EL ANILLO
Bajo el cielo despejado, los muros de piedra de la antigua iglesia parecían murmurar historias olvidadas, como si el tiempo no hubiera pasado, como si cada roca sostuviera los ecos de los siglos. El campanario asomaba entre las nubes, como un dedo índice señalando hacia algo que nadie más podía ver. Mateo caminaba por el sendero de grava, su respiración lenta, acompasada, intentando acallar el murmullo que comenzaba a erguirse en su pecho. Había algo en el aire, algo que le rozaba la piel, como si la historia misma del lugar intentara acercarse a él, sin ser vista.
El frío de la piedra que tocaba en el arco bajo el cual pasaba le arrancó un escalofrío. Era más que solo piedra vieja. Había un rumor, un eco que no era el viento. Algo debajo de la superficie. A sus espaldas, Paula, su compañera de viaje, se detuvo junto al viejo pozo que yacía en el patio de la iglesia. El agua estancada apenas reflejaba el cielo que comenzaba a teñirse de naranja. "¿Lo oyes?", susurró.
Mateo se giró. "¿Oír qué?"
Paula frunció el ceño, inclinándose sobre el borde de la pila de agua. "Parece... como si alguien estuviera susurrando. Como... una plegaria o algo así. Pero no entiendo lo que dicen."
Mateo no contestó, pero sus pasos lo llevaron hasta ella. El pozo estaba seco, pero en el fondo, entre las piedras, había algo enterrado, algo que brillaba débilmente a la luz del sol moribundo. Un destello metálico. "¿Qué es eso?"
Ella no respondió. Se quedó mirando fijamente. "Tal vez no deberíamos tocarlo", susurró finalmente. Había algo en su voz que no era miedo, sino advertencia. Pero Mateo ya se había arrodillado, estirando la mano hacia el pozo. Sus dedos rozaron el borde de la piedra, sintiendo el frío de siglos, y en ese momento, el aire alrededor de ellos cambió.
El campanario de la iglesia sonó, un tañido profundo que resonó en el valle, aunque nadie había tirado de las cuerdas. El suelo bajo sus pies vibró, como si las mismas piedras que formaban el edificio estuvieran despertando.
"Mateo", dijo Paula, tomando un paso hacia atrás. "Creo que deberíamos irnos."
Pero él no se movió. Algo tiraba de él, algo más allá de la lógica o el instinto. Era como si las piedras mismas le hubieran hablado, como si hubieran estado esperando por alguien como él. Tiró con fuerza, y entre sus manos, apareció un anillo oxidado, grabado con runas que ninguno de los dos reconocía. Apenas lo levantó del suelo, el viento se levantó de la nada, helado, cortando la piel.
"¡Mateo, vámonos!" Paula lo tomó del brazo, pero él no pudo moverse. Los ojos de ambos se alzaron hacia la torre, donde una figura, apenas perceptible, se había materializado. Vestida con ropas antiguas, como las de los monjes que alguna vez habitaron el lugar. Pero su rostro, escondido bajo una capucha, era más sombra que carne.
“Te estaban esperando,” murmuró Paula, temblando.
La figura descendió por las escaleras que conectaban la torre con el patio. Los pasos de piedra, que por años habían estado vacíos, ahora resonaban con una vida extraña, como si el tiempo mismo se hubiera plegado sobre sí mismo. Paula retrocedió más. Pero Mateo, con el anillo en la mano, lo sintió con claridad. No había temor. Solo... curiosidad.
El monje se detuvo a pocos metros de ellos, su respiración silente. Y entonces, en un susurro apenas audible, habló. "Devuelve lo que no es tuyo."
El anillo, ahora brillante, parecía tener vida propia. Latía, caliente, quemando la piel de Mateo, como si las runas grabadas estuvieran activándose. "¿Qué es esto?" preguntó, su voz quebrándose.
El monje no respondió. Simplemente extendió una mano esquelética, esperando.
"Déjalo, Mateo, por favor", rogó Paula, con los ojos muy abiertos, la respiración agitada.
Pero él no podía. Era como si algo más fuerte que él mismo le impidiera soltarlo. Los susurros en el aire se hicieron más fuertes, más urgentes. El anillo se calentaba, la torre temblaba. Y de repente, las paredes que los rodeaban comenzaron a desmoronarse, como si el lugar entero se estuviera derrumbando, atrapado en un ciclo interminable.
Con un último grito, el viento cesó, las piedras volvieron a su lugar, y Mateo soltó el anillo. La figura se desvaneció tan rápido como había aparecido. El silencio fue abrumador, solo roto por el leve chapoteo del agua en el pozo.
Paula se acercó temblorosa a Mateo, quien miraba sus manos vacías. "¿Qué acaba de pasar?"
Mateo no respondió. La iglesia parecía la misma, y sin embargo, todo había cambiado. El anillo ya no estaba en el pozo. Los ecos del pasado aún resonaban en sus oídos, y en algún lugar, bajo las piedras, los secretos de aquel lugar dormían de nuevo, esperando al siguiente que se atreviera a despertarlos.
«Nadie es fuerte el 100% del tiempo, o se desmorona el 100% del tiempo; a veces estás haciendo ambas cosas a la vez» (Lauren Mayberry, nacida el 7 de octubre de 1987, así que aún podemos celebrar su cumpleaños y su frase llena de … ambas cosas a la vez)
Y que cumplas muchos más de los 58 de hoy ... y no, no eres un monstruo.
Borrall de pols
Era un dia gris, d’aquells que engoleixen la ciutat. En Joan caminava amb el cap cot, esquivant mirades, amagat dins d'una jaqueta massa gran per ell. Només volia ser invisible, fondre’s entre la multitud. Els ulls de la Marta el travessaren com un raig de sol, però ell girà la cara, conscient que no hi tenia cabuda. Ella era art, i ell… un borrall de pols enganxat a les sabates. Va marxar lluny, escoltant el batec insistent de la seva pròpia solitud, amb un desig tan impossible com deixar de respirar: ser algú prou especial per ser vist.
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