EL MARTIRIO DE LA CONFUSIÓN
En la Barcelona de siglos pasados, una ciudad de muros de piedra y corazones recios, se cocinaba un malentendido que, como los mejores errores, acabaría cubierto de gloria y pólvora festiva. Y todo por una confusión celestial.
Santa Eulalia, que en sus años mozos se había ganado fama de mártir por cosas tan nobles como ser torturada y morir por su fe, llevaba un tiempo observando desde las alturas. Sus restos descansaban en una cripta tranquila, pero su espíritu, inquieto, no podía ignorar el hecho de que algo olía mal… y no era el incienso. Las campanas sonaban en toda la ciudad, los fuegos artificiales iluminaban las noches, y las gentes gritaban vivas y alabanzas a una tal Merçè.
—¿Y esta quién es? —pensó Eulalia, cruzando los brazos, su halo brillando menos por desconcierto que por puro enfado.
Con un sutil parpadeo celestial, Eulalia descendió, manifestándose en una plaza bulliciosa donde se levantaban castellers y ondeaban banderas. Allí, en medio del fervor popular, se alzaba la Virgen de la Merçè, elegante y distante, sonriendo con esa perfección propia de quien no ha tenido que sufrir las molestias mundanas del martirio.
—¿Disculpa? —dijo Eulalia, con voz dulce y un sarcasmo que cortaba como el mejor cuchillo de cocina—. No es por nada, pero… ¿qué haces en mi ciudad?
La Virgen giró la cabeza lentamente, con la serenidad de alguien que no sabe lo que es tener que lidiar con multitudes sudorosas. Su manto caía como un río de seda, y en su expresión había una calma casi irritante.
—Ah, tú debes ser Eulalia —respondió, sin una pizca de nerviosismo—. Qué bonito verte aquí… desde abajo.
—¿Perdona? —Eulalia levantó una ceja, indignada. Su túnica, más sencilla, parecía apagarse junto a la opulencia de la Virgen. Pero no iba a dejarse amilanar—. Si no me equivoco, yo fui la primera. Mi nombre estaba en la lista. Trece veces me torturaron, trece. ¿Y tú? ¿Qué has hecho para ganarte esto? ¿Miras al horizonte con cara de resignación?
—La cosa no es tan complicada, querida. Simplemente… la gente prefiere vírgenes. Es todo un tema de marketing divino. Sufriste, sí, pero yo soy la Virgen, y eso, al parecer, tiene más tirón —Merçè lanzó una sonrisa—. La gente aprecia un buen sacrificio, pero adora aún más lo inalcanzable.
—¡Ah, claro! ¡Cómo no lo vi venir! —exclamó Eulalia, sarcástica—. No es por lo que haces, es por lo que simbolizas. Véndete bien, vístete de pureza inmaculada y ¡zas!, patrona. Mientras tanto, aquí me tienes, con una historia real, con cicatrices y sufrimiento, pero no. Alguien decide que tú, con tu título y tu celibato divino, eres más apropiada.
Merçè suspiró, aunque sin perder la calma.
—No es personal, querida. Es como funciona el cielo. De hecho, es más burocracia de lo que parece. A mí me lo ofrecieron porque, bueno, no tenía mucho que hacer en la otra vida. Tú… tenías tus cosas. Los mártires son muy solicitados.
—¿Entonces te plantaste aquí por pura disponibilidad? —Eulalia bufó, cruzándose de brazos—. ¿Es eso lo que sucede? ¿Patronas por defecto?
—Más o menos —la Virgen hizo un gesto amable con la mano—. Mira el lado positivo, querida. Tú siempre tendrás el martirio, algo con lo que nunca podré competir.
—¡Gracias! —replicó Eulalia—. Eso sí que consuela. Mientras la gente enciende petardos y baila en tu nombre, yo me quedo con el legado del dolor. ¡Un intercambio justo!
—El sufrimiento otorga profundidad —contestó Merçè—. Y las fiestas, bueno, son solo fuegos de artificio.
Eulalia miró alrededor, contemplando las luces, los castells y las risas, y no pudo evitar sonreír, aunque con ese toque ácido que solo el sarcasmo bien dosificado puede proporcionar.
—Supongo que tienes razón. Tú te quedas con los vítores, y yo con las cicatrices. A cada cual lo suyo. Pero recuerda —añadió, dándole una palmada en la espalda—, si las cosas se complican aquí abajo, yo estaré a una oración de distancia. Y, créeme, nadie olvida a una mártir.
Y con un brillo que mezclaba orgullo y resignación, Eulalia se desvaneció entre la multitud, dejando a la Virgen Merçè sola, aunque no tan inalcanzable como siempre había creído.
Al fin y al cabo, en el cielo, como en la tierra, siempre hay espacio para un malentendido glorioso.
«El amor no es amor en su máxima expresión si uno que vive no está dispuesto a morir por él, o si no puede devolver la vida a quien ha muerto por él» (Tang Xianzu, nacido el 24 de setiembre de 1550 para ser el padre del concepto trágico del amor)
Y que tardes en irte a otra galaxia muchos más de los 76 que cumples hoy... y hasta a lo mejor te da para "sacar" alguna que otra canción tan genial como la del vídeo.
Qualsevol nit pot sortir el sol,
i el món s'obre com un melic.
Sota el cel estrellat i dolç,
es desperta la llum d'un crit.
Hi ha un drac amagat entre fulles,
els monstres ballen al seu so,
i en el vent, com ales d'orenetes,
xiuxiueja la vida en flor.
Els amics vénen de lluny,
amb somnis de colors brillants,
la lluna riu des de l'estany,
i tot és nou, res no és estrany.
La nit ens parla a cau d'orella,
amb un conte de llum i foc,
i en el silenci, com una estrella,
el cor es troba, i es fa joc.
Som aquí, en un món petit,
on els somriures fan ressò,
perquè qualsevol nit,
pot sortir el sol, i tu amb ell, jo també.
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