EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Los sexalescentes no necesitaban otra excusa para reírse de sí mismos y del amor, pero la llegada de la inteligencia artificial se las dio servida en bandeja. Los viernes por la tarde ya no eran solo para jugar a las cartas o recordar los viejos tiempos, sino para reunirse y ver cuánto podía meter la pata el nuevo algoritmo de citas. “A ver, a ver... le pondré que me gustan los gatos y la poesía clásica”, dijo Carmen, con una sonrisa nostálgica. Todos se inclinaron hacia la pantalla. La IA generó un perfil potencial: Antonio, 68 años, amante de los gatos y, según sus propias palabras, “un apasionado de la jardinería y de las siestas al sol”.
—Es todo un romántico —dijo Margarita, aguantando la risa mientras el perfil se deslizaba hacia la izquierda.
La inteligencia artificial, programada para encontrar el amor verdadero o, al menos, una compañía decente para un paseo en el parque, intentaba desentrañar la complejidad de los intereses humanos. Pero ¿cómo le explicas a una máquina que "me gusta la música de los 60" significa "quiero volver a sentir la emoción de mi juventud"? O que "busco a alguien con sentido del humor" realmente implica "quiero que me hagan reír sin sentirme tonto"?
Mientras tanto, Teresa decidía elevar la apuesta. Tecleó: “Busco una conexión profunda, alguien que entienda el sentido de la vida”. La IA, diligente, le encontró a Enrique, 70 años, cuyo primer mensaje fue: “Me encanta el queso. Un buen queso te conecta con algo más grande, como una buena conversación”.
—Espera, ¿así que el sentido de la vida es un manchego? —preguntó Teresa, con sarcasmo mientras el resto estallaba en carcajadas.
Los hombres, por su parte, tampoco se salvaban del escrutinio. La IA estaba empeñada en interpretar frases vagas como "aventurero" o "espontáneo". Julián, que había puesto esas dos palabras en su perfil esperando impresionar, se encontró con que la IA lo emparejó con Concha, una mujer que le sugirió hacer parapente en la primera cita.
—¿Pero qué tiene de malo un paseo tranquilo por el parque? —gritó Julián, mientras sus amigos se burlaban de él.
La inteligencia artificial podía ser muy lista, pero también tenía un problema importante: no entendía las ironías. Como aquella vez que Rosa escribió “amo las sorpresas” y terminó en una cita con un hombre que literalmente llevó una caja envuelta con un lazo. Dentro había... otra caja.
—Es como una versión de bajo presupuesto de las muñecas rusas —murmuró Rosa al recordar el evento, mientras todos reían hasta que les dolían los costados.
Claro, la inteligencia artificial era brillante para ciertas cosas. Podía calcular rutas de viaje, recomendar restaurantes, incluso aprender a escribir haikus. Pero el amor... ah, el amor seguía siendo un enigma demasiado humano. En medio de algoritmos y opciones predefinidas, los sexalescentes encontraron que lo más divertido no era buscar el amor, sino ver hasta qué punto podía la IA fallar de maneras asombrosamente creativas.
Y así, cada viernes, entre copas de vino y bandejas de tapas, los sexalescentes hacían de cupido digital, riéndose de los intentos fallidos de la tecnología para comprender algo tan caótico como el corazón humano. Después de todo, ninguna IA podría realmente entender qué significa tener mariposas en el estómago, incluso a los 70, o cómo un simple "hola" podía hacer que todo pareciera posible.
—¿Y si, al final, el amor es solo otra etiqueta de champú? —dijo Carmen, pensativa, mientras la IA seguía emparejando perfiles.
—Entonces espero que venga con instrucciones grandes —replicó Teresa, guiñando un ojo.
Todos rieron. Porque al final, la inteligencia artificial podría intentar ayudar, pero eran ellos quienes seguían escribiendo la historia. Y, honestamente, no había algoritmo que pudiera superar eso.
«Mi tercera apelación es a mis conciudadanos de todos los países: Ayúdanos a establecer una paz duradera en el mundo» (Joseph Rotblat, nacido el 4 de noviembre de 1908 para que le diesen el premio Nobel de la paz en 1995 más por lo que dijo que por lo que consiguió)
Y que cumplas muchos más de los 38 de hoy cuidándote los ojos, esos ojos que te librarán de muchas tempestades.
Esperant la tempesta
La Marta mirava en Pau, els seus ulls sempre tan plens de llum, de promeses no dites. Ell reia, aquella rialla que semblava transformar el món sencer en una cosa senzilla i preciosa. Però ella sabia el que amagat hi havia. Darrere la lluentor, hi havia els núvols que amenaçaven tempesta, una tristesa que mai no compartia amb ningú. I ella, amb el cor pesant, només podia mirar-lo, esperant que un dia, potser, ell li permetés veure més enllà de la façana. Fins llavors, es quedaria amb la il·lusió d’aquella mirada que ho amagava tot
Muy bueno
ResponderEliminarGracias! Todo tuyo, si quieres.
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