EL ÚLTIMO DESCENDIENTE DE GENGIS KAN
El ascensor subía despacio, pero Temujín sintió la presión en los oídos. Miró su reflejo en la puerta metálica, una cara mongola con gafas de sol. "Descendiente directo de Gengis Kan", pensó, y soltó una risa breve. Si su tatarabuelo supiera dónde estaba... en un rascacielos de cristal, a punto de dar una charla sobre gestión de recursos humanos.
La puerta se abrió con un pitido y salió. El vestíbulo estaba lleno de gente en trajes caros, zapatillas de marca y relojes de diseñador. Temujín se detuvo un segundo, olió el aire. Café caro, sudor nervioso, y perfume de oficina. "Esto no es una estepa", murmuró, y caminó hacia el escenario.
Cuando llegó al micrófono, las luces lo cegaron un poco. Él no era Gengis Kan. No montaba caballos, no conquistaba tierras. Pero de algún modo, sentía el rugido en su pecho. La sangre del gran emperador fluía en sus venas.
—Buenos días —dijo, y la sala se silenció—. Soy Temujín Kan, experto en liderazgo. Hoy les enseñaré a gestionar equipos como lo hacía mi ancestro... bueno, más o menos.
Una risa ligera recorrió el auditorio.
—Gengis no enviaba correos electrónicos ni hacía reuniones por Zoom, pero créanme, tenía claro cómo manejar a la gente. Tomemos, por ejemplo, a su ejército. Decenas de miles de guerreros, sin necesidad de comités o presentaciones de PowerPoint. Simplemente acción directa, sin rodeos.
Temujín caminó por el escenario, imaginando que era una llanura. Su audiencia eran jinetes, susurrando, listos para galopar.
—¿Cómo lo hacía? Primero, claridad. Un mensaje, una orden, una ejecución. Hoy, en cambio, estamos llenos de "sinergias", "procesos", "comunicaciones interdepartamentales". Pero les digo algo: si mi ancestro hubiera escuchado la palabra 'sinergia', probablemente hubiera invadido una ciudad solo por despecho.
Las risas subieron de tono, algunos hasta aplaudieron.
—En resumen, lo que les propongo es volver a lo básico: objetivos claros, comunicación directa, y cero miedo. Porque cuando lideras como Gengis Kan, la duda no existe. Y sí, él también hacía 'networking'. Aunque en su caso, implicaba menos LinkedIn y más arco y flecha.
La charla terminó entre aplausos y más risas. Temujín bajó del escenario, sudor en la frente. "Ni tan mal", pensó. En el fondo, él sabía que no conquistaría ningún imperio con sus palabras, pero había algo, un fuego en su interior, un eco lejano de batallas que aún vivía en él. Mientras caminaba hacia la salida, se ajustó las gafas de sol y pensó: "Quizás no soy Gengis, pero aún puedo conquistar esta oficina."
Salió a la calle. El sol pegaba fuerte. Un aroma a kebab y humo flotaba en el aire, mezclado con los bocinazos de los autos. Y por un momento, sintió que en vez de rascacielos había montañas y, en vez de autos, caballos salvajes corriendo hacia el horizonte.
Tal vez, después de todo, no estaba tan lejos de su ancestro.
«Uno debe vivir como si fuera para siempre, y como si pudiera morir en cada momento. Siempre ambas cosas a la vez» (Mary Renault, nacida el 4 de setiembre de 1905: el 13 de diciembre de 1983 vivió las dos cosas a la vez)
Y que cumplas muchos más de los 34 de hoy procurando dar paseos por el río... de aguas turbulentas.
La força del riu
El riu fluïa amb força, però jo no podia moure'm. La teva imatge, cada vegada més llunyana, es dissolia com la boira sobre l'aigua. Volia retenir-te, contenir les aigües, però el riu seguia el seu curs, inexorable. "Només un moment més", vaig pensar, desitjant congelar el temps, mantenir-te al meu costat abans que les corrents et portessin. Però sabíem que no es podia aturar el riu, com no es poden aturar els camins que ens separen. Només ens queda el record d'aquella riba, on un cop ens vam trobar, just abans que l'aigua ho esborrés tot.
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