sábado, 7 de septiembre de 2024

DE LAMBORGHINIS E IMPUESTOS

 

El presidente, ese tipo al que todos escuchamos pero al que nadie realmente quiere entender, apareció en la televisión con la misma sonrisa de quien sabe que está a punto de arruinarte la semana. “Subiremos los impuestos a quienes posean un Lamborghini”, dijo. Y así, con esa declaración, logró dos cosas: arruinarme el café de la mañana y hacerme sentir como si viviera en una realidad alternativa.

Ahora, no es que yo tenga un Lamborghini. Ojalá. Pero hay algo muy satisfactorio en quejarse de cosas que no te afectan, ¿no? Así que me senté en el sofá, crucé los brazos y, con la solemnidad de un juez de la Corte Suprema, empecé a imaginar mi vida como dueño de un Lamborghini.

Primero, me vi conduciendo uno. Claro, en mi fantasía no había atascos, baches ni ciclistas que se lanzan a la calzada como si quisieran hacer un acto heroico contra los automóviles. En ese mundo, el aire olía a libertad (y a gasolina de 98 octanos, que debe ser lo más cercano a un perfume celestial). Pero justo cuando estaba a punto de aparcarlo frente a mi inexistente mansión, ¡pum!, el presidente vuelve a aparecer, esta vez en mi sueño, con su corbata torcida y su plan de impuestos.

“Lo siento, amigo”, me dice, mientras me da una palmada en la espalda. “No puedes tenerlo. No solo te vamos a quitar el 50% en impuestos, sino que además haremos que sientas que es culpa tuya por ser tan, bueno, exitoso”. Y ahí me tienes, sentado al volante, mirando el volante de mi Lamborghini con la misma expresión que tendría si descubriera que mi perro se ha comido mis ahorros.

La fantasía se desmoronó, y volví a la realidad. No tenía Lamborghini, pero oye, si el presidente sigue por ese camino, en breve me subirán los impuestos por tener un patinete eléctrico o, quién sabe, por poseer una tostadora que haga más de dos rebanadas a la vez. Porque claro, si puedes tostar cuatro, debes ser un millonario encubierto, ¿no?

Mientras me terminaba el café, pensé en los pobres desafortunados con Lamborghinis reales. ¿Qué harían? ¿Se los venderían a precio de saldo en Wallapop? ¿Harían protestas en las autopistas, bloqueando el tráfico con sus relucientes coches? Imagínalo: un desfile de Lamborghinis a paso de tortuga, mientras la gente tuitea indignada desde sus modestos coches. Sería casi poético.

Pero, en el fondo, ¿a quién queremos engañar? Subir impuestos a los ricos suena muy noble hasta que recuerdas que ellos siempre encuentran una manera de no pagar. Al final, probablemente, el que terminará con más impuestos seré yo, que ni Lamborghini tengo, ni ganas de discutir con Hacienda me quedan.

En fin, al menos puedo consolarme con el hecho de que mi viejo coche, que a duras penas pasa la ITV, seguirá libre de la furia impositiva. De momento. Porque con este gobierno nunca se sabe: quizás el próximo gran objetivo sean los que todavía conservan un coche con más de 200.000 kilómetros, esos verdaderos héroes anónimos.

Y ahí estaba, con el último sorbo de café, mirando por la ventana y agradeciendo, de alguna manera retorcida, que la única carrera que correré hoy será la de alcanzar el bus, y no la de huir del fisco con un Lamborghini.

«El sufragio es la libertad del ciudadano para arreglar sus asuntos dentro de la ‘cosa pública’. ¿Por qué monstruosa aberración ha podido ser confundido este sufragio con la delegación de poder que usurpa a los ciudadanos su soberanía para concederla a un corto número de individuos?» (Charles Malato, nacido el 7 de setiembre de 1857 para hacerse la misma pregunta que aún hoy nos hacemos)

Y que cumplas muchos más de los 73 de hoy; parece mentira pero hay canciones que no envejecen nunca ¿verdad?

Sentiments

Els dits lliscaven per les tecles, traient un murmuri de piano que s'assemblava massa al cor. Ella ja no era. Però el record d'uns ulls, d'una carícia perduda, seguia vibrant com una corda massa tibada. Sentiments, això deien. Paraules que ja no cabien en el silenci que l'envoltava. El temps havia passat, però la ferida no. Què en fas d'un amor que no se'n va mai? Potser es queda, com una nota suspesa en l'aire, esperant un final que mai arriba. I així, entre el record i el desig, es va quedar, sentint, però sense poder tocar.

 

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