EL REGALO INVISIBLE
La cafetera de la oficina chisporroteaba con un esfuerzo indecente mientras Marcial alzaba su voz por encima del murmullo. El viernes de intercambio de regalos siempre sacaba lo peor de esta gente, pero este año Marcial había decidido batir récords.
—Un regalo invisible, ¿puedes creerlo? —decía, gesticulando con las manos como si estuviera vendiendo enciclopedias en 1997—. Literalmente no hay nada que abrir. Ni siquiera un envoltorio. Cómo se nota que algunos no ponen ni un gramo de esfuerzo.
Yo, apoyado en la máquina de café, mantenía la sonrisa tensa que me había acompañado toda la mañana. Cada vez que Marcial hablaba, sentía cómo mi paciencia se evaporaba como la leche tibia que la cafetera apenas conseguía calentar. La ironía, claro, era que él había considerado un gran gesto regalarme un libro electrónico... sin un solo libro dentro.
Cuando abrí el paquete y vi el lector digital, casi me emociono. Pero, al encenderlo y ver esa pantalla vacía como el alma de un contable en lunes, entendí que Marcial no había comprado un regalo; había comprado una tarea.
—Tú sabes que hay que descargar los libros, ¿no? —le dije durante la entrega, intentando no sonar demasiado acusador. Marcial me miró como si le hubiera pedido la teoría de cuerdas explicada con diagramas.
—Ah, pero eso es parte de la diversión, ¿no crees? —me respondió, con esa sonrisa que uno solo asocia a vendedores de seguros o políticos en campaña.
Y ahora aquí estaba, quejándose de que su regalo invisible —una obra de arte conceptual que, dicho sea de paso, representaba perfectamente lo que él merecía— no era suficiente. Había impreso una hoja de papel con las palabras "EL REGALO ES TU IMAGINACIÓN" en Comic Sans, lo había enrollado y atado con un cordel. Minimalista. Perfecto. Y, según Marcial, absolutamente insultante.
—Tú solo lo dices porque no sabes apreciarlo —respondí al fin, dejando la taza de café en el mostrador. La máquina gorgoteó, como si también quisiera participar en la conversación.
—Aplícate este —murmuré para mis adentros, pero alguien más lo escuchó: Martín, el del departamento legal. Soltó una carcajada que resonó como un disparo en una biblioteca.
—El regalo invisible... —Martín chasqueó los dedos—. Eso es brillante. Deberías dedicarte al arte conceptual.
Marcial, que no entendió el sarcasmo, se hinchó como un pez globo al sentirse respaldado. Mientras tanto, yo imaginaba todas las formas en las que podría insertar el e-reader sin libros en alguna cavidad de su cuerpo. Un proceso laborioso, pero gratificante.
La reunión de intercambio finalmente terminó, y la oficina comenzó a vaciarse lentamente. Me quedé un momento a solas en la cocina, sosteniendo el lector digital como si fuera un testigo mudo de mi tormento. Decidí darle una oportunidad. Abrí la tienda online, busqué un clásico y compré "Crimen y castigo". Al menos tendrá un propósito, pensé.
Cuando regresé a mi escritorio, el aparato mostraba un mensaje de error. Batería agotada. Marcial no había cargado el regalo. Por supuesto que no.
Lo dejé caer sobre la mesa con un golpe seco. Cerré los ojos y respiré hondo. El regalo invisible había ganado la partida.
—Feliz Navidad, cabrón —murmuré mientras apagaba el ordenador y me preparaba para otra semana en este circo de neones y mediocridad.
«La democracia acababa con la crisis económica o ésta acabaría con la democracia» (Enrique Fuentes Quintana, nacido el 13 de diciembre de 1924 para escribir el libro de Hacienda Pública con el que estudié tan “fascinante” asignatura en 3ª de Derecho)
Y que cumplas muchos más de los 35 de hoy. Un consejo nunca despidas a tu director de márqueting que te está llenando de oro.
El ball insubornable
La Laia ballava sola al centre de la plaça, sota un cel esquitxat d’estrelles. Els murmuris al seu voltant creixien, però ella només somreia. Els peus es movien sense por, com si els insults es fessin pols en tocar la seva pell.
“Ets un desastre!” va cridar algú. Ella va girar sobre si mateixa, fent volar el vestit, i va contestar: “Sí, però soc el meu desastre.”
Amb cada volta, cada salt, feia miques les mirades de rebuig. Quan la música s’aturà, la plaça estava muda. Però ella no. Va riure i va dir: “Sacsejo el món a la meva manera.”
Muy bueno, como siempre!
ResponderEliminarCasi siempre... hay días que no te leo por aquí :D
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