martes, 10 de septiembre de 2024

UN CARIBE EN EL BARRIO DE SALAMANCA


Llevaba ya una semana observando el edificio de la esquina como si fuera una especie de obra en la calle que solo yo parecía entender. No era para menos, desde que el jefe de la oposición de la República de Altagracia se asiló en ese ático de lujo, el barrio de Salamanca se había convertido en un desfile de coches negros y señores trajeados, entrando y saliendo como si se tratara de un comité de espías de tercera categoría. El único problema es que esto no era una película de espías, y yo no era ningún James Bond, solo un tipo normal, con mi café y churros en la mano.

—¿Qué hará un caribeño aquí, en un barrio donde lo más tropical que vemos es el gin-tonic con una rodaja de limón? —me preguntaba cada mañana.

La cuestión me mantenía entretenido, mientras intentaba no atragantarme con los churros. Los políticos de ambos lados del charco parecían estar más preocupados por decidir si apoyar al presidente en funciones de Altagracia o al exiliado de turno, mientras que el resto de nosotros... bueno, digamos que no nos quitaba el sueño. A decir verdad, ¿qué ganábamos nosotros con tanto lío? Ni que el Caribe se fuera a acercar más a nuestras costas solo por cambiar de presidente.

El exiliado, sin embargo, no compartía mi despreocupación. Desde su ático, se pasaba el día como si fuera el maestro de ceremonias de un circo político. Hablaba por teléfono, gesticulaba con la mano libre y caminaba de un lado al otro, todo mientras el aire acondicionado rugía detrás suyo, enfriando más su discurso que el salón. Me pregunto si en algún momento extrañaría el calor tropical de su patria, aunque, honestamente, desde ese ático tan caro, hasta el sol parecía necesitar permiso para entrar.

Entonces llegó el sábado. El día estaba soleado, con una brisa perfecta que me hacía disfrutar aún más de mi café en la terraza. Todo iba bien hasta que, de repente, la calle se llenó de tambores, gritos y pancartas. No tardé en darme cuenta de que era una manifestación. ¿Quiénes? Altagracianos, claro. Hartos de promesas vacías, habían decidido hacer ruido, y vaya si lo estaban haciendo. El olor a plátano frito inundaba el aire, y los tambores resonaban tan fuerte que hasta las ventanas temblaban.

—Perfecto, justo lo que me faltaba —pensé mientras me asomaba al balcón.

El jefe de la oposición estaba en su ático, mirando con una mezcla de nerviosismo y frustración. Los tambores parecían golpear no solo las calles de Madrid, sino también su paciencia. En la calle, la gente coreaba consignas, mientras yo, desde mi pequeña butaca, lo único que podía hacer era disfrutar del espectáculo. Uno de los manifestantes gritó algo sobre "no más dictaduras", y pensé: "Qué ironía, primero suben los alquileres en Salamanca, ¡y ahora esto!"

Los tertulianos en televisión no tardaron en subirse al tren del escándalo. Pronto, no solo se debatía si apoyar al exiliado o al presidente en funciones, sino también si los vecinos de Salamanca iban a tolerar una revolución tropical en sus puertas. Mientras tanto, yo me limité a observar cómo los manifestantes se desgañitaban y cómo los políticos jugaban su ajedrez a distancia.

Pero sabía, en el fondo, que todo esto pasaría. El exiliado se mudaría a otro país, quizá Suiza, donde las únicas revoluciones son las de los relojes. Los manifestantes regresarían a sus vidas cotidianas, y yo, bueno, yo seguiría aquí, en mi terraza, disfrutando de mi café, mi churro y la paz de saber que, al final del día, la única tormenta que tendría que enfrentar sería decidir entre café solo o con leche.

«Los hombres se desconocen en el bien y se aman en el mal. El bien es la hipocresía. El mal es el amor. La inocencia es el amor del pecado» (Georges Bataille, nacido el 10 de setiembre de 1898 para poner el bien y el mal en su sitio aunque no de la forma que creíamos)

Y que cumplas muchos más de los 74 de hoy pero que la vida no se te haga eterna.

La Nit Eterna

La Maria tancà els ulls. El son l'abraçava dolçament, però ella resistia. En Pau dormia al seu costat, el pit pujant i baixant amb cada respiració. Ella volia gravar cada instant a la seva memòria: la seva olor, la textura de la seva pell, el so suau del seu alè. Demà marxaria lluny, potser per sempre. Les hores passaven, però la Maria seguia desperta, lluitant contra el cansament. Quan els primers raigs de sol van entrar per la finestra, va somriure amb tristesa. Havia aconseguit el seu objectiu: no s'havia perdut ni un moment d'aquella última nit junts.


 

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