LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL AL RESCATE DE LA POLÍTICA
Dicen que la política está podrida. No es novedad. Lo interesante es que ahora, algunos creen que una máquina podría salvarnos. Una IA, neutral, sin corazón, sin ambiciones ocultas... ¿No sería perfecto? Porque claro, las máquinas no se corrompen, ¿verdad?
Juan, un electricista desempleado desde que los robots comenzaron a hacer su trabajo más rápido y más barato, observa la pantalla de su televisor barato. En las noticias, un presentador habla sobre la última encuesta: el 65% de la población apoya que la inteligencia artificial tome el control de las decisiones políticas. Menos corrupción, dicen. Menos gritos, menos mentiras, dicen.
Juan resopla. "Claro, porque los algoritmos saben lo que es no llegar a fin de mes", murmura, mientras su perro, Max, lame un hueso que ha estado mordiendo desde hace días. Él también está cansado de lo que pasa, pero no por eso se siente más tranquilo con la idea de que una máquina tome el control de su vida.
En el barrio, las opiniones están divididas. Marta, la vecina del quinto, le dijo la otra noche mientras fumaban en el balcón que a ella le parecía bien. "Mira, peor que los políticos no lo pueden hacer", dijo, tirando la colilla al suelo como quien lanza una bomba lógica. "¿A ti te importa si quien decide qué hacer con los impuestos es un humano o una máquina? Mientras no nos jodan más de lo que ya estamos..."
Juan no respondió, pero no podía dejar de pensar en el tono de resignación en la voz de Marta. ¿Era eso lo que querían? ¿Resignarse a que la única opción viable era que una máquina, creada por alguien con más dinero del que cualquiera en ese barrio jamás verá, decidiera cómo vivir?
"Tal vez sí", pensó, rascándose la barba descuidada. Porque, al fin y al cabo, los políticos no parecen ni remotamente interesados en escuchar. No es que antes fueran perfectos, pero últimamente… todo es un grito, una pelea, una excusa para justificar lo injustificable. Y ahora resulta que algunos piensan que una máquina podría hacerlo mejor.
En el fondo, la idea no era tan descabellada. En Gaza, una IA ya había decidido a quién bombardear, y mira, la guerra sigue. Entonces, ¿qué podría salir mal aquí, en la política local, si dejábamos que un software decidiera dónde construir las nuevas escuelas o si el presupuesto para la sanidad debía aumentar? Es solo lógica, después de todo. Pero, ¿qué pasa con la vida que no cabe en un algoritmo?
Mientras reflexionaba, Juan escuchó el bullicio que venía del bar de la esquina. Sonaba como si estuvieran celebrando algo. Alguien gritó que la máquina había sugerido implementar un "sistema equitativo de impuestos". Y claro, los que ganaban menos estarían felices. Pero Juan solo sintió un vacío en el estómago, una sensación de que todo esto no era más que un espejismo.
El perro ladró, sacándolo de sus pensamientos, y Juan se levantó para abrir la puerta. Ahí estaba Marta, con una sonrisa torcida. "¿Lo viste?", preguntó, señalando el televisor con la barbilla. "La IA va a arreglar todo. Dice que en dos años más, todos tendremos lo que necesitamos."
"Sí, claro", respondió Juan con una media sonrisa. "Y en cinco, seremos tan felices que ni nos acordaremos de que no fuimos nosotros quienes tomamos las decisiones."
Marta se encogió de hombros. "No lo sé, Juan. Si esto nos saca de la miseria, ¿importa quién esté al mando?"
Y ahí estaba el quid de la cuestión. Porque sí, tal vez la IA lograra reducir la corrupción, tal vez nos diera lo que necesitábamos. Pero, ¿qué pasa cuando dejamos que una máquina, sin emociones, sin comprensión de lo que significa ser humano, decida por nosotros?
Juan miró al horizonte, donde el sol comenzaba a ponerse detrás de los edificios grises del barrio. Todo parecía seguir igual, pero algo en el aire había cambiado. ¿Sería la calma antes de la tormenta o simplemente el primer paso hacia una vida más fácil, aunque vacía?
"Supongo que ya lo veremos", murmuró para sí mismo, mientras volvía a su sillón, observando a Max mordisquear el mismo hueso de siempre.
Tal vez el futuro sería mejor, pero Juan no podía evitar sentir que, en algún lugar del proceso, habíamos dejado algo importante atrás.
«El amor es el único deporte que no se interrumpe por falta de luz» (Octave Uzanne, nacido el 14 de setiembre de 1851 para descubrirnos algo que ya intuíamos. Yo añadiría: no obstante que deporte tan bonito para jugarlo a la luz del día)
Y que cumplas muchos más de los 39 de hoy y que todos sean a plena luz del día... o no.
Entre l'ombra i el silenci
La teva ombra em segueix a cada pas, massa a prop per respirar tranquil. Els teus ulls em miren amb una barreja de culpa i anhel, però jo ja no puc tornar enrere. Cada paraula se sent com un mur que no puc travessar, i el silenci entre nosaltres és més fort que qualsevol crit. Estem tan a prop, però tan lluny alhora. Sé que ja no et puc estimar com abans, però tampoc et sé deixar anar. I així, quedem atrapats en aquest espai, massa junts per ser lliures, massa lluny per apropar-nos.
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