SUEÑO LÚCIDO
La noche caía sobre la ciudad mientras Marta ajustaba su máscara de sueño, ese nuevo artilugio de REMspace que había pasado de ser un concepto extraño a una herramienta que prometía llevar el contacto humano a otro nivel. Al otro lado de la ciudad, Pablo se acurrucaba en su cama, listo para embarcarse en la experiencia del experimento. A los dos les habían prometido que la noche sería diferente, una oportunidad para conectar en un estado de conciencia que normalmente quedaba reservado para el teatro de lo inconsciente. Y, claro, ambos compraron la idea. La posibilidad de compartir un sueño, como si de una llamada telefónica se tratara, resultaba tentadora.
El servidor activó su maquinaria cuando Marta cayó en el sueño REM. Sintiendo un leve cosquilleo en las sienes, el mensaje llegó. Remmyo no sonaba exactamente como una palabra, más bien era un zumbido que vibraba en algún rincón abstracto de su mente. Marta sonrió, reconociendo el código y repitiéndolo, como le habían indicado. El sueño se retorció en colores imposibles, un prado azul bajo un cielo anaranjado que bullía con figuras geométricas. Y entonces lo vio: un faro lejano, la señal que Pablo esperaba.
Pablo también había alcanzado el sueño REM. La voz de Marta se filtró entre sus pensamientos, resonando con ese tono que aún resultaba algo artificial. "¡Vaya, lo lograron!", pensó. Pablo sintió la palabra revoloteando en su mente, como un insecto insistente que no puede dejarse de lado. La repitió, permitiendo que su mente se envolviera en el eco del mensaje.
Y ahí estaban ambos, compartiendo la fragilidad de un sueño compartido. Un prado y un faro. Una imagen que debía ser sencilla, pero que se llenaba de pequeños detalles imposibles, como los insectos que parecían tocar una melodía al volar, o la textura del aire que se sentía pesada y dulce. "Cómo se siente conectar, pero no con WiFi sino con cerebro", pensó Pablo, un destello de sarcasmo que logró que el sueño se volviera algo más cálido, más cercano.
Marta avanzó hacia el faro y Pablo hacia ella. Parecía una caminata sencilla, pero cada paso estaba lleno de dificultad. La hierba les enredaba los pies, el viento les susurraba secretos que no pedían escuchar, y, a cada paso, una idea incómoda comenzaba a asomar en la mente de ambos. "¿Qué pasa si empiezo a soñar algo que no quiero compartir? ¿Y si la próxima vez la cosa se descontrola y acabamos reviviendo pesadillas en cadena?". Era una conexión, sí, pero también una ventana abierta a rincones que quizá no querías que nadie viera.
Finalmente, se encontraron en la base del faro. Marta alzó la mano para tocar la puerta, y Pablo la siguió. "Toc, toc", dijo con una sonrisa, como si la casa fuera de algún viejo amigo. Pero, claro, en los sueños nunca sabes quién te puede abrir. Al entrar, el faro no era un faro, sino una habitación redonda llena de espejos. Y en cada espejo no estaban ellos, sino versiones distorsionadas, fragmentadas. Reflejos en los que sus caras se deshacían, mostrando retazos de sueños anteriores, pensamientos no compartidos, secretos.
Marta y Pablo intercambiaron una mirada. "Parece que tendremos que ir con cuidado con lo que soñamos, ¿o con quién lo compartimos, no?". La voz de Marta tenía un tinte de humor nervioso, pero también una verdad incómoda. La conexión onírica podía ser emocionante, pero también aterradora. La posibilidad de compartir los sueños también implicaba desnudar la mente de una manera que nunca antes habían experimentado.
Los espejos parecían observarlos. "Quizá este sea el próximo nivel de amistad", bromeó Pablo. "Saber no solo qué piensas durante el día, sino también lo que sueñas por la noche. Sin filtro. Sin mentiras".
Ambos rieron, pero era una risa apagada, la clase de risa que oculta un suspiro. No todo lo que la mente produce en el sueño es digno de compartirse, no todo será un prado y un faro. A veces habrá bestias escondidas en la oscuridad, sombras que es mejor dejar dormir.
Al despertar, Marta miró la pantalla del dispositivo, la confirmación de que el experimento había sido un éxito. Pablo también se había despertado, y en su pantalla había un mensaje. "Lo logramos", decía. Marta sonrió, pero una parte de ella no podía dejar de pensar: ¿Y si, alguna noche, no lo logramos? ¿Y si alguna vez no hay un faro para encontrarnos, sino un abismo insondable que nos devore?
La tecnología había roto las fronteras entre los sueños y la realidad, pero quizá las fronteras existían por una buena razón. Marta apagó el dispositivo y se levantó, el suelo bajo sus pies se sentía demasiado real, y, por un momento, eso fue todo lo que necesitó.
«A veces nos tumbamos en las praderas mirando las nubes flotar sobre nosotros e imaginamos qué bonito sería si nos visitase un mago y preguntase a cada uno de nosotros por su deseo» (Yordán Radíchkov, nacido el 24 de octubre de 1929 aún no sabía que era posible comunicarnos en sueños)
El 24 de octubre de 2017 se fue a la habitación de al lado dejándonos su éxito más conocido cosechado 61 años antes ¡que pena!
"Quina pena"
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