MI MUNDO DE COLORES
Todo comenzó en un día cualquiera, uno de esos días donde el sol apenas acaricia las calles con su luz dorada y la brisa se desliza sin prisa, como un susurro. Pero entonces, algo cambió. Al ver a Marta en la distancia, noté que su figura estaba envuelta en un resplandor suave, como si cada paso que daba dejara un rastro de verde esmeralda en el aire. Me detuve, parpadeé, y allí seguía ese verde, cálido y tranquilizador, abrazando su silueta. Era como si su esencia se hubiera convertido en un color.
El corazón me latía con fuerza, una mezcla de sorpresa y emoción burbujeaba en mi pecho. No sabía qué significaba, pero lo sentía con una certeza absoluta: Marta era verde. Y luego, vino la oleada. Cada persona que se cruzaba en mi camino, cada rostro familiar, se convirtió en un torrente de color. Antonio, siempre tan intenso, era un rojo carmesí, vibrante, como el golpe de un tambor. Sofía, dulce y tímida, se envolvía en un delicado rosa pálido, como el primer rayo de sol al amanecer.
Pero entonces, mientras seguía explorando este caleidoscopio de colores y emociones, me encontré con él. Arturo. Siempre tan sombrío, tan distante. Cuando lo vi, el aire a su alrededor pareció oscurecerse. No era solo un color; era una sombra profunda, un negro azabache que se enroscaba en torno a su figura como una niebla espesa. Era como si su presencia absorbiera la luz, dejando tras de sí una estela de oscuridad opresiva. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, una punzada fría en el pecho, como si ese negro trajera consigo un peso, una tristeza que no podía ignorar. Era extraño cómo ese color, tan diferente de los demás, me hacía querer retroceder, como si el simple hecho de verlo pudiera contaminar los otros colores, robándoles su brillo. Y aún así, incluso en esa oscuridad, había algo fascinante, algo que no podía dejar de mirar. Arturo era negro, sí, pero ese negro era una verdad, una parte de este nuevo mundo de colores que ahora habitaba.
Era como si el mundo hubiese estado en blanco y negro hasta ese momento, y de repente, todo cobrara vida en una explosión de colores. Mi mente se embriagaba con la sinfonía cromática que danzaba frente a mis ojos. Sentía que podía saborear esos colores, como si el rojo de Antonio tuviera un regusto metálico, intenso, y el rosa de Sofía se deshiciera en mi boca como algodón de azúcar.
No era solo ver los colores, era sentirlos, ser invadido por ellos, como si sus presencias se transformaran en pinceladas de emociones puras. Una euforia me inundaba, haciéndome querer correr, gritar, compartir con todos esta nueva capacidad. Cada color, cada persona, añadía una nota a la sinfonía, y yo estaba en medio de ese concierto, vibrando con cada acorde.
Era imposible no sonreír. Cada encuentro, cada mirada se había convertido en un descubrimiento. Estaba viendo el mundo como nunca antes, y la emoción me hacía cosquillas en la piel, me llenaba de energía, como si acabara de descubrir un superpoder. Y entonces lo supe: jamás volvería a ver a las personas de la misma manera. Cada color, cada matiz, se había convertido en parte de mi realidad, en parte de mí.
«El valor consiste en amar la vida y enfrentarse a la muerte con tranquilidad; es buscar lo ideal y comprender la realidad; es actuar y apoyar las grandes causas, sin importar el resultado; es buscar la verdad y decirla» (Jean Jaurés del 3 de setiembre de 1859 del cual much@s de l@s llamad@s socialistas deberían aprender...y algun@s que no lo son, también)
Nació el 3 de setiembre de 1920 y se fue con 63 años dejándonos unos auténticos poemas cantados. He escogido uno de los menos conocidos de Chabuca Granda pero tal vez el más personal.
Card o cendra
La Júlia mirava el mar amb els ulls envermellits. Feia temps que havia après que l'amor podia ser card o cendra. Ell havia promès l'eternitat, però la deixava amb una ferida oberta, com un card que li creixia al cor. Ara, amb les cendres dels records volant amb el vent, la Júlia va decidir plantar-se, arrelant-se al seu propi dolor. Si havia de ser card, que ho fos per sempre, però mai més per ningú altre. Al final, només la cendra seria seva, deixant l'amor com un espectre llunyà, només visible quan el sol es ponia.
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