SALTO AL VACÍO
La cima no era un lugar de descanso, eso lo comprendí cuando llegué. Miquel tenía razón, uno no puede quedarse allí, encaramado sobre sus propios recuerdos, esperando que la vida continúe a su alrededor. Los logros se volven éter, las victorias huelen a papel mojado, y el viento que sopla desde el abismo no trae la frescura del pasado, sino la amenaza del inmovilismo. En el punto más alto, no hay camino hacia atrás, solo queda un salto hacia lo desconocido, hacia el vacío.
El aire me rodeaba como un susurro helado mientras me asomaba al borde de la cumbre. Podía sentir el peso del suelo bajo mis pies, duro y rotundo, y sin embargo, no significaba nada. El vacío, con su promesa de incertidumbre, atraía con una gravedad distinta, una gravedad que no pesaba, que invitaba. Podía oler el musgo a mis espaldas, la humedad acumulada por los años de permanencia. La quietud se impregnaba en mi piel como el polvo de una habitación cerrada. El corazón tamborileaba con un ritmo distinto, nervioso, como si supiera que el salto era inevitable.
Las palabras de Miquel retumbaban en mi mente: "Hay que afrontar el vacío sin temor. Aferrarse al borde solo trae la muerte lenta del espíritu, una despedida prolongada que te desgarra poco a poco". Y lo entendí, no era cuestión de valentía, era cuestión de necesidad. Era permitirle al espíritu desprenderse de la vieja piel y saltar, sin promesas, sin certezas. Sentí el viento contra mi cara, cargado con el aroma de hojas secas y tierra removida, y supe que tenía que confiar en el acto de saltar. A veces, lo único que queda es la caída para volver a sentirse vivo.
Mis piernas temblaban. Podía ver cómo mis manos intentaban aferrarse al aire, buscando algo familiar donde anclarse, una última señal de estabilidad. Pero el vacío no ofrecía anclas, solo movimiento, solo el espacio infinito que podía llenar con mi propia voluntad. Inspiré, y el aire llenó mis pulmones como un torrente, abriendo caminos que no había recorrido en años. El miedo se disolvió, reemplazado por la sensación cruda de estar aquí, ahora, sin nada más que la decisión por delante.
Di un paso al frente. El suelo desapareció bajo mis pies, y la gravedad me tomó como un amante exigente, arrastrándome hacia el abismo. Pero no caía, volaba. Los latidos del corazón eran tamborazos de libertad, cada uno rompiendo las cadenas invisibles del miedo. Todo mi ser gritaba en un éxtasis de vida, y los recuerdos, esos que había acumulado como piedras preciosas, no eran un peso, sino alas que me llevaban más lejos. Ya no se trataba de la caída, se trataba del vuelo.
El vacío no era el fin, era el comienzo de algo nuevo. En ese espacio donde no existía la tierra firme, donde no podía controlar cada paso, descubrí que el alma no estaba hecha para marchitarse en la seguridad. Estaba hecha para expandirse, para buscar, para encontrar vida incluso en la incertidumbre. Y allí, flotando entre nubes de duda y corrientes de esperanza, me di cuenta de que saltar no significaba caer; significaba, por fin, abrazar la inmensidad de lo que podía ser.
Miquel lo había dicho, pero solo al saltar lo comprendí: la mejor aventura de nuestra vida no es la que planificamos, sino aquella que nos enfrenta a la nada con la confianza de encontrar algo nuevo. Y en ese salto al vacío, descubrí que no estaba solo. El vacío me devolvió no solo el eco de mis miedos, sino la certeza de que vivir es lanzarse una y otra vez, sin red, con el corazón dispuesto.
«Es este deseo de doblar todas las cosas a nuestros propios propósitos lo que las convierte en confusión y es la principal fuente de todos los errores en nuestras vidas» (Sarah Fielding, nacida el 8 de noviembre de 1710 para errar poco sin tan siquiera doblegarse a pesar de ser mujer y escritora en épocas complicadas)
Y hoy es la canción la que cumple años; tanto como 53 y que cumpla muchos más.
El cel dins d'Ella
La dona de la túnica blanca caminava pel sender costerut. Cada pas la portava més a prop de la promesa d'un cel d'estels. Al seu voltant, els arbres xiuxiuejaven secrets d'altres temps. La flauta invisible tocava notes que embolcallaven els somnis oblidats. Ella seguia endavant, convençuda que, al final del camí, trobaria allò que havia perdut fa anys: la pau, el silenci, l'eternitat. Però a cada esglaó, la llum es difuminava, i les respostes que buscava quedaven fora de l'abast. Potser, pensà, no hi havia cap escalera. Potser, el cel sempre havia estat dins d'ella
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