domingo, 8 de septiembre de 2024

EL REVERSO DEL AMOR

 


Gabriel se sentó frente a la ventana, el ocaso dibujando sombras alargadas sobre su piel gastada. Había algo de despedida en el aire, como si cada suspiro se disolviera en el último calor del día. “El amor no es más que un espejo roto”, dijo en voz baja, como si la tarde escuchara. Catalina había sido su reflejo, no el amor verdadero, sino la imagen torcida de lo que deseaba creer.

El viento entraba por la ventana abierta, trayendo consigo el olor a sal y a recuerdos que se colaban por los poros de su piel. La rosa amarilla en el vaso de vidrio, solitaria y decadente, era el eco de todo lo que alguna vez había sentido por ella. La pasión inicial, ese fuego voraz, había sido un espejismo. Sus caricias, que alguna vez fueron lo único que ocupaba su mundo, ahora se sentían como fantasmas fríos recorriendo su memoria.

“No era amor,” pensaba, “era deseo disfrazado de algo más profundo. Era el hambre de ser visto, de ser admirado. Catalina era mi musa, no mi compañera. La admiraba como se admira el mar: hermoso, peligroso, pero lejano.”

La tarde avanzaba, pintando de anaranjado las nubes que se deslizaban como recuerdos perdidos. El mar, siempre presente, rugía a lo lejos, su sonido se mezclaba con el silencio que ocupaba la sala. Gabriel sentía la textura del tiempo sobre su piel, una rugosidad que hablaba de años pasados, de promesas quebradas, de besos que no llegaron a destino. A su lado, la vida se sentaba como un testigo silencioso.

Catalina, con su risa fácil y ojos brillantes, había sido su espejo distorsionado. La ilusión de una juventud que ya no le pertenecía. Pero el amor… el amor, si alguna vez lo había conocido, era una bestia diferente. Era el sacrificio no por ella, sino por él mismo. El amor verdadero era el que vino después, cuando las palabras comenzaron a fluir y la fama golpeó a su puerta, cuando entendió que no era la mujer quien lo completaba, sino el acto de crear.

Alzó la mirada hacia el cielo, donde gaviotas y vencejos cortaban el aire en su danza silenciosa. Cada sonido parecía tener un peso en su pecho, una carga invisible que le recordaba las noches en que Catalina lo miraba, como quien mira una obra de arte y la entiende solo en parte. Sus ojos, siempre inquisitivos, le exigían ser más, dar más, y Gabriel había entregado todo, hasta quedarse vacío.

“El amor es un espejo,” volvió a pensar. “Te refleja lo que eres, lo que crees ser y, a veces, lo que deseas ocultar.” La figura de Catalina, perfecta en su juventud, se fue desvaneciendo como el humo de una vela. Gabriel la había amado, sí, pero no en la forma en que los poetas describen, sino como se ama una idea, una proyección de lo que nunca podrá ser.

La rosa amarilla perdió su último pétalo. “El amor no es eterno, y quizás eso es lo que lo hace hermoso,” se dijo, al tiempo que una sonrisa amarga se dibujaba en sus labios. “El reverso del amor no es el odio, es el desengaño, la aceptación de que lo que tanto perseguimos solo vive en nuestras fantasías.”

Se levantó lentamente, sintiendo en su cuerpo el peso de los años, del desengaño, del tiempo. Caminó hasta la ventana y cerró los ojos, dejando que el viento marino llenara sus pulmones. En ese momento, comprendió que el amor que había buscado nunca estuvo en Catalina, ni en ninguna otra mujer. El verdadero amor estaba en las palabras, en las historias que contaba, en el acto de dejar algo atrás.

La tarde moría, y con ella, Gabriel cerró la ventana, alejando la brisa, las gaviotas y los fantasmas de su pasado.

«Amar sin deseo es peor que comer sin hambre» (Jacinto Octavio Picón, nacido el 8 de setiembre de 1852, no pasó hambre durante su vida)

Nacida el 8 de setiembre de 1932 no llegó a cumplir los 31 por culpa de un accidente en un medio de los que es muy difícil salir viv@.

Boja

Cada matí es despertava amb el teu nom a les puntes dels llavis. Eren dies de silenci i records, com si la teva absència fos una ferida que no cicatritzava. Estava boja, ho sabia. Boja d'amor, de ràbia, de nostàlgia. Les teves paraules, que havien estat dolces, ara eren una melodia enyorada, com una cançó que s'escolta en la distància. I, tot i així, encara esperava, amb un somriure trist, que un dia tornessis. Potser no a mi, però a la memòria d'aquell amor que semblava invencible. Però, al final, només era boja.

 

 

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