viernes, 20 de septiembre de 2024

 FRAGMENTOS DE UN CAFÉ ROTO

 


El mensaje llegó. Pum. Adiós. Tres palabras. Frías. Más frías que ese café que lleva en la mesa desde... ¿la mañana? ¿ayer? Qué importa. El móvil rebota, primero sobre la mesa, luego sobre el suelo. No importa. Nada importa.

La habitación respira despacio, un susurro muerto en cada esquina. Los muebles parecen mirarla, pero no la reconocen. "¿Estás ahí?" No. Ella ya no está ahí. Ella está flotando, como el vapor de un té que ya se ha disipado. Se ha convertido en una nube invisible, sin sabor, sin olor, sin tacto.

Fuera, el mundo sigue. El mundo no para. El mundo nunca para, ni siquiera cuando te parten en dos. La puerta se abre y el aire la embiste, cruel y frío, como una bofetada, pero no. No hay rabia. No hay gritos. Solo está el vacío. El vacío lo llena todo y no hay espacio para nada más.

Camina. El suelo bajo sus pies le devuelve un eco, pero ella no escucha. La acera está hecha de agua. Sus pasos son olas que rompen, sin espuma. Los coches pasan. Zoom, zoom. Le cortan la respiración y desaparecen, como fantasmas con prisa.

El parque aparece, igual que siempre, pero distinto. Los bancos están allí, pero ahora tienen espinas. Los árboles se ríen, sus hojas caen con un sarcasmo verde. Ella se sienta. Siente la rigidez del banco en sus huesos, pero no en su piel. La piel, ¿para qué sirve la piel cuando ya no siente? Hay una hoja amarilla que aterriza a su lado, con la delicadeza de un susurro. La mira. La hoja se burla. "¿Qué pasa? ¿Creías que esto iba a durar para siempre?"

Un gruñido nace en su estómago. No es hambre. Es el rugido de una rabia sin palabras. "¡Maldito sea!" Pero el grito se ahoga antes de salir. No, no va a gritar. No va a explotar. Va a congelarse. Sí, congelarse suena mejor. Es más limpio. Y el frío le queda bien.

Se levanta. Los músculos se tensan como cuerdas viejas, a punto de romperse, pero ella camina. Camina y no mira atrás. Los pasos la llevan hacia adelante, hacia ninguna parte, pero con la certeza de que alguna vez sus pies la llevarán a donde quiera estar. O tal vez no. Pero, al menos, seguirá caminando. Porque caminar es lo único que le queda.

«Quizás no está lejos el día en el que todos los pueblos, olvidando los antiguos odios, se reúnan bajo la bandera de la fraternidad universal y, dejando todas las disputas, cultiven entre ellos relaciones absolutamente pacíficas, como el comercio y las actividades industriales, estrechando sólidos lazos» (Ernesto Teodoro Moneta, nacido el 20 de setiembre de 1833 para ser premio nobel de la paz en 1907 esperando llegase el día que tanto deseaba…mos y deseamos)

Hoy hace 51 años que ya no canta esta preciosa canción. Con 30 años el tiempo se le fue volando (literal) en un avión.

El temps en una ampolla

Si pogués atrapar el temps dins d'una ampolla, guardaria cada instant amb tu, com una promesa mai trencada. Les teves rialles serien el vi més dolç, i els teus silencis, la pau en què reposo. Em passaria els dies obrint cada glop d’eternitat, gaudint dels teus ulls com si el demà no existís. Però el temps no es deixa embotellar, i les hores s'escapen com sorra entre els dits. Així que avui t'estimo com si fos l'última vegada, perquè cada moment amb tu és un regal que mai vull deixar enrere.

 

 

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