martes, 5 de noviembre de 2024

 ELECCIONES UNIVERSALES

El estudio de televisión se sacudía entre gritos y gestos exagerados. En la pantalla, un rótulo rojo titilaba "Decisivas elecciones en EE.UU.". La ánima de los invitados se debatía entre el fervor y la desesperación. “Estamos ante una decisión histórica. Todo depende de nosotros”, bramó el presentador, levantando el índice al cielo como si estuviera maldiciendo a los dioses.

Era la única frase que tenía sentido entre el barullo. Y luego vino la chispa. Un hombre, desde una esquina del plató, se inclinó hacia el micrófono y susurró: —Tal vez... ¿por qué no dejamos que todo el mundo vote? ¿No es esto una democracia?

Se hizo el silencio. Los rostros en la mesa se giraron hacia él. Por un segundo, los murmullos en el fondo se evaporaron. El susurro del hombre se expandió por la sala y llenó el aire. Las cámaras apuntaban a las miradas incrédulas. Los productores en la cabina se congelaron como estatuas de sal.

Un par de segundos después, las risas comenzaron, primero tenues y luego como una ola descontrolada. Pero él, el hombre del susurro, no se rió. Se quedó quieto, sonriendo como quien tiene un secreto bajo la manga. Y a su alrededor, el eco de su idea pareció seguir flotando, agarrándose a las paredes del estudio como hiedra enloquecida.

—¿No es un poco infantil pensar que un país puede decidir el destino del resto del mundo sin consultarle? —insistió, subiendo el volumen de su voz.

De pronto, la risa cesó. Un hombre de gafas gruesas se rascó la barbilla, la periodista a su lado se acomodó nerviosamente en su silla. El presentador levantó la mano, intentando mantener el control del debate, pero las palabras ya habían encontrado su camino.

—¡Es cierto!— exclamó la mujer de la esquina, mirando a su compañero. —Si lo que decidan afecta al mundo entero... ¿no deberíamos todos tener algo que decir?

Como un dominó, las cámaras apuntaban ahora a cada uno de los presentes. En los salones de las casas, las familias detenían sus cenas, los teléfonos comenzaban a zumbar en los bolsillos. El ruido en el plató había desaparecido. Solo el murmullo creciente de miles de voces replicando la idea.

Un productor se acercó al presentador, susurrándole algo al oído. Él asintió, apretó los labios y se aclaró la garganta.

—Parece que... tenemos una nueva perspectiva en la mesa, amigos. Veamos qué opina nuestro público—, dijo, y apuntó al teléfono que comenzó a sonar.

El teléfono no dejó de sonar en toda la noche.

Afuera, las luces de la ciudad parecían brillar un poco más. Las puertas se abrieron y la voz de la calle se elevó. Las ideas volaban, colisionaban y cambiaban de manos. En algún rincón del mundo, un niño preguntó a su padre por qué él no podía votar también. En algún otro lugar, un anciano se levantó del sillón y salió al jardín, mirando hacia las estrellas.

Esa noche, nadie pudo dormir tranquilo. Algo había cambiado, un hilo se había deshecho y el tejido se estaba volviendo a hacer, esta vez con muchas manos tejiendo a la vez. Quizás nadie supiera qué iba a pasar a continuación, pero una cosa era segura: ya no se podía fingir que todo estaba igual.

Y la democracia, esa noche, encontró un nuevo significado que nadie se atrevía a definir, pero que todos, de alguna forma, comenzaron a entender.

«La intolerancia es un sistema que se abandonará pronto, porque produce mal resultado… Es necesario que nos amemos, aunque sólo sea porque odiándonos vivimos muy mal» (Silverio Lanza, nacido el 5 de noviembre de 1856 para equivocarse en sus predicciones y vivir escondido tras ese seudónimo)

Hoy hubiese cumplido 86 años pero un infarto acabó con su voz a los 41. Él ya no existe, pero sí sus canciones.


Si no existissis

Si no existissis, el cafè es refredaria sense companyia al balcó cada matí. Els dies serien més curts, encara que el sol no es pongués mai, i la ciutat tindria menys llum, menys vida. Si no existissis, els carrers serien només camins buits, sense aquella mà que m’estira amb presses cap a la propera aventura. El teu somriure, que em salva de mi mateix, no tindria espai per viure. Però hi ets, i els dies, per més curts que siguin, tenen sentit. Perquè tu existeixes, i res més importa.


 

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