jueves, 14 de noviembre de 2024

LA MEDUSA INMORTAL


El océano no tiene memoria, pero sabe guardar secretos. En lo profundo, entre la quietud y el balanceo de las corrientes, la Turritopsis dohrnii se entrega a su ciclo eterno. Una luz titilante, tan pequeña como un suspiro, desaparece y vuelve a nacer. No hay principio, no hay fin. El tiempo se pliega sobre sí mismo en esa medusa diminuta, como si el reloj se hubiera cansado de contar y simplemente se hubiera detenido.

Arriba, en la superficie, los humanos también buscan detener sus relojes. El sol cae en el horizonte, y los reflejos del agua salada bailan en la piel de Clara y Samuel. Sentados en la arena, miran el mar con la misma devoción que otros observan altares sagrados. Samuel rompe el silencio con un toque de ironía en la voz.

—Imagínate ser una de esas medusas inmortales —dice, lanzando una piedrita al agua—. Cada vez que te pasa algo malo, regresas a ser un niño otra vez. Empiezas de cero. Como si no hubieras aprendido nada.

Clara sonríe, sacudiendo la cabeza. La ironía en sus labios es tenue, un trazo fino.

—¿Tú crees que sería mejor así? —responde—. Es decir, nunca tener cicatrices, ni recuerdos, ni cosas que duelen… ni siquiera una risa que se quede contigo para siempre. Volver a ser solo un bicho translúcido, flotando sin rumbo.

Samuel guarda silencio. El viento arrastra consigo el aroma del salitre, y las olas se retiran para regresar de inmediato, como si intentaran decidir si quedarse o escapar. La *Turritopsis* se aferra a la vida por miedo a dejar de existir, pero Samuel y Clara saben que el miedo es parte del trato: el miedo a olvidar, el miedo a morir, el miedo a no haber vivido suficiente. Esas cosas no se disuelven al regresar a ser un niño. Las cicatrices son la prueba, la marca de que estuvieron aquí, que algo importó.

—Ser inmortal —dice Samuel— podría ser como… congelar una película en el mejor momento, ¿no? Pero, ¿y si te quedas congelado en el peor?

Clara arruga la nariz y lanza una carcajada.

—Ahí estás, Samuel. Siempre positivo.

—Solo digo —se defiende—, la medusa regresa a ser un pólipo porque no tiene otra opción. Nosotros tenemos todas las opciones y, aun así, vivimos empeñados en hacernos inmortales de alguna manera. Fotos, libros, hijos… ¿Qué no es todo eso una forma de engañar a la muerte?

 —¿Y si la muerte no quiere ser engañada? —pregunta Clara, su voz bajando a un susurro. Su mirada se pierde en el horizonte—. ¿Y si lo más bonito es no saber cómo ni cuándo acaba?

Las olas murmuran su propia opinión, arrastrando consigo el eco de una historia que no tiene final. La Turritopsis flota en su danza sin fin, ajena a las ansiedades humanas, ignorante del peso del recuerdo o la dicha de la nostalgia. Es inmortal porque no tiene historia; es inmortal porque nunca se apega a nada, porque nunca pierde.

Samuel toma la mano de Clara y siente el calor en su palma. Ese calor que es la prueba de estar vivos, de tener un principio y un final. Suspira.

—Creo que prefiero mis arrugas —dice al fin—. Prefiero mi historia.

Clara aprieta su mano, y ambos se quedan mirando el mar, observando cómo las medusas emergen y desaparecen bajo la espuma. Ser inmortal quizás sea una condena, piensa Clara, mientras una brisa les acaricia el rostro. La eternidad es sólo para aquellos que nunca amaron.

Y el mar, mientras tanto, sigue su curso: sin memoria, pero lleno de secretos.

«Lo que la experiencia y la historia nos enseñan es que las personas y los gobiernos nunca han aprendido nada de la historia o han actuado de acuerdo con los principios que se deducen de ella» (Georg Hegel que caminó a la habitación de al lado el 14 de noviembre 1831 lleno de la experiencia que ni las personas ni los gobiernos aprenderán nunca)

Hoy ha nacido la canción que escucharéis (o no) a continuación. No canto yo... afortunadamente.


 
La dansa eterna de l’oceà

Vaig perdre el meu nom entre la boira salada del mar. Les onades em van abraçar com si fossin antigues amants, xiuxiuejant històries sense final. El meu esperit, dissolt en l'atzur vast, es va unir a la dansa eterna del temps.

A la nit, la lluna em va xiuxiuejar secrets de l'abisme, un murmuri dolç que ressonava com una promesa de renaixement. Vaig esdevenir part de l'oceà, del seu cicle infinit de vida i llum, com la immortal Turritopsis. Sense nom, sense fi. Només dansant.

 

 

 

 

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