miércoles, 18 de septiembre de 2024

 EL SUSURRO DE LA MÁQUINA


En el bar de la esquina, ese de las sillas de metal un poco oxidadas y el suelo que cruje como si contara una historia con cada pisada, Carlos se encontraba absorto en su café. No era el típico tipo que se emocionaba por la tecnología, no como aquellos que se compraban cada nuevo modelo de móvil. Pero esa mañana algo le removía dentro, una mezcla de curiosidad y nostalgia.

—Dicen que la inteligencia artificial nos hará más prósperos, ¿te lo crees? —preguntó Clara, su amiga de siempre, mientras removía su taza con desgana.

Carlos se encogió de hombros, observando cómo el vapor de su café subía en espirales, como si intentara escapar de una conversación que él tampoco tenía claro hacia dónde llevar.

—No lo sé —contestó tras una pausa—. Nos lo vendieron así con la Revolución Industrial, ¿recuerdas? Y ahí estábamos, metidos en fábricas, con la promesa de un futuro brillante. Pero en lugar de eso, terminó llenándose todo de humo y prisas.

Clara asintió, aunque su mirada se perdía en los coches que pasaban por la avenida. Se preguntaba, igual que él, si esta nueva revolución sería diferente. Le gustaba imaginar un mundo en el que los robots no solo hicieran el trabajo pesado, sino también el emocional. "¿Y si pudieran solucionar nuestras peleas o escribir las cartas que nunca nos atrevimos a enviar?", pensaba.

—Es que todo suena tan bonito —continuó ella—. La IA va a hacer que trabajemos menos, que seamos más productivos... Pero, ¿qué pasa con lo que dejamos atrás?

Carlos soltó una risa corta, como si la idea de una vida sin caos no le resultara del todo creíble.

—Como cuando nos dijeron que el tren nos uniría —dijo él—. Y sí, claro, nos llevó de un sitio a otro, pero también nos trajo guerras y ciudades abarrotadas. O la tele... ¿Recuerdas cuando la tele nos prometió que nos íbamos a volver más listos? —rió—. Y aquí estamos, viendo concursos de cocina donde ni siquiera cocinamos.

Clara soltó una carcajada sincera. Había algo en la ironía de Carlos que siempre le hacía bien. Pero a pesar de todo, había una especie de ternura en el cinismo que compartían.

—Igual es que nos prometen cosas que ni ellos saben si van a cumplir —murmuró ella—. El problema no es la tecnología, ¿no? El problema somos nosotros. Siempre pensando en que lo siguiente será mejor, más rápido, más grande. Y al final, seguimos sentados en el mismo bar, con el mismo café, esperando a que algo cambie.

Carlos la miró, y por primera vez en toda la mañana, sintió una punzada de esperanza. Quizá todo no dependía tanto de lo que la IA pudiera o no hacer. Quizá la verdadera transformación no estaba en las máquinas que pensaban por ellos, sino en cómo ellos decidían usar esa inteligencia.

—Quizá el truco está en no esperar que lo arreglen todo por nosotros —dijo, dando un sorbo a su café—. Quizá lo único que podemos hacer es usarla para ser un poco más… humanos.

Clara le sonrió. No sabía si Carlos tenía razón o si solo estaba buscando algo que les hiciera sentir menos insignificantes ante los cambios que vendrían. Pero en ese momento, en medio del bar lleno de conversaciones intrascendentes y el humo del café, la idea de una inteligencia artificial que les ayudara a ser mejores personas no sonaba tan mal.

Y así, entre palabras sueltas y sonrisas compartidas, el futuro les susurraba suavemente, como si la máquina estuviera ahí, esperando, no para reemplazarlos, sino para invitarlos a pensar diferente.

«No había que ser ni un genio ni un filósofo griego para saber que a más impuestos menos gastaba la gente y la economía del Imperio terminaría en un colapso absoluto que no interesaba a nadie» (Trajano, de oficio emperador romano y nacido el 18 de setiembre del año 53, cuando aún no habían nacido los grandes economistas, ni tertulianos y ni se les esperaba. Sin embargo dejó una frase magistral sobre economía básica)

Y que cumplas muchos más de los 60 de hoy: y te darás cuenta que es una década prodigiosa. 

Estels

Sota un cel tacat de llum tènue, els estels ballaven amb promeses mai complertes. Ell la mirava, preguntant-se si els seus somnis es podrien convertir en realitat, mentre ella buscava respostes en l’infinit. Les paraules no sortien; només el silenci. Sabien que, malgrat les distàncies, sempre serien junts d’alguna manera, com a estels que brillen, encara que ningú les pugui tocar. L’amor, com aquells punts de llum, era fugaç, però etern. Al final, només quedava el desig de ser vist, encara que fos des de molt lluny.

 

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