EL LENGUAJE DE LAS LÁGRIMAS
Llorar. Una acción tan simple como parpadear, pero que carga con siglos de interpretaciones, secretos, y esas pequeñas verdades que el corazón oculta tras sus muros de ladrillos agrietados. Clara se sentó junto a la ventana del salón, observando cómo la lluvia golpeaba el cristal, cada gota tamborileando como un eco de su propio interior. Las nubes habían decidido llorar junto a ella, y eso la hacía sentir menos sola.
Su abuela siempre decía que las lágrimas eran para limpiar el alma, como si deshaciéndote en llanto pudieras expiar todos los pecados cotidianos, los errores, las oportunidades que dejaste escapar por miedo. Clara pensaba en eso mientras una lágrima le rozaba la mejilla, descendiendo lenta, como si quisiera detenerse y contemplar el paisaje desde el borde de su mandíbula. Ella sonrió, ironía pura: la misma gota que delataba su fragilidad le ofrecía una tregua silenciosa, una pausa para sentir la ternura que ella misma se negaba.
—Deja que se vayan, hija. ¡Que rueden sin máscaras!—le decía la abuela, cuando Clara, de niña, se negaba a soltar las lágrimas que luchaban por salir tras cada berrinche. Era curioso cómo los años transformaban la relación con el llanto. De pequeña, llorar parecía un acto de resistencia, una forma de decirle al mundo: "Aún no me rindo". Pero al crecer, el llanto se volvió un secreto, una confesión silenciosa en el rincón más oscuro del cuarto, un alivio que llegaba solo cuando nadie miraba.
—Las lágrimas nos salvan de los depredadores, ¿no es así? Nos permiten sentir sin delatar nuestra posición al enemigo.—recordaba Clara la teoría de aquel documental sobre emociones humanas. Quizás por eso lloramos en silencio cuando el dolor es profundo, para protegernos de los dientes afilados de la indiferencia.
Cuando el primer amor de Clara partió sin decir adónde iba, ni si quiera por qué, Clara no lloró en ese instante. Se quedó con los ojos secos, como los perezosos en sus cuevas oscuras, apretando la mandíbula para no soltar un solo sollozo. Las lágrimas vinieron meses después, una tarde cualquiera mientras doblaba la ropa que nunca se llevó. Fue como si aquella carga de tejidos y promesas rotas rompiera la presa que había contenido su dolor, y Clara finalmente pudo sentir. Sentir sin remordimientos, sin censuras, simplemente dejando que el río de lo que había sido y lo que no pudo ser la arrastrara con dulzura.
El llanto, se dijo Clara, es la única manera en que el cuerpo encuentra las palabras que el alma no puede pronunciar. Y, ¡qué forma tan simple de gritar… sin sonido alguno! Así se deslizan las lágrimas, como las notas de una sinfonía invisible que nadie podrá escuchar más que tú, ese concierto íntimo que solo puedes tocar cuando el corazón siente que ya no tiene partitura.
Clara observó las gotas en el cristal y se preguntó cuántas de esas gotas pertenecerían a otras personas, qué historias encerraban sus diminutos cántaros de tristeza. Quizás la lluvia fuera solo el llanto del mundo, las emociones compartidas que se vertían desde el cielo cuando ya no podían ser sostenidas por el peso de la atmósfera. Y allí estaba ella, aceptando esa ternura cósmica, dejándose empapar por el consuelo de algo más grande que ella misma.
—Llora, Clara—murmuró para sí misma, mientras abrazaba sus propias piernas—. Porque quizá el mundo también necesita saber que no está llorando solo.
Y en esa ventana, al calor del hogar, mientras la lluvia seguía marcando su ritmo, Clara encontró un atisbo de paz. No la clase de paz que trae respuestas, sino la paz que llega cuando sabes que, sin importar cuánto cueste, siempre podrás llorar y dejarte caer en brazos invisibles que nunca te dejarán caer del todo.
«El sexo puede parecer amor si no sabes cómo es el amor» (Rebecca Walker, nacida el 17 de noviembre de 1969, un año para entender lo que es el sexo en estado puro… ¿o es amor? El tema de la frase da para muchos relatos; ya vendrán)
Y hoy el batería del grupo hubiese cumplido 81 años pero se quedó en 59 años; pero eso me ha servido de excusa para poner un tema de uno de los grupos más interesantes de la península ibérica.
En sé d’un lloc
En sé d’un lloc on el temps es dissol com el fum, on el cel és tan profund que abraça les ànimes perdudes. Allà, la llum del capvespre dibuixa somriures entre les ombres, i el vent xiuxiueja secrets que ningú recorda. Les finestres romanen obertes, esperant el retorn d’aquell que va marxar buscant el seu propi camí. I cada nit, entre els arbres que ballen, es percep el batec d'una guitarra trista, cridant a casa a qui va prometre tornar.
Sé d'un lloc on els somnis no tenen pressa. Tant de bo tu també ho sabessis.
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