lunes, 18 de noviembre de 2024

 LA PRIMERA ARRUGA


El tren crujía sobre los rieles como una vieja promesa hecha polvo. Eugenio miraba por la ventana. Las gotas de lluvia surcaban el cristal en carreras caóticas, como si compitieran por llegar al borde antes de desaparecer en el vacío. Afuera, el campo se extendía, pero no lo veía. En su cabeza, resonaban las palabras de aquella conversación que había tenido con el médico: "Ya no eres joven, Eugenio. Es hora de pensar en cuidarte como un mayor."

"Mayor", masculló entre dientes, con una sonrisa torpe que nadie vería. Acababa de cumplir 60 años, y su sobrino le había regalado un reloj digital con letras grandes. La ironía le había golpeado más fuerte que la resaca de aquella noche.

A su lado, una mujer en su teléfono reía con un video que dejaba escapar chillidos digitales. Eugenio cerró los ojos y pensó en los ruidos de su juventud: el rasgueo de las cintas de casete, el clic metálico de un encendedor, las risas en los bares llenos de humo. Entonces, los sonidos no se grababan, se evaporaban en el aire como un perfume barato. Abrió los ojos de golpe. Quizás eso era ser mayor: darse cuenta de que todo aquello que alguna vez fue eterno ahora se había convertido en eco.

El tren frenó en seco, sacudiendo a los pasajeros. Eugenio buscó apoyo en el asiento frente a él. Su reflejo en la ventana le devolvió una mirada que ya no reconocía del todo. Se alisó el cabello con una mano y se dio cuenta de que su frente brillaba más que antes. "Será la luz", pensó, pero la realidad se le instaló en el estómago, pesada como una comida fría.

—¿Primera vez en este tren? —preguntó la mujer del teléfono. No lo miró, seguía atenta a su pantalla.

—No. Es la primera vez que me siento viejo en él —respondió sin pensarlo.

La mujer soltó una carcajada corta, sorpresiva, como si hubiera escuchado el mejor chiste en mucho tiempo. Eso lo irritó.

—¿Te importa? —Eugenio señaló el teléfono con un movimiento de cabeza.

—No, en absoluto. —Lo guardó en su bolso y se giró hacia él con los ojos brillantes de una curiosidad que le recordó a la suya, allá cuando los 60 parecían un número lejano en el horizonte.

—¿Por qué te sientes viejo? —preguntó ella, ladeando la cabeza como si él fuera un enigma por resolver.

—Porque lo soy. El médico me lo confirmó. Es oficial: ya he entrado en la etapa de ser una persona mayor. Así que aquí estoy, envejeciendo formalmente.

Ella río de nuevo, pero esta vez fue diferente, como si entendiera algo que Eugenio no.

—Ser mayor no es un título que te den. Es un cambio, pero no siempre es malo. Quizás, solo quizás, también es una especie de libertad.

—¿Libertad? —preguntó, mirándola de reojo—. ¿Libertad para qué?

—Para dejar de preocuparte tanto por el futuro. Ya has vivido suficiente como para saber que algunas cosas están fuera de tu control. —Se encogió de hombros y miró por la ventana—. No digo que sea fácil, pero quizás eso sea lo bueno de ser mayor: el peso del tiempo ya no tiene que aplastarte, solo acompañarte.

El tren arrancó de nuevo, y Eugenio se permitió sonreír, esta vez sin ironía. Afuera, las gotas de lluvia seguían cayendo, pero ya no competían. Simplemente estaban, formando surcos en el vidrio que desaparecían sin ruido, dejando solo la idea de que alguna vez habían estado allí.

Quizás, pensó, ser mayor no era un final, sino una nueva manera de observar el mundo. Como esas gotas de lluvia: pasajeras, sutiles, pero intensas mientras duran.

«La antigüedad y la aceptación general de una opinión no es garantía de su verdad» (Pierre Bayle, nacido el 18 de noviembre de 1647 para apelar a la revolución continua)

Hubiese cumplido hoy 117 años lo cuál es una barbaridad; se quedó en 96 que tampoco está nada mal para las revoluciones que hizo y los mitos que cantó.

Comandant Che Guevara

Al bosc, entre la boira i les fulles humides, la silueta del Che es dibuixava sota un cel plomís. Els guerrillers l'observaven amb ulls brillants, esperant les seves paraules. Ell, amb veu serena, parlava d'un futur just, d'un somni que no es rendiria davant el ferro ni el foc. Cada paraula creixia com una llavor dins els cors d'aquells homes, que veien en ell més que un líder, veien un somni fet carn. El matí que el van trair, la selva va plorar en silenci. Però el somni, aquell somni, no el van poder matar mai.


 

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