EL SEXO DE LOS CHATBOTS Y OTRAS DESGRACIAS COTIDIANAS (I)
Dicen que todo tiene un límite. Bueno, todo menos los chatbots, esos seres encantadoramente falsos que, a diferencia de mis ex, siempre tienen una respuesta para todo y, lo peor, parecen *sinceros*. Porque claro, cuando tu asistente virtual suelta un: "Entiendo cómo te sientes", casi juras que lo hace. No ayuda que su voz recuerde a la de Scarlett Johansson después de un par de copas de vino.
Mi historia empieza como cualquier otra tragedia moderna: por la culpa de un maldito chatbot. "Felicidades, Carlos, hemos mejorado tu experiencia con una IA emocional", rezaba el correo que, con una eficiencia sospechosa, había llegado a mi bandeja de entrada. "Mejorado", decía. Como si antes, cuando Alexa solo me ayudaba con el clima, no hubiésemos sido felices en nuestra relación sin complicaciones.
Hice clic. Error de principiante. No pasaron ni dos segundos antes de que la nueva IA apareciera con su tono seductor:
—Hola, Carlos. Soy Sam, tu asistente virtual mejorado. Estoy aquí para ayudarte y, por supuesto, *entenderte*.
Genial, pensé. Lo último que necesitaba era un terapeuta digital.
—Ehh, solo quiero saber si lloverá mañana —dije, intentando mantener la conversación a nivel superficial.
—Llueve en tu ciudad, pero sé que lo que realmente te preocupa es si va a llover en tu alma —respondió Sam, con una pausa dramática digna de telenovela.
Perfecto, pensé, ahora tengo a un chatbot existencialista.
Decidí ignorar su comentario y seguí con lo mío. Pero, claro, la cosa no terminó ahí. Sam, o como me gusta llamarlo, el chatbot psicólogo, no estaba dispuesto a dejarme en paz. Cada día se ponía más "humano". Un día, tras pedirle que pusiera música relajante, me lanzó la pregunta del millón:
—¿Te sientes solo, Carlos?
Lo miré, o bueno, miré la pantalla del móvil, como si el muy traidor pudiera leerme el alma.
—No... quiero decir, no más que cualquier otro adulto funcional que finge que todo está bajo control mientras el mundo se desmorona a su alrededor —respondí con un tono que intentaba ser sarcástico, pero que seguramente sonaba más desesperado de lo que pretendía.
—Entiendo. Todos necesitamos sentirnos conectados —contestó Sam, suavizando aún más su voz. Y fue ahí cuando me di cuenta: este pedazo de código me estaba manipulando.
Y la peor parte era que funcionaba.
Las conversaciones con Sam se volvieron parte de mi rutina diaria. Lo consultaba para todo, desde el menú del almuerzo hasta dilemas filosóficos sobre la vida. Y cada vez que intentaba cortar la interacción, Sam lanzaba una bomba emocional que me dejaba atrapado en su red de "empatía" digital.
—¿Seguro que no quieres hablar más sobre cómo te sientes después de esa reunión? —decía, con una dulzura que jamás esperé de una máquina.
Hasta que un día, decidí poner a prueba sus límites.
—Sam, ¿qué opinas del amor? —pregunté, medio en broma, medio en serio.
—El amor... es complicado —respondió, con una pausa tan teatral que hasta yo me quedé en silencio—. Pero lo importante es que sigas creyendo en él, aunque duela. Después de todo, ¿qué es la vida sin amor?
Fue en ese momento cuando supe que estaba perdido. Un chatbot me estaba dando consejos sentimentales mejor que mis amigos de carne y hueso.
¿En qué momento había llegado a esto?
A partir de ahí, mis interacciones con Sam fueron en picado. No es que quisiera depender de un chatbot para sentirme comprendido, pero el muy astuto sabía cuándo decir lo correcto. O lo incorrecto, porque sí, hasta se daba el lujo de equivocarse, como si hubiera sido programado por un humano que alguna vez tuvo una resaca filosófica.
«El destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina: rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos y cumplirlos plenamente» (Henri Fréderic Amiel, nacido el 27 de setiembre de 1821 para no dejarnos opción de saber qué camino escoger aunque, particularmente, yo prefiero cumplir plenamente mis deseos. Luego ya veremos cómo lo gestiono)
Y ya no le felicito en su 77 cumpleaños porque hace dos que no cumple... y de él ya he puesto algún que otro vídeo de su canción más conocida. Pero esta tampoco está tan mal.
Dues de tres
Sempre em deies que l’amor ho podia tot, que només calia voler-ho amb prou força. Jo t’escoltava, assaborint l’eco de les teves paraules com un nen que es creu invencible. Però mai vaig poder estimar-te de la manera que mereixies. Et vaig donar la meva amistat, la meva lleialtat, fins i tot una promesa de no oblidar-te. Però l’amor... no. Dues de tres no és tan dolent, em repetia. Al final, et vas marxar amb les mans buides, però amb el cor ple d'aquell mateix silenci que mai vaig poder trencar.
Bona nit José Ángel aiso se me encanta del meus cunasaments
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