lunes, 14 de octubre de 2024

 EL TERROR DE LA VIVIENDA EN BARCELONA


La puerta se abre con un chirrido leve, como si la casa quisiera advertirnos de lo que nos espera. Pero no hay telarañas colgando ni luces parpadeantes. En lugar de eso, una luz cálida ilumina el recibidor, como si nos invitara a relajarnos. Mala señal. Barcelona no invita a nadie a relajarse, especialmente en cuestiones de vivienda.

—Bienvenidos a la experiencia más terrorífica de vuestras vidas —anuncia la agente inmobiliaria con una sonrisa perfectamente calculada. Parece que se esfuerza en ocultar algo. Algo oscuro. Algo que podría freí nuestras neuronas. O al menos nuestros ahorros.

—¿No va a salir ningún payaso con un cuchillo, verdad? —pregunta Javi, mirando hacia el pasillo.

La agente suelta una risa corta, casi robótica.

—No, no hay payasos aquí. Aunque depende de cómo defináis a los propietarios —responde, sin perder la sonrisa.

—¡Venga ya, ni un triste susto! —añade Marta, mi compañera de aventuras y de crisis existenciales. Ella toca las paredes, como si buscara una puerta secreta o un compartimento que esconda un monstruo. Nada. Solo pintura beige y buen gusto. Demasiado buen gusto. Esto no pinta bien.

—Esta es la cocina —dice la agente, abriendo una puerta con un gesto teatral—. Totalmente equipada, con electrodomésticos de última generación.

—¿De última generación? —Javi se acerca al frigorífico y lo inspecciona—. Pues mi abuela tenía uno igual en los noventa.

La agente mantiene la sonrisa. Debe estar entrenada para aguantar sarcasmos. Apunta al salón, donde un sofá gris y minimalista se erige como el rey del espacio. Frente a él, un ventanal que deja ver la ciudad. Barcelona se extiende al otro lado, con su caótica belleza de edificios amontonados y antenas que se estiran hacia el cielo.

—¡Mirad, vistas panorámicas! —dice la agente, extendiendo los brazos como si fuera Vanna White en un concurso de televisión.

—Sí, panorámicas del bloque de enfrente —murmura Marta—. Casi puedo ver qué está desayunando la señora del tercero.

Nos reímos. La agente también, aunque ya empieza a mostrar signos de agotamiento. Nos lleva al dormitorio principal. La cama está perfectamente hecha, con cojines que parecen colocados por un arquitecto obsesivo.

—Este dormitorio tiene mucha luz natural —dice, mientras Marta se lanza sobre la cama, hundiéndose entre los cojines.

—¡Y también tiene un colchón que parece de hormigón! —exclama, haciendo que Javi suelte una carcajada.

Finalmente, la agente nos conduce de nuevo al recibidor. Nos entrega unos folletos y saca un sobre del bolso. Su sonrisa se vuelve más tensa. Ahí llega. El momento culminante. El giro de terror que nos prometieron.

—Bueno, y ahora, si me permitís… aquí tenéis el contrato de alquiler y… el precio mensual.

Nos entrega el papel y todo se vuelve silencioso. Siento un frío recorriendo mi espalda, como si hubiera abierto una puerta a otro mundo. Miro la cifra y casi suelto un grito. Marta se queda pálida. Javi se lleva la mano al corazón, tambaleándose.

—¿Esto… esto incluye un sacrificio mensual al dios de los alquileres? —pregunta Javi, intentando recuperar el aliento.

—No, pero incluye la comunidad y el IBI —responde la agente, sin una pizca de ironía.

Marta deja caer el folleto al suelo.

—Ahora entiendo por qué vi una ambulancia en la puerta. Esto sí que es terror del bueno.

La agente asiente, comprensiva. Quizá demasiado. ¿Cuántas veces habrá visto esta escena? Gente entrando con esperanza y saliendo con el alma hipotecada. Nos dirigimos a la puerta, y justo antes de salir, me giro hacia ella.

—Una última cosa —digo—. ¿Hay mucha demanda?

La agente sonríe, y en su sonrisa veo algo parecido a la piedad.

—Oh, sí. Muchísima. De hecho, ya hay tres personas esperando vuestra respuesta.

Salimos a la calle. El aire de Barcelona nos golpea, cargado de humo, ruido y vida. Nos miramos los unos a los otros y, sin decir nada, sabemos que ninguno quiere volver a entrar. En algún lugar, una sirena suena a lo lejos. Otra pobre alma que no pudo con el susto del alquiler.

«La literatura es el arte de la mentira que dice la verdad» (Enrique Lafourcade, nacido el 14 de octubre de 1927 para dedicar su vida a intentar divulgar su verdad)

Y que cumplas muchos más de los 61 de hoy ... y que consigas llegar a esa Luna que cantas tan bien.

Lluna

La nit s'estenia com un mantell infinit, i la Lluna flotava, reina silenciosa del cel. Ell, des del terrat, la mirava amb els ulls humits. Era l'única que l'havia vist estimar-la, la seva confessorà, el testimoni mut de les seves promeses a l'ombra dels estels. "Luna, porta-li el meu amor", va xiuxiuejar, amb l'esperança que ella, la Lluna que ho sap tot, ho pugui fer. El vent va respondre amb un suau alè, com si la nit mateixa li prometés que les seves paraules arribarien, d'una manera o altra, fins allà on ella era.


 

 

 

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