BAJO LA MIRADA DE LA LUNA DE CASTOR
Ese 15 de noviembre el viento nocturno se colaba entre las ramas desnudas de los árboles, sacudiendo con suavidad las últimas hojas marrones que el otoño no había logrado arrancar del todo. Me detuve en el borde del lago, con la vista fija en el horizonte, donde la Luna llena comenzaba a asomar, enorme y dorada, como un faro perdido en la inmensidad. La llamaban la Luna de Castor, y su presencia parecía cubrirlo todo de una pátina mágica, una energía ancestral que venía del pasado y se instalaba en mi pecho, pesando igual que una manta antigua cargada de recuerdos.
Cerré los ojos un momento. Sentí el aire frío rozando mi piel, como un susurro de algo más allá de lo visible, una presencia que no podía ignorar. En ese momento, la emoción me golpeó, cruda, incómoda. Era miedo, el tipo de miedo que se siente como una humedad que se cuela por las grietas, llenándote de dudas. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué sentido tiene todo esto? Escuché el crujido de las ramas, y me sentí vulnerable, tan vulnerable como si mi piel fuera papel y el viento pudiera desgarrarla. Me sentía como aquellos castores que, siglos atrás, construían sus refugios con desesperación antes del invierno. Solo que yo no tenía claro cuál era mi refugio, ni si estaba construyendo algo que me protegería del frío que llevaba dentro.
El agua del lago reflejaba la Luna. Brillante, clara, casi cegadora. Me agaché y sumergí las manos en el agua. El frío me golpeó, pero no aparté las manos. De alguna forma, necesitaba sentirlo, necesitaba que el dolor físico eclipsara el nudo de inseguridad que tenía en el estómago. La inseguridad era áspera, como una piedra que raspaba mis entrañas cada vez que intentaba respirar profundo. Tal vez, pensé, era momento de dejar atrás aquello que llevaba arrastrando desde el verano. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo dejar atrás el miedo al fracaso, a no ser suficiente, a que mis sueños nunca se materialicen? Tal vez eran las expectativas propias, marchitándose como esas hojas aún colgadas de los árboles, vencidas pero obstinadas.
Quería decirlo en voz alta. Quería gritarle a la Luna, pedirle respuestas, pero solo conseguí murmurar, con la voz rota:
—No sé qué hacer. Estoy perdido.
Escuché un aullido lejano, algo que me recordó que no estaba solo en la noche. Los animales también percibían el cambio, el ciclo que llegaba a su plenitud, y yo también debía aceptarlo. Me levanté, secándome las manos en los bolsillos del abrigo. La Luna de Castor brillaba sobre mí, sobre el lago y sobre el mundo entero, y me sentí pequeño pero también parte de algo inmenso, algo que no comprendía del todo pero que me acogía en su abrazo plateado. Sentía la conexión con mis antepasados, con quienes también habían mirado al cielo buscando respuestas, esperando señales en la danza eterna de la Luna y las estrellas.
—Es tiempo de soltar —murmuré, y mi voz se perdió entre los árboles, como una plegaria lanzada al viento.
El deseo que nunca me atreví a expresar me llenaba el pecho. Quería ser visto, ser escuchado. Quería que mis palabras importaran, que alguien entendiera el peso que cargaba. La luz de la Luna iluminaba mi camino de regreso. No había respuestas definitivas, solo el susurro del viento y el reflejo danzante del agua, pero eso, pensé, ya era suficiente. La Luna me había mostrado que no todo necesita ser comprendido; a veces, simplemente hay que dejarse guiar por la luz, confiar en el misterio y seguir adelante, sabiendo que el universo siempre está ahí, velando por nosotros.
P.S. Aneu a mirar la lluna que avui fa una nit clara.
«Ni siquiera sabemos lo que somos, y mucho menos lo que podemos llegar a ser» (Gerhart Hauptmann, nacido el 15 de noviembre de 1862 para ser premio Nobel de literatura en 1912. Ni el lo hubiese podido imaginar)
Y que cumplas muchos más de los 73 de hoy y, ya sabes, siempre habrá mejores versiones de la canción que cantas en el vídeo; por ejemplo la que está debajo que es la original.
Bon dia, estrella
Bon dia, estrella brillant. T'has amagat rere les ombres durant tota la nit. Ara, des del teu racó del cel, observes els meus passos de ball maldestres sobre l'herba humida. T'atreveixes a somriure mentre el vent xiuxiueja melodies d'un altre temps. Jo canto, malgrat tot, amb els ulls plens de son i les mans plenes de rosada. M'acompanyes, estrella, amb la teva llum suau, amb la teva promesa callada de matins eterns. I així, ballant, et dic bon dia mentre tu, brillant, m'il·lumines el cor, recordant-me que el somni mai acaba, només es transforma.
Alucino, excelente, como siempre.
ResponderEliminarNo hay mejor "droga" para alucinar que leer... y escribir (para algun@s)
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