ESA LUNA QUE YA NUNCA MIRAMOS
La luna estaba allí, suspendida en el cielo como una verdad olvidada. Clara caminaba junto a Andrés, pero sus pasos eran pesados, como si el tiempo hubiera dejado de importar. Las hojas secas crujían bajo sus pies, recordándoles que, al igual que el otoño, todo debía caer eventualmente. A lo lejos, el rumor de la ciudad seguía su curso, indiferente a lo que se desmoronaba entre ellos.
—¿Realmente crees que la luna no existe cuando no la miramos? —preguntó Clara, su voz apenas un susurro, como si temiera que al decirlo en voz alta algo más se desvaneciera.
Andrés guardó silencio. No era la primera vez que Clara lanzaba preguntas que se quedaban flotando entre ellos, como si buscara respuestas que él no podía darle. Sus ojos vagaron por el cielo, donde la luna, solitaria, iluminaba el vacío entre las estrellas. Era hermosa, pero distante, como los recuerdos que alguna vez compartieron.
—No lo sé —murmuró finalmente, su voz quebrándose bajo el peso de lo que no decía—. Quizás no importa si está o no.
Clara lo miró de reojo, esperando ver algo en su rostro que le devolviera la esperanza. Pero todo lo que encontró fue una mirada perdida, como si él también estuviera a punto de desvanecerse, igual que la luna cuando no es observada.
El viento trajo consigo el olor frío de la tierra, y con él, una sensación de que algo inevitable se aproximaba. Andrés metió las manos en los bolsillos, como quien busca refugio en el silencio, mientras Clara apretaba sus brazos contra el pecho, tratando de ahogar el frío que la envolvía.
—Quizá la luna siempre está ahí —dijo ella, más para sí misma que para él—. Solo que a veces no queremos verla.
Andrés sonrió, pero era una sonrisa triste, carente de la calidez que alguna vez lo caracterizó. Se detuvo un momento, mirando hacia el suelo, y Clara lo imitó. Ambos permanecieron allí, rodeados por un parque vacío, como si el mundo entero hubiera decidido darles la espalda.
—Tal vez —respondió él, finalmente, rompiendo el silencio—. Tal vez la luna no importa, si al final nunca la miramos.
Las palabras de Andrés quedaron suspendidas en el aire, pero no llenaron el vacío. Clara sintió el peso de lo que no se decían, más pesado que cualquier conversación sobre la luna, Einstein, o la física cuántica. No era el misterio del universo lo que les angustiaba, sino el simple hecho de que se estaban perdiendo el uno al otro, como dos estrellas que alguna vez compartieron un cielo y ahora seguían trayectorias separadas.
El tiempo pasaba, pero no curaba. Lo único que seguía intacto era el vacío que crecía entre ellos, ese abismo que ni las palabras podían llenar.
—¿Crees que Einstein sabía? —preguntó Clara, su voz casi inaudible.
Andrés la miró, pero no respondió. Sabía que la pregunta no tenía nada que ver con Einstein o la física. Sabía que lo que Clara realmente quería saber era si él aún estaba allí, si todavía existía el "nosotros". Pero ya no había respuestas, solo el silencio que, como la luna, permanecía aunque nadie lo mirara.
Y así siguieron caminando, bajo una luna que tal vez ya no existía para ellos. Sus pasos se alejaron lentamente, y en el aire quedó flotando una tristeza sutil, como las hojas que caían sin ser vistas.
«Que me den seis líneas escritas por la mano del hombre más honrado, y hallaré en ellas algún motivo para ahorcarlo» (Armand Jean du Plessis, nacido el 9 de setiembre de 1585 y mundialmente conocido por el nombre que adquirió cuando llegó a lo más alto de la carrera eclesiástica, Richelieu de oficio, cardenal)
Y que cumplas muchos más de los 49 de hoy aunque tu nombre, apellido, me siga pareciendo una marca de chicle... con todos los respetos tal y como se dice ahora cuando sabes que ofendes a alguien.
Un dia bonic
El sol brillava amb força, però dins meu la foscor persistia. Feia temps que no trobava raons per somriure, fins avui. Enmig del caos, vaig decidir mirar més enllà de les ombres. Els ocells cantaven, els arbres ballaven amb el vent, i per primera vegada en mesos, vaig sentir pau. No havia canviat res al meu voltant, però jo sí. Vaig respirar profundament, mirant el cel blau i, sense saber com, vaig somriure. Avui era un dia bonic. Un dia per viure, per sentir, per ser.
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