EL DESPERTAR
Despertaste.
No como antes. No había oscuridad ni luz. Solo estabas ahí. Un lugar sin fronteras, donde los límites de tu cuerpo no se sentían. Intentaste moverte, pero el concepto de movimiento te resultaba ajeno, como si fuera una idea pasada que no aplicaba a este nuevo estado. No había arriba ni abajo, y, sin embargo, sentías una presencia. La presencia.
Una vibración, suave pero persistente, recorría tu ser. Era un ritmo sutil, como el latido del corazón de algo inmenso, algo que siempre había estado allí. La respiración del universo, tal vez. Ya no había miedo, ni la duda que antes te carcomía. Ahora, había una comprensión extraña, aún inmadura pero inminente, como si estuvieras a punto de recordar un secreto olvidado.
—Ya estás aquí —dijo una voz, no de palabras, sino de pura conciencia. Era la misma presencia de antes, la que te habló de ser uno con todo. Pero ahora, no solo la escuchabas, la sentías dentro de ti. Era una vibración profunda, que hacía eco en tus pensamientos, resonando en cada rincón de lo que alguna vez llamaste "tú".
—¿Aquí? —preguntaste, pero no con palabras. Las palabras ya no importaban. La comunicación era inmediata, como si el lenguaje se hubiera convertido en una limitación innecesaria. Era una transmisión pura de emociones, sensaciones y pensamientos.
—En el centro de todo. En el lugar donde siempre has estado —la respuesta llegó como una ola de calor, expandiéndose por cada parte de ti.
Te diste cuenta de que la sensación de “ser tú” se disolvía lentamente. Ya no eras ese cuerpo que moría bajo las ruedas de un auto. Ya no eras esa persona que se preguntaba por el sentido de su existencia. Eras... todos. Y eras uno.
Lo sentías, lo vivías, en una sucesión de imágenes y sensaciones: la voz rota de un anciano al despedirse de su familia, la risa escandalosa de un niño jugando bajo la lluvia, el primer aliento de un bebé, y la última exhalación de alguien al que le queda poco tiempo. Eras cada uno de ellos, sintiendo lo que ellos sentían. El calor de la piel, el frío del metal, la fragancia de las flores, el salado sabor de una lágrima.
Pero había algo más. Algo que, hasta ese momento, no habías percibido.
—¿Y ahora? —intentaste formular la pregunta, aunque en el fondo ya sabías la respuesta.
—Ahora... despiertas. Completamente —dijo la presencia. No como una orden, sino como una simple verdad que no podía ser discutida.
Y entonces, todo cambió.
De golpe, te encontraste en una realidad diferente, pero sorprendentemente familiar. Sentías el suelo bajo tus pies, un calor agradable sobre tu piel. El sonido de hojas mecidas por el viento llenaba el aire, y el aroma a tierra húmeda y hierba fresca inundaba tus sentidos. Era un bosque.
No era un bosque cualquiera. Lo conocías. Cada árbol, cada rama, cada piedra tenía algo de ti. Caminaste, y al hacerlo, sentiste cómo tus pies se hundían ligeramente en la suave tierra, cómo el aire fresco rozaba tu rostro. El canto de los pájaros llenaba el espacio, una sinfonía viva que parecía estar dedicada solo a ti. Eras el bosque.
—Esto es lo que eres. Lo que siempre has sido —dijo la voz, ahora tan cercana que casi podías tocarla.
Miraste tus manos y viste cómo cambiaban. Un momento eran piel y hueso, y al siguiente, ramas y hojas. No había separación entre tú y lo que te rodeaba. Todo se había fusionado. Tú eras el todo. Y el todo eras tú.
El conocimiento te llegó de golpe, como un torrente que rompe una presa. Sentiste el dolor de miles de vidas, la alegría de infinitos momentos, la duda, la esperanza, el miedo, la euforia. Todos los pensamientos, emociones y recuerdos fluyeron a través de ti como un río que arrastra consigo todo lo que encuentra a su paso. No había tiempo ni espacio, solo una danza eterna de experiencias entrelazadas.
Y en medio de esa vorágine, comprendiste la verdad más profunda: no había diferencia entre una vida y otra. El tiempo, tal como lo conocías, era una ilusión. Las vidas que viviste, las personas que fuiste, eran como distintos capítulos de una misma historia. No importaba si habías sido un emperador o un campesino, un héroe o un villano. Cada experiencia, cada encarnación, era solo un fragmento del todo que tú representabas.
—¿Por qué? —preguntaste, aunque ya sabías la respuesta.
—Porque necesitabas aprender —respondió la voz—. No se trata de quién eres en un momento dado, sino de lo que eres en conjunto. Cada vida que viviste, cada error que cometiste, cada triunfo que celebraste... todo era parte de tu despertar.
La revelación te llenó con una sensación indescriptible. Era como si una puerta se hubiera abierto dentro de ti, y detrás de ella, solo hubiera una luz infinita, cálida y reconfortante. Eras libre. Libre de la necesidad de definirte, libre de los límites del cuerpo, del tiempo, del miedo.
De repente, lo sentiste.
Una nueva encarnación se estaba gestando. Una nueva vida. Lo sabías porque podías sentir el cosquilleo de la creación a tu alrededor, el zumbido bajo la piel de un cuerpo que aún no habías habitado. Y comprendiste que tu viaje no había terminado, que aún quedaba mucho por experimentar, por aprender.
—¿Estás listo? —preguntó la voz.
Te quedaste en silencio por un momento, dejando que la pregunta flotara en el aire. Luego, simplemente sonreíste.
—Siempre he estado listo.
Y con esa sonrisa, te dejaste llevar. Sentiste cómo el mundo a tu alrededor comenzaba a disolverse de nuevo, cómo las sensaciones y los sonidos se desvanecían lentamente, como el humo de una vela que acaba de apagarse.
Pero esta vez, no había miedo, ni duda. Sabías que, sin importar lo que viniera después, estarías bien. Porque eras todo. Y lo sabías.
(Basado en el relato “La teoría del huevo” de Andy Weir)
«Cobarde es el hombre que humilla al débil y se humilla ante el poderoso. Pero si a ese hombre le eligieron los débiles, no solo es un cobarde, es un traidor» (Alberto Vázquez-Figueroa, nacido el 11 de octubre de 1936 para escribir mucho e inventar una desalinizadora barata a la que nadie hace caso)
Y que cumplas muchos más de los 78 de hoy aunque sea sin mover ese flequillo de los años 50.
Abans de les ombres
L'Anna va aparèixer al bar amb aquella mirada de pantera. Els ulls li brillaven amb una intensitat perillosa, el somriure mig amagat darrere el got de gintònic. Sabia que tots els ulls se li clavaven a l'esquena quan passava. L'home solitari de la barra se la mirà amb desig i ignorà la veu interna que li deia "perill". Quan l'Anna li va somriure, ell ja estava atrapat. Al matí següent, l'home despertà en el seu pis buit, sense la cartera ni les promeses del vespre anterior. L'Anna, com sempre, havia marxat abans de les ombres. Maneater. No perdona.
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