FRAGMENTOS
Cuando la escuché por primera vez, su voz sonaba como una cuchara contra un vaso. Un tintineo amable pero insistente que nunca se detuvo. Estaba en la cocina, contemplando los platos apilados que parecían llorar grasa por las esquinas. "¿Hasta cuándo?" me dijo. No lo dijo ella; lo dijo el cuchillo al caer sobre la tabla de madera. Yo había dejado de diferenciar.
—¿Hasta cuándo qué?— respondí, o al menos lo intenté. Mi lengua sabía a cartón mojado.
—Hasta cuándo te vas a quedar quieto, repitiendo todo como una rueda pinchada. Mira ese reloj, la música en bucle, los pasos sobre el mismo azulejo roto. Lo sientes, ¿verdad? El hueco.
La puerta del frigorífico se cerró con un golpe. No lo había tocado. ¿O tal vez sí? Mis dedos olían a naranjas, pero el sabor en mi boca era puro metal.
Eran las pequeñas cosas. Siempre las pequeñas cosas. El destello de la cafetera rota, el olor del desagüe repleto de tiempo estancado. Y luego estaba ella. No tenía rostro, pero siempre hablaba desde la periferia de mi mente, como si el eco de mis pensamientos no me perteneciera. Ella era ésa, la voz que se enroscaba en mi oído como humo invisible.
—Hazlo. Rómpelo todo. Mira lo que eres.
El vaso explotó entre mis manos, un estallido de cristal que me quemó la piel. Gotas de sangre dibujaron un mapa en la mesa. Fue hermoso y horrible a la vez. Ella rápidamente tomó forma entre los fragmentos. Su figura no tenía lógica: un enjambre de aristas brillantes que cambiaban con cada parpadeo. Era fría al tacto, pero su voz estaba caliente, como la lengua de un amante imprudente.
—Ésta es la primera grieta. Todo empieza aquí— susurró mientras se deslizaba entre mis dedos, un cosquilleo que dolía.
No lo entendí hasta que miré el espejo del salón. Ahí estaba yo, entero pero no. Mi reflejo parpadeaba, desapareciendo y reapareciendo, como un proyector defectuoso. Cuando traté de tocarlo, sentí la textura de una telaraña. Al otro lado, mi propia voz susurró:
—No puedes seguir aquí.
Caminé hacia la calle. No llovía, pero el asfalto olía a tormenta. Los coches pasaban como balas sordas, y las farolas chisporroteaban con un ritmo que marcaba cada paso. La voz, o tal vez yo mismo, seguía guiándome:
—Rompe los nudos. Uno por uno. No temas el ruido.
Cada palabra se grababa en mi pecho, pero también me aliviaba, como si las cuerdas que me sujetaban se aflojaran un poco más con cada grieta que aparecía en mi interior. Llegué al parque. El columpio oxidado crujía al viento, y el olor a tierra mojada me llenó la nariz. Ahí estaban ellos. Los otros.
Eran fragmentos también. Personas hechas de piezas, pero ningún conjunto encajaba del todo. Una mujer con ojos en las manos; un niño con pies que parecían ramas de árbol; un hombre cuya boca era un reloj que marcaba las horas que no volvían. Me miraron y no dijeron nada, pero yo entendí.
El columpio dejó de crujir. La mujer de los ojos en las manos me señaló un charco. En su superficie, vi mi rostro fragmentado, cada pedazo flotando como islas separadas por un mar oscuro. Susurró algo, y esta vez fue mi propio eco el que respondió:
—Fragmentarse no es morir. Es renacer.
Hundí las manos en el agua. Fría, el tipo de frío que quema. Sentí cómo mi piel se desprendía en capas invisibles, dejando solo algo que latía, algo que era mío pero no de esta forma. Cuando levanté la vista, ellos ya no estaban. El parque había desaparecido. Solo quedaba la noche y un olor a ozono que prometía tormentas.
Por primera vez, la voz se calló. O tal vez se había integrado. Los fragmentos se unieron, pero no en una sola pieza. Ahora era múltiple. Ahora era todo.
«No tienen que dar las noticias, sino educar a las masas» (Iósif Stalin, nacido el 18 de diciembre de 1878 para ser uno de los genocidas más grandes de la historia. A los vivos los “educaba” en el pensamiento único. La frase la hubiese cambiado por la siguiente: "Tienen que dar las noticias y hay que educar a las masas para entenderlas")
Y que cumplas muchos más de lo 56 de hoy aunque, después de tener el "corazón partío" y seguir vivo, te auguro que nadie podrá contigo. Así que podrás preguntarte, durante toda tu eternidad, si fuera ella.
Ilusions fugaces
Cada dona que creuava el carrer li recordava a ella. La seva mirada, la forma de somriure, la manera de caminar... Tot el feia pensar que potser, només potser, la trobaria. Però cada trobada era una nova decepció, un somni trencat. I així, dia rere dia, seguia buscant, alimentant una esperança que, amb cada fracàs, semblava esvair-se.
Hoy, bonus track. Si, me gusta Alejandro Sanz... y yo, como él, soy cuando nadie me ve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario