miércoles, 4 de diciembre de 2024

 GRACIA DIVINA O FAVOR FAMILIAR

 


La noticia sacudió a los medios: el presidente Joe Biden había decidido indultar a su hijo, Hunter, y con ello, la vieja maquinaria del debate sobre el poder del perdón presidencial volvió a girar, chirriante y oxidada, pero siempre dispuesta a causar un buen estruendo. En Washington, todo el mundo tenía una opinión, hasta los adoquines de la avenida Pensilvania se inclinaban un poco más hacia un lado, reflejando el peso de las críticas.

Hunter Biden, atrapado en las redes de sus propias malas decisiones, emergía ahora como un hombre libre, exonerado no solo de sus problemas fiscales, sino también de cualquier delito contra Estados Unidos entre enero de 2014 y diciembre de 2024. Una línea temporal lo suficientemente amplia como para incluir desde errores inocentes hasta travesuras con potencial explosivo. "Todo un combo de fin de temporada", decían algunos comentaristas, mientras otros se preguntaban si no habría una tarjeta de fidelidad escondida en la Casa Blanca que garantizara descuentos para futuros indultos.

En la acera opuesta, Donald Trump no tardó en subirse al escenario, con su tono habitual de showman de feria. Al ver la magnanimidad de Biden hacia su propio hijo, él también planteó la cuestión de los indultos. Específicamente, la idea de liberar a los participantes del asalto al Capitolio el 6 de enero. Un noble gesto, ¡vaya duda! Nada dice "unidad nacional" como un puñado de personas disfrazadas de bisontes irrumpiendo en las entrañas de la democracia.

Pero volvamos a la esencia de la gracia presidencial. No olvidemos sus orígenes enraizados en las monarquías de antaño. Un regalo del rey, una señal de poder absoluto: "Soy magnánimo, te perdono, puedes besar mi anillo y seguir adelante". En este caso, sustituimos la corona por una corbata azul y el anillo por una cafetera en la Oficina Oval, pero el efecto sigue siendo el mismo. El presidente ofrece su indulgencia divina y el perdonado se levanta, desempolvándose las rodillas mientras murmura un gracias a medias.

George Mason, uno de los delegados durante la redacción de la Constitución, ya lo advirtió. Dijo que el presidente no debería tener el poder de indultar, porque podría llegar el día en que decidiera perdonarse a sí mismo o a sus cómplices. Seguro que Mason se revolvería en su tumba si supiera que la teoría conspirativa ya se ha convertido en práctica común, que la monarquía que tanto temía nunca se fue del todo, solo se disfrazó con instituciones democráticas y un par de elecciones cada cuatro años.

El poder del perdón se asemeja a la gracia divina, al menos eso intentaba ilustrar Thomas Hobbes con su Leviatán: un soberano que, imitando la misericordia de un Dios todopoderoso, decide qué crímenes merecen su gracia. Aunque Hobbes, siempre práctico, se olvidó de mencionar que esta gracia suele ser más generosa con los amigos, los familiares y, por qué no, los futuros votantes.

Hannah Arendt, por otro lado, prefería ver el perdón como un acto de reconciliación, una oportunidad para empezar de nuevo. Pero en la vida política, empezar de nuevo suele traducirse en "olvidemos el escándalo y sigamos fingiendo que todo marcha bien". Porque en la práctica, el perdón no siempre trae redención, sino amnesia conveniente. Una especie de borrón y cuenta nueva donde los errores son simple "polvo bajo la alfombra". Y vaya que la alfombra de la democracia estadounidense debe estar llena a estas alturas.

Biden perdonó a su hijo, y el debate se avivó: ¿debería existir siquiera el poder de indultar en una democracia? La respuesta parece volar siempre por debajo del radar, al igual que los actos de perdón, que se llevan a cabo en los rincones oscuros del poder, sin pasar por las instituciones jurídicas ni por los tribunales. Pero mientras unos discuten la justicia del acto, otros se concentran en el espectáculo: el indulto se convierte en un recordatorio de cómo las reglas, cuando se aplican al poder, son más bien sugerencias que leyes.

Tal vez, al final del día, Hunter Biden sea libre no por el peso de sus errores, sino por el peso de su apellido. Y quizás el verdadero debate no sea sobre “si se debe o no indultar”, sino sobre quiénes pueden permitirse cometer errores y seguir adelante. Porque al fin y al cabo, perdonar es divino, pero tener un presidente de papá es simplemente política.

«La vida es como tocar un solo de violín en público y aprender el instrumento sobre la marcha» (Samuel Butler, nacido el 4 de diciembre de 1835 no para dirigir una orquesta o tocar algún instrumento, sino para escribir frases muy apañadas)

Y hasta el 4 de diciembre de 1993 llegó Frank Zappa con 52 años. Pudo ser antes porque tuvo una vida de lo más "agitada" y poco convencional.

Els Homes de Plàstic

En un món fet de plàstic, tot brillava amb un fals reflex. Els homes de plàstic passejaven pels carrers sense ulls ni somriures, només cares buides modelades per motlles de fàbrica. Parlaven paraules envasades, repetien riures comprats, i fins i tot estimaven amb manuals d'instruccions. Ningú preguntava res. Ningú sabia res. Quan un raig de sol real va trencar un matí l'horitzó de polietilè, els homes de plàstic es van fondre, deixant al seu lloc un bassal transparent, un mirall líquid que no mostrava res més que el buit d'una vida sense veritat.


 

 

 

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