miércoles, 11 de diciembre de 2024

EL ARTE DE LLAMAR IMBÉCILES


–¡Felón! –gritó desde su escaño el diputado Ramón Ferrer, con una vehemencia que hizo eco en el hemiciclo. Al instante, como en un concierto de punk político, las bancadas rivales respondieron con aplausos, abucheos y un murmullo de insultos que se elevó como un crescendo desafinado.

María Beltrán, ministra de Economía, cerró su carpeta con un golpe seco. En su rostro, una mueca mitad desprecio, mitad resignación. Tomó el micrófono con calma quirúrgica y disparó:

–Entiendo, señor Ferrer, que para usted el PIB es lo mismo que su nivel de inteligencia: una cifra en caída libre.

Un “ooooh” recorrió el pleno, como una ola de calor en pleno agosto. Las redes sociales explotaron. El hashtag #ImbécilDelPIB se convirtió en tendencia antes de que Ferrer pudiera encender su micrófono para contraatacar. En su cuenta de X (antes Twitter), ya había subido un video llamando a Beltrán “bruja neoliberal”.

El presidente de la Cámara golpeó la mesa tres veces, pero su mazo se había convertido en un gesto simbólico, tan efectivo como gritar “orden” en un carnaval. Los insultos habían evolucionado desde el clásico “facha” hasta joyas lingüísticas como “mendrugo populista” y “zar del despilfarro”. Cada una diseñada no solo para herir, sino para sumar likes.

En los pasillos del Congreso, José Luis Rivera, estratega de comunicación de Ferrer, analizaba el impacto de las ofensas. Frente a una pantalla de porcentajes y gráficos, se ajustó las gafas y sentenció:

–Los insultos de alto impacto generan un 30% más de interacciones. Pero cuidado con cruzar la línea. Si llamas “aristócrata del fracaso” a alguien, eres un genio. Si lo llamas “bastardo”, eres un villano. El arte del insulto político requiere precisión.

Mientras tanto, en un despacho más discreto, Beltrán revisaba su próximo discurso con su asesor personal, un poeta fracasado reciclado como spin doctor. Él escribía frases como “parásito de la nostalgia franquista” y “campeón de la demagogia low cost”. La ministra asentía, pero también se preguntaba cómo había llegado a un mundo donde los presupuestos generales se debatían a través de memes.

En las calles, los ciudadanos ya no discutían políticas públicas, sino compilaban listas de los mejores “zascas” parlamentarios. Un taxista comentaba a su pasajero:

–Esos cabrones pueden insultar, pero no arreglan los baches de la calle. Eso sí, la ministra tiene buena puntería. Mejor que Ferrer cuando votó en contra de su propio partido.

El pasajero reía.

En el siguiente pleno, Ramón Ferrer decidió contraatacar. Habló durante dos minutos sin pausas:

–La ministra Beltrán se especializa en vender humo con la misma habilidad que un pirómano disfrazado de bombero. Pero no nos engañemos, señoría, sus cifras son un insulto a la inteligencia de cualquiera que sepa contar hasta diez.

Los aplausos de su bancada casi tumbaron las lámparas del techo. Desde su asiento, Beltrán escribió algo en un papel. Luego se lo pasó a un ujier, quien lo llevó hasta Ferrer.

El diputado abrió el papel con curiosidad y encontró una única palabra escrita: “Felón”.

El hemiciclo, atrapado en un bucle de absurdo, se dividió entre los que veían en aquello una genialidad y los que ya no sabían si estaban en una democracia o en un show de stand-up.

En el exterior, el país continuó su marcha, mientras los insultos se acumulaban en los diarios de sesiones y las redes ardían. La economía, la educación y la sanidad seguían su curso, inalteradas por las palabras huecas. Al fin y al cabo, como decía el taxista: “Tanta palabrería para que al final sigamos esquivando los mismos baches”.

"Cualquier hombre que haya proclamado la violencia como su método está inevitablemente obligado a tomar la mentira como su principio." (Alexander Solzhenitsyn, nacido el 11 de diciembre de 1918 para ser premio Nobel de Literatura en 1970 y pasarse más de 11 años encerrado en un “gulag” ruso allá por Siberia por decir cosas como las de la frase)

Y que cumplas muchos más de los 80 de hoy y dejes de pedir perdón de una vez. 

Massa tard

Les paraules s'amuntegaven a la punta de la llengua, però cap era prou per expressar el remordiment. Ara que ja era massa tard, entenia la crueltat de les seves accions. Els ulls, que abans brillaven amb una joventut imprudent, ara estaven emboirats per les llàgrimes de penediment. Volia tornar enrere, desfer el que havia fet, però el temps, implacable, seguia endavant. Només li quedava l'esperança que, algun dia, el perdó pogués trobar el camí cap al seu cor.

 

 

 

 

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