TORMENTA BALINESA EXTREMA
Los meteorólogos seguían con su canción: "Hoy, lluvias torrenciales. Prepárense". Y ayer igual. Pero la única tormenta que me alcanzó fue de manos. Literalmente. Una tormenta balinesa que recorrió todo mi cuerpo, de los pies a la cara.
Entré al spa por pura desesperación, no del estrés, sino del engaño climático. Si la lluvia no venía a mí, al menos encontraría algún tipo de alivio. Desde que crucé la puerta, el olor me atrapó: una mezcla de incienso denso, coco y algo como jengibre que me hizo imaginarme en una playa, pero con mucho menos ropa y más tranquilidad.
Una mujer me guió hasta una sala con luces suaves, casi invisibles. El aire era tan pesado que sentía que respiraba más aceites esenciales que oxígeno. Pero no me quejaba, mis pulmones estaban en vacaciones anticipadas. Me tumbé en la camilla y la música suave me invitó a cerrar los ojos. Si no iba a llover, al menos esto prometía.
Primero, la espalda. Sus manos empezaron a deslizarse con movimientos precisos, firmes, como si moldearan la piel con una especie de magia líquida. Podía sentir el calor que irradiaba desde sus palmas, haciéndome vibrar, como si cada músculo estuviera siendo sometido a una pequeña descarga de placer. Cada presión, un trueno en miniatura.
El sonido del agua tibia goteando en una fuente cercana me mantenía anclado a la realidad, pero apenas. De pronto, sus manos se movieron hacia abajo, explorando mis piernas, y ahí es cuando supe que esta no sería una simple tormenta local. No, estaba a punto de enfrentar una tormenta tropical de cuerpo completo.
Con cada trazo, mis muslos parecían hundirse en la camilla, abandonados a la gravedad. Sus dedos trabajaban a fondo, desentrañando tensiones ocultas que ni sabía que tenía. La presión alternaba entre delicadeza y firmeza, como si buscara la fórmula perfecta para disolver cada obstáculo en mi cuerpo. El aceite caliente acariciaba mi piel como si fuera agua deslizándose sobre hojas en la jungla. Me sumergí en esa sensación, perdiendo el control de mis piernas que se entregaban, flojas, como ramas después de una tormenta.
Luego vinieron los pies. Sus pulgares presionaron con una precisión tan exacta que me hizo preguntarme si en otra vida había sido alguna especie de máquina de tensión. Cada articulación parecía crujir, pero no de dolor, sino como si estuvieran agradecidas por ser liberadas. Mi cerebro, en este punto, ya no distinguía entre cielo y tierra, solo sentía un reguero de sensaciones que iba desde mis talones hasta la punta de los dedos.
Cuando llegamos a las manos, ya estaba flotando en una nube de aceite esencial y música ambiental. Sus dedos atraparon los míos y, al manipularlos, sentí como si cada tensión acumulada por años de teclear, cargar bolsas o estrechar manos, se deshiciera en un instante. Los nudillos, las palmas, las muñecas... todo recibía su propia tormenta, y cada vez que apretaba, sentía pequeños truenos de alivio que resonaban en mis huesos.
Finalmente, el toque final: mi cara. No estaba preparado para esto, lo admito. Pensaba que las manos eran lo máximo, pero entonces sus dedos comenzaron a trazar caminos invisibles en mi frente, mejillas y mandíbula. Cada presión hacía que el estrés acumulado se evaporara, como una lluvia que limpia las calles sucias después de un largo día. El olor de los aceites, ahora más cercano, invadía mis fosas nasales. Lavanda, sándalo y, por alguna razón, una pizca de eucalipto. Mi piel absorbía cada toque, y mi nariz se llenaba de fragancias que bailaban en el aire, flotando entre realidad y sueño.
Cuando terminó, me sentía más liviano, como si hubiera llovido desde mis pies hasta mi cara. Me levanté despacio, aún tambaleante, oliendo a una mezcla de hierbas exóticas que probablemente no podría pronunciar ni en diez idiomas diferentes. Afuera, el cielo seguía sin derramar una gota. Pero, sinceramente, ¿quién necesita lluvia cuando has sido sumergido en una tormenta de sensaciones?
Mientras otros miraban al cielo con frustración, yo ya había tenido mi propia tormenta perfecta, y fue mucho mejor que cualquier aguacero.
«Nadie ignora todo, nadie lo sabe todo. Por eso aprendemos siempre» (Paulo Freire, nacido el 19 de setiembre de 1921 para estar aprendiendo toda su vida)
Y que cumplas muchos más de los 84 de hoy aunque sea para componer canciones como la del vídeo para que la hagan famosos otr@s.
Encara Som Inici
Hem començat just ara. Amb les sabates encara noves i les butxaques buides, caminem per un carrer sense fi, on el futur es dibuixa com un horitzó incert. El vent ens xiuxiueja promeses, i malgrat les pors que ens aguaiten com ombres llargues, ens atrevim a somriure. Cada passa és un batec compartit, una nota que compon la melodia del que serem. Els errors, com les arrugues que vindran, seran la prova que ho hem intentat. Hem començat just ara, però sembla que ja hem viscut tota una vida. I tot està per fer.
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