DECÁLOGO DEL ASESINO EN PRÁCTICAS
El inspector Morillas ajustó sus gafas sobre el tabique mientras se inclinaba sobre el cuerpo. La luz parpadeante del almacén abandonado daba a la escena un aire teatral que casi parecía diseñado por un director de cine amateur. Frente a él, un joven cadáver que aún no había perdido del todo el calor de la vida. Morillas hizo una mueca.
—Bueno, chaval —murmuró, como si el difunto pudiese oírlo—. Veamos qué tenemos aquí.
Las manos del inspector comenzaron su danza meticulosa, recorriendo bolsillos, explorando las mangas de la chaqueta rasgada, despegando una etiqueta que se había quedado adherida al cuello. Cada detalle lo absorbía por completo, como si intentara descifrar un puzle de mil piezas sin la imagen de referencia.
—¿Lo mismo de siempre, Morillas?—preguntó un joven con bata blanca que acababa de entrar.
—Lo mismo no, —contestó Morillas sin levantar la vista—. Es distinto cada vez. Aunque el resultado siempre sea igual. Muerte, casualidades del oficio.
El ayudante se acercó, tiró de un taburete oxidado y se dejó caer al lado del inspector. Observó con el ceño fruncido cómo Morillas examinaba las manos del cadáver. En la derecha, un pequeño trozo de papel se encontraba pegado a la palma, empapado de sudor y sangre.
—Es curioso —dijo Morillas mientras despegaba el papel con cuidado—. No todos dejan pistas tan obvias. ¡Oh, vaya, una lista!
—¿Una lista? —repitió el ayudante con un suspiro de desinterés.
Morillas desdobló el papel. Sus ojos recorrieron las diez frases, una tras otra, sin poder evitar que una sonrisa irónica se dibujara en sus labios. El ayudante le miró extrañado, pero Morillas solo sacudió la cabeza mientras le pasaba la nota.
En el papel, con una caligrafía meticulosa, se enumeraban diez reglas. “Decálogo del Asesino en Prácticas”, decía el título, como si fuera una guía para principiantes.
1. Encuentra a alguien solitario.
2. Asegúrate de que nadie está mirando.
3. Lleva guantes (no olvides esto como la última vez).
4. Sin huellas, sin cámaras.
5. El cuchillo tiene que ser afilado (te lo digo en serio).
6. No te quedes mirando el cuerpo. Huye.
7. No lleves la nota encima.
8. No lleves la nota encima.
9. No lleves la maldita nota encima.
10. Si estás leyendo esto, ya fallaste.
Morillas soltó una risa seca.
—Bueno, al menos era organizado —dijo, dejando caer la lista sobre el pecho del difunto—. Aunque le faltó repasar el punto nueve.
El ayudante soltó una carcajada ahogada. La risa rebotó en las paredes del almacén desierto, un eco hueco que Morillas decidió ignorar. Se levantó, sacudió las manos como si quisiera deshacerse de la energía pegajosa del lugar y se volvió hacia la salida.
—Vamos, que se hace tarde. La ciudad sigue llena de gente que quiere completar su lista.
El ayudante siguió a Morillas, dejando atrás al joven asesino fracasado con su decálogo arrugado. Las luces parpadearon una vez más antes de apagarse por completo, sumiendo al almacén en una oscuridad silenciosa.
«No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar» (Albert Camus, nacido el 7 de noviembre de 1913 para ser premio nobel de literatura en 1957 y afirmar que es mejor amar que ser amado)
Y que cumplas muchos más de los 28 de hoy y que la corona que te pongan no sea de plástico. Mejor que no te pongan corona, a pelo vas bien.
Corones de plàstic
Ella, hereva d'un imperi de plàstic, s'avorria entre cristalls i moqueta. Les festes, un malson de somriures falsos i xampany sense gust. Un dia, va fugir. Va canviar els vestits de gala per una jaqueta de cuir i les limusines per un tren destrossat. Va descobrir l'autenticitat en un concert de rock, saltant i cantant amb desconeguts. Aquella nit, va sentir-se més reina que mai, no pas per sang reial, sinó per la llibertat que corria per les seves venes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario