy es viernes 13. No quiero tentar al destino.
Su manager suspiró, largo y profundo, como quien intenta apagar un fuego con un vaso de agua. Sabía que pelear con supersticiones era como discutir con el viento: una pérdida de tiempo.
—Claro, porque el color de tus calcetines va a cambiar la alineación de los planetas —dijo, en un tono tan ácido como para corroer el aire a su alrededor.
Entraron a la sala de audiciones, y el ambiente estaba cargado. El aire se sentía pesado, casi pegajoso, como si las expectativas colgaran de cada molécula. El director la miró, su rostro duro, afilado como una hoja que ha visto mejores tiempos.
—¿Lista? —preguntó, con una voz que parecía más una advertencia que una pregunta.
Elsa sonrió. Y en ese preciso momento, sintió un cosquilleo en los dedos de los pies. Los calcetines, esos calcetines desparejados, estaban ahí, como una barrera ridícula entre ella y el abismo del fracaso. Se lanzó al papel con todo lo que tenía. Las palabras fluyeron de su boca, precisas, afiladas, como un cuchillo cortando la atmósfera tensa de la sala. Cada gesto, cada mirada, era una coreografía perfecta.
Cuando salió de la audición, su manager la esperaba con los brazos cruzados.
—¿Qué tal te fue? —preguntó, sin mucho interés.
Elsa se encogió de hombros.
—Lo hice. Los calcetines funcionaron.
Él soltó una carcajada amarga, de esas que suenan más a derrota que a diversión.
—Claro, porque fueron los calcetines, no tú, ni tus años de preparación, los que hicieron todo el trabajo.
—¿Quién necesita lógica en un viernes 13 cuando tienes calcetines mágicos? —respondió ella, sonriendo.
«El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente» (Niccolò Franco, nacido el 13 de setiembre de 1515 para dejarnos claro que tener poder es cosa de corruptos. Así que es mejor solo tener poder sobre la decisión de un@ mism@ de no tener poder)
Y que cumplas muchos más de los 59 de hoy y dale recuerdos a tu papi que a mi me gusta mucho...
El Mur invisible
Cada dia camina pels carrers de sempre, esperant trobar un rastre, un indici d'aquell futur que havia imaginat. Ella, com una ombra lluminosa, apareixia a la seva ment amb cada pas, com si el seu somriure fos l'únic que pogués salvar-lo d'ell mateix. Però avui, sota el cel gris, es va adonar que potser mai no hi havia hagut un mur a enderrocar. Potser l'única cosa que li faltava era la certesa que el que buscava sempre havia estat allà: just darrere seu, esperant que ell es girés.
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