EL PLACER DE BLOQUEAR LLAMADAS SPAM
Pocos placeres hay comparables a ese. Esa vibración tenue que, lejos de angustiarme, me llena de algo parecido a la gloria. Mi teléfono parpadea, pero no suena. No hay urgencia. No hay pánico. La pantalla se enciende como un faro en la niebla, iluminando un nombre que, sinceramente, no me interesa un carajo. Alguien, algún pobre iluso, ha decidido llamarme. Y mi teléfono, mi fiel escudero, ha hecho lo correcto: lo ha bloqueado.
¡Bendita tecnología! Ahí está la notificación, como un trofeo, diciendo: “Intento de llamada no deseada bloqueada”. Y yo, recostado, con la mano alzada como si estuviera brindando, me relajo. ¿Cuánto costó llegar a este punto de plenitud? ¿Cuánto sufrimiento fue necesario antes de descubrir la magia del botón “Bloquear número”? Y pensar que antes uno tenía que lidiar con los vendedores telefónicos, los parientes lejanos y las encuestas eternas, esas que prometen tomar solo un minuto y terminan siendo una autopsia de tu vida.
Me imagino a esa persona, del otro lado, con la oreja pegada al auricular, esperando. El silencio del otro lado probablemente les dice que no soy tan amable como esperaban, y eso, eso me provoca un dulce cosquilleo de triunfo. “Vamos, insiste, que no pienso contestar”, pienso con una sonrisa torcida. Porque pocos placeres hay como el de saber que el rechazo se ha vuelto automático, que la puerta está cerrada, sin que yo tenga que mover un dedo.
Y luego llegan los mensajes. La verdadera mina de oro. A veces los leo, aunque me hacen perder más tiempo del que gané al no contestar. Me maravilla la creatividad de algunos para tratar de convencerme: “¡Oferta exclusiva para usted!”, “Este es su último aviso antes de…”. Claro, como si el último aviso fuera a funcionar más que los treinta anteriores. O peor aún: mensajes amenazadores. “Si no responde, podría perder oportunidades únicas”. ¡Oh, qué miedo! Estoy perdiendo la gran oportunidad de ser estafado.
A veces, solo a veces, me da por imaginarme un universo paralelo donde los acepto. Donde respondo la llamada y escucho con voz complaciente el sermón interminable de alguien tratando de venderme algo que no necesito. Donde permito que mi tiempo sea secuestrado por esa vocecita que no acepta un no por respuesta. Luego me estremezco y vuelvo a la realidad. La verdadera victoria está aquí, en mi mundo, donde los silencios son seleccionados y mis minutos no son tomados como rehenes.
Quizás parezca algo pequeño, una tontería cotidiana, pero en el fondo se siente como un acto de rebeldía. Bloquear números es la versión moderna de levantar murallas, de proteger tu territorio de los invasores. Solo que, en este caso, el territorio es mi paz mental, y los invasores, bueno, ellos no tienen ni idea de la batalla que ya perdieron.
«Escribir es un acto de amor y de valentía; es abrir el corazón al mundo» (Jonas Lie, nacido el 6 de noviembre de 1833 para ser uno de los valientes del gremio ¡A ver si le hacéis caso!)
Y que cumplas muchos más de los 41 de hoy sin olvidar el pasado, ni acordarte del futuro.
El refugi del record
No oblidis aquell vespre, quan el cel s'enfosquia i l'aire duia una promesa trista. Caminàvem sota els fanals que titil·laven, la seva llum dèbil com els nostres somnis d'un futur que s'allunyava. Et vas girar, amb el somriure trencat, i em vas dir que el record serà sempre el nostre refugi. Jo vaig assentir, tot i saber que les paraules es desfan amb el temps. Ara, els fanals ja no brillen i el carrer és un espectre d'aquell instant. Però la teva veu encara ressona, un ésser invisible que em diu: no oblidis, no oblidis mai.
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