AÑO 2054: LA CIUDAD DE LOS DRONES
Neo-Tokyo había dejado de parecer un lugar habitable. Desde abajo, las sombras de los drones volaban en una coreografía caótica, como si alguien hubiera soltado millones de mosquitos mecánicos a realizar recados. Akira Tanaka, el ingeniero detrás de este "progreso", observaba desde la Torre de Control Aéreo Urbano. Su oficina, si es que se podía llamar así, estaba rodeada de pantallas holográficas, todas mostrando el movimiento constante de esos enjambres mecánicos que se ocupaban de todo: desde entregar comida hasta prevenir accidentes. La paz perfecta… o eso decían.
—ARIA, dame la vista de Zeta-7 —ordenó Akira, sin mover ni un músculo. Solo su voz activaba a la asistente virtual, que inmediatamente proyectó en el aire la visión desde el dron más avanzado de la flota.
Zeta-7 cruzaba entre los edificios como un halcón en picada. Sin embargo, no había nada de majestuoso en su vuelo; solo eficiencia robótica. Akira sonrió con ironía. “El futuro es ahora, supongo”, pensó. Un futuro que había llegado demasiado rápido, demasiado preciso, demasiado… aburrido.
—Hay un fallo en el Sector 5 —anunció ARIA, con su habitual tono inhumano.
Akira suspiró.
—¿Y qué es esta vez? ¿Otro dron de pizzas fuera de ruta?
—Negativo. Dron de carga. Está cayendo.
Las alarmas rugieron justo cuando la IA terminaba de hablar. La pantalla mostró un monstruo metálico de 400 kilos precipitándose sobre las calles, mientras los drones menores se dispersaban como ratas que huyen de un barco a punto de hundirse.
—¿Podemos solucionarlo antes de que alguien termine aplastado como una cucaracha? —preguntó Akira, saboreando la metáfora mientras sus dedos tamborileaban con impaciencia.
—Los sistemas de evasión de colisiones están activos. Los drones ya están ejecutando maniobras —respondió ARIA, sin rastro de preocupación. Claro, las IA no se preocupan.
Zeta-7, el orgullo de la flota, entró en acción. Su IA, más astuta que un zorro en un corral, detectó de inmediato un dron de pizzas desviándose de su ruta. Ambas máquinas, con sus placas rojas como insignias de guerra, comenzaron una danza evasiva. Era una coreografía precisa, medida al milímetro.
—Qué bello ballet —Akira no pudo evitar reírse. En este mundo de acero y engranajes, incluso las máquinas tienen que esquivar el desastre con gracia. Zeta-7 realizó un giro limpio, mientras el dron de pizzas hacía lo mismo en sentido opuesto. Como siempre, el algoritmo RCA (Reciprocal Collision Avoidance) funcionaba como un reloj suizo.
—Lo que daría por un error. Algo inesperado —murmuró Akira.
Las luces de la ciudad parpadearon mientras más y más drones se reorganizaban, creando un corredor para que los equipos de rescate alcanzaran el dron de carga que caía. Akira observaba cómo los cielos se abrían como las aguas del Mar Rojo. Todo iba según lo planeado.
—Ampliando vista del Sector 7 —anunció ARIA, mientras la pantalla mostraba un enjambre de drones despegando y creando el espacio necesario.
El dron de carga, apenas estabilizado por los equipos de rescate, dejó de caer. Todo el caos se disipó en cuestión de segundos. La rutina, esa maldita rutina. Akira soltó un largo suspiro.
—"Un día más en la oficina", como solía decir mi abuelo cuando las cosas iban mal en su trabajo… Pero aquí no hay caos, no hay margen para errores, solo algoritmos que lo predicen todo —pensó, casi con nostalgia. Volvió a observar a los drones danzando, restableciendo su caótico orden habitual. Miles de ellos, entregando paquetes, salvando vidas, pero sin vida propia.
—Todo bajo control, como siempre —dijo, aunque esta vez su voz sonaba a burla, incluso para él.
—¿No es lo que querías, Akira? —respondió ARIA, como si tuviera una pizca de ironía programada para estos momentos.
—Sí, ARIA. Justo lo que siempre quise. —Akira se recostó en su silla, con la vista fija en las luces intermitentes de los drones, todos perfectamente sincronizados, todos obedeciendo sin cuestionar. Se preguntaba qué sería de él si alguna vez fallara todo. ¿Podría disfrutar del caos? Probablemente, lo despidieran antes de tener la oportunidad.
Las luces de los drones brillaban en el cielo, formando una sinfonía de colores. Akira cerró los ojos, dejando que los zumbidos llenaran el aire, una serenata metálica que, a fin de cuentas, le recordaba cuán lejos estaban los humanos del control de sus propias creaciones. O tal vez ya nunca lo habían tenido.
«El amor, que es una locura, un azote, una fiebre, una ilusión y una trampa, también es un misterio, y muy imperfectamente entendido por todos excepto por el individuo que sufre bajo sus torturas» (Mary Elizabeth Braddon, del 4 de octubre de 1837 no pudo desvelarnos el misterio, ese que mueve el mundo)
Y que cumplas muchos más de los 36 de hoy aunque sea cantando canciones de quienes ya no están...
Riu de Lluna
Riu de Lluna, tan ample i tan estret, navegues pels somnis d'aquells que, com jo, es perden entre estrelles i lletres. Et miro des de la finestra del tren, on cada parada és un sospir, una pausa que no vol arribar enlloc. Tu, sempre brillant, sempre present, fas que les ombres ballin al teu ritme suau. I jo, amb les butxaques plenes de somnis, em pregunto si un dia ens creuarem en aquest camí d’aigua platejada. Riu de Lluna, porta’m amb tu, cap a l’eternitat que sempre sembla estar a l’horitzó.
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