CLAVE PARA SER FELIZ
El auditorio improvisado no podía ser más insólito: un gimnasio municipal decorado a última hora con guirnaldas de cumpleaños y sillas plegables de metal. Los fluorescentes parpadeaban, sumando al ambiente un toque de suspense barato. En el escenario, un micrófono chirriante y un catedrático de Harvard que parecía haber sido teletransportado de un club de jazz de los años 70. La camisa hawaiana, el peinado desordenado y la botella de kombucha en la mano eran una declaración: no iba a ser una conferencia convencional.
El hombre carraspeó, se
inclinó hacia el micrófono y disparó su primera frase:
—Lo importante en la vida es no ser la persona que eras hace veinte años. Si hoy eres lo mismo que eras entonces, mi más sentido pésame. Eres tu propio fósil.
El público, compuesto por amas de casa, un par de adolescentes aburridos y un hombre de mediana edad con cara de haber sido arrastrado hasta allí por su terapeuta, reaccionó con un murmullo confuso. El catedrático sonrió, como si disfrutara del desconcierto colectivo.
—La felicidad, amigos, no está en acumular logros, sino en evolucionar. ¿Sabéis qué hace un crustáceo cuando su caparazón se queda pequeño? —golpeó la botella de kombucha contra el micrófono, produciendo un estruendo ensordecedor—. Lo abandona. Se expone. Si no os exponéis, os pudrís dentro de vuestros propios límites.
Un par de personas intentaron aplaudir, pero el entusiasmo murió rápido. En la tercera fila, Juan, el hombre de mediana edad, tragó saliva. Nunca había pensado en su vida como un caparazón, pero algo en esas palabras le golpeó con la fuerza de un ladrillo. ¿Era él un fósil?
El catedrático continuó.
—Veinte años atrás, ¿qué querías ser? ¿Un astronauta? ¿Un chef? ¿Un escritor de ciencia ficción? ¿Y ahora? —Se paseó por el escenario, sus sandalias chocando contra la madera como una letanía burlona—. Ahora eres contable. O gerente de un equipo de diez personas que no soportas. Felicidades, has evolucionado hacia la mediocridad.
La risa nerviosa recorrió la sala. Juan sintió cómo el sudor le empapaba las palmas. Gerente, diez personas, mediocridad. Cada palabra era un dardo.
—Pero no todo está perdido —continuó el orador, subiendo el tono como un predicador de los domingos—. Para cambiar, hay que destruir. Romped con vuestra versión de hace veinte años. Dejadla atrás, como un teléfono Nokia. Sí, esos que aún funcionan, pero nadie quiere usar.
Juan se levantó. Los fluorescentes iluminaron su calva incipiente como una verdad incómoda. No podía seguir escuchando sin hacer algo. No sabía qué. Lo único claro era que, si no salía de ese gimnasio y empezaba a romper algo, se convertiría en el crustáceo más patético de la sala.
Mientras cruzaba las puertas metálicas hacia la noche fresca, escuchó el clímax del discurso:
—¡Cambiar es doloroso, pero quedarse igual es peor! Y si no os gusta lo que digo, seguid sentados. Yo ya he cambiado tres veces desde que empecé a hablar.
La multitud estalló en una mezcla de risas y aplausos. Juan no se volvió. Caminó hasta su coche, encendió el motor y sintió una urgencia que no podía ignorar. ¿Qué se rompía primero? ¿El trabajo? ¿El matrimonio? ¿El coche que odiaba desde el día en que lo compró?
El motor rugió mientras desaparecía en la carretera. Al llegar a un semáforo en rojo, bajó la ventanilla y gritó al vacío:
—¡Soy un Nokia, pero estoy aprendiendo a morir!
La luz cambió a verde, y Juan aceleró hacia un destino que aún no había imaginado.
«La realidad es un espejo distorsionado en el que todos nos miramos» (Joan Didion, nacida el 5 de diciembre de 1934 en un mundo real. Aún no se había inventado Matrix)
Tal día como hoy de hace 7 años dejo de decir que la quería. Y mira que me llegó a gustar esta canción. Es lógico en un adolescente hormonado.
Que t’estimo
Quan la llum del capvespre acarona les teves espatlles, em perdo en la dolçor del teu nom. És com si el vent que bressa les fulles fos una melodia secreta entre nosaltres, xiuxiuejant "t'estimo". I quan et miro, els mots perden sentit: només queda el batec del cor, aquell que ressona en la pell, que crema de desig. Les meves mans tremolen en el silenci, recorrent el traç de la teva ombra com un cec que descobreix el sol. Que t’estimo, i en aquest instant, no hi ha res més: només tu, jo, i l'aire embriagador que ens envolta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario