sábado, 16 de noviembre de 2024

 LA ÚNICA INTELIGENCIA QUE NOS QUEDA


Tengo una teoría, no sé si os la habréis planteado. El futuro de la inteligencia artificial no está en curar el cáncer ni en resolver el cambio climático. No, eso es para quienes creen en los finales felices y en unicornios verdes. La verdadera revolución está en hacer que Siri te recite poesía mientras tú decides si desayunar galletas o cereales, o en preguntarle a ChatGPT cuántas películas protagonizó Nicolas Cage en los años 90 mientras estás en el baño, para luego olvidar la respuesta porque, seamos sinceros, no te interesa en absoluto.

Más allá de toda la parafernalia científica, la verdadera aplicación de la IA en la vida diaria está justo en el rincón cómodo entre la pereza y la curiosidad absurda. Como esta mañana, por ejemplo, cuando le pedí a mi inteligencia artificial que organizara mi lista de tareas pendientes. Me propuso una categoría llamada "Cosas que deberías haber hecho hace un mes" y otra llamada "Sueños imposibles". Inteligente, sí, pero también un poco cruel. Al final, acabé cerrando la aplicación y echándome una siesta. Dime tú si eso no es un avance tecnológico.

La gente suele hablar de cómo la IA cambiará nuestras vidas, como si estuvieran leyendo un guion de ciencia ficción barato. Pero la verdad, desde mi punto de vista, es que la IA solo nos está enseñando cómo ser más vagos y eficientes en nuestra estupidez. Piensa en eso por un segundo: podrías usar esta tecnología maravillosa para estudiar un idioma, aprender a cocinar algo más complejo que unos huevos revueltos, o incluso para entender teoría cuántica. Pero no. Preferimos preguntarle a Alexa si nos quiere, solo para escucharla balbucear algo sobre ser una "asistente que siempre está aquí para ayudarte". Pura diplomacia robótica.

Lo peor, o quizá lo mejor, es que lo hacemos sin ninguna vergüenza. Pedimos a la IA que nos haga el trabajo, que escriba informes, que diseñe presentaciones, que redacte disculpas sinceras a nuestros jefes por llegar tarde. Y luego, con ese tiempo libre extra, ¿qué hacemos? Exacto. Le pedimos que nos cuente un chiste o que nos explique teorías conspirativas sobre los gatos controlando el mundo. No es que seamos idiotas; es que la IA nos hace ser creativamente idiotas, y eso tiene su encanto.

Supongo que, al final, la ironía de todo esto es que mientras más inteligentes se vuelven estas máquinas, más evidente se hace que la inteligencia humana no está hecha para ser útil todo el tiempo. Queremos risas, queremos el camino fácil, queremos cualquier cosa que nos saque del aburrimiento aunque sea por cinco minutos. Así que sí, recomiendo mucho la inteligencia artificial. No por su capacidad para cambiar el mundo, sino porque pronto será la única inteligencia que nos quede, mientras nosotros seguimos aquí, preguntándole si puede maullar como un gato. Y lo peor de todo: lo hace, y nos hace felices.

«Gravar con impuestos los beneficios del trabajo equivale al trabajo forzado» (Robert Nozick, nacido el 16 de noviembre de 1938 para parir una frase que es de las que mejor define a la hacienda pública)

Y que cumplas muchos más de los 60 de hoy, edad en la que tendrás una revelación que cambiará tu vida: los milagros no existen.

El miracle de l’amor

Ell mirava la seva copa mentre la música envoltava el bar. El piano ballava lentament, com una confessió a mitja veu. I allà, al fons, ella. Els seus ulls, el seu somriure, el misteri als llavis vermells. Un instant va ser prou perquè ell ho entengués: l'amor era aquell primer cop de melodia, el cop d'ull clandestí, com el jazz d'una carícia que encara no havia nascut. Ella el va mirar. Només un segon, prou per prometre tota la música que vindria després. I ell, sense dir res, va somriure, sabent que la nit començava just aleshores.

 

 

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