BARCELONA SIN SETAS
Barcelona, la ciudad de las maravillas, o mejor dicho, la ciudad donde las maravillas se han convertido en humo. La semana pasada decidí lanzarme a una aventura quijotesca: encontrar setas. Setas urbanas, esas que crecen donde menos te las esperas, entre el hierro oxidado de una vieja alcantarilla o en la tierra apisonada al pie de un árbol. Pero no encontré ni una. Me pasé horas recorriendo cada calle, cada rincón, cada acera desgastada, buscando, husmeando, escarbando. Ni rastro. La ciudad había sido despojada de sus tesoros fúngicos. Las setas, esas rebeldes del asfalto, habían desaparecido como el polvo antes de una tormenta perfecta.
Es que ya no queda nada sin tocar en esta ciudad. Ni el aire. Todo tiene un dueño, todo tiene un precio, todo se vende y se compra. Ya no queda espacio para el azar. Antes, caminabas y podías tropezarte con una seta traviesa, salir con el bolsillo lleno de boletus y una sonrisa que nadie podía arrancarte. Ahora, el suelo está tan limpio, tan desinfectado, tan pulido, que no da lugar a la vida. Al menos no a la vida que no paga alquiler.
Miré alrededor, contemplé el paisaje urbano, pero lo único que vi fue un mosaico de aceras desnudas, y trozos de retrovisores rotos sobre el asfalto. Los coches ya no respetan nada, ni siquiera a sí mismos. Vi un espejismo de setas, una falsa promesa entre los cristales quebrados. Alguien había decidido que en esta ciudad no habría espacio para la magia. No habría lugar para esas pequeñas sorpresas que la naturaleza nos dejaba cuando nadie miraba. En cambio, había fragmentos de plástico, bolsas arrugadas y el aroma agrio del escape de un motor desajustado. Setas, no. Cambio urbano, sí.
Una ciudad masificada, comprimida, planificada hasta el último milímetro cuadrado. Ya no hay rincones escondidos donde la vida pueda brotar sin pedir permiso. Ya no hay espacio para lo inesperado, para lo salvaje, para lo absurdo. Se acabó el encanto de lo improvisado. Hasta las setas se han dado por vencidas. ¿Quién les puede culpar? Yo también estoy a punto de hacerlo.
No puedo evitar preguntarme, ¿es este el futuro que queríamos? Una ciudad tan perfectamente arreglada, tan meticulosamente organizada, que hasta las setas han tenido que hacer las maletas y largarse. Me imagino un concejal reuniéndose con las setas: "Lo sentimos, chicas, pero este terreno ya tiene dueño. Se construirá otro bloque de apartamentos turísticos. Agradecemos su colaboración. Favor de desintegrarse inmediatamente". Y así, Barcelona se ha quedado sin setas, pero con apartamentos para quien pueda pagarlos.
Qué lástima, de verdad. Barcelona, la ciudad donde la masificación no solo se llevó a sus ciudadanos, sino también a sus setas. Tal vez debería buscar en otro lugar. Algún rincón del mundo donde las setas sigan creciendo sin tener que pagar alquiler. Si es que queda algún sitio así.
«El nuestro es un país construido más en las personas que en el territorio» (David Ben-Gurión, nacido el 16 de octubre de 1886 para ser el fundador de estado de Israel y, por la frase, ahora entiendo lo que quieren hacer con Palestina)
Y que cumplas muchos más de los 40 de hoy. Cuídate la voz que la vas a necesitar toda la vida para ganártela.
Sense promeses
Les promeses es van desfer amb la pluja, com aquell dia a l'andana, sota el cel gris. Els teus ulls em demanaven un futur que no podia assegurar-te. Jo no volia fer promeses buides, aquelles que s'escapen com el vent entre les branques dels arbres. Només et vaig oferir el meu cor, nu i sincer, sense garanties.
Ens vam abraçar, sabent que el camí seria incert. Ni tu ni jo volíem seguretats, només la veritat del present. I potser, algun dia, tornarem a coincidir, no amb promeses, sinó amb records d'un amor que mai va necessitar paraules eternes.
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