LA EPIDEMIA DEL CORAZÓN MARCHITO
En el año 2024, en un pequeño pueblo semiurbano con calles adoquinadas y redes Wi-Fi intermitentes, el amor no era una fuerza que construyera imperios o inspirara poemas de Instagram. Era una dolencia incomprendida, una especie de virus emocional que encontraba diagnósticos improvisados en los rincones más insospechados. Nadie en ese pueblo lo sabía mejor que Bertoldo, un terapeuta autodidacta y entusiasta de los remedios alternativos.
Bertoldo atendía en su "clínica" improvisada, un viejo garaje reconvertido con muebles de segunda mano y luces LED que parpadeaban con sospechosa intermitencia. Su lugar favorito era un sillón desvencijado junto a un calefactor eléctrico, donde tamborileaba los dedos sobre un libro maltrecho titulado *El arte de amar* de Erich Fromm. Esa mañana, una figura tambaleante irrumpió en su santuario. Era Avelina, hija del panadero local, pálida como una hoja de impresora y con ojeras tan profundas como los baches de la carretera principal.
—Bertoldo, ¡me estoy muriendo! —exclamó, dejándose caer dramáticamente en un desvencijado puf.
—¿Otra vez mal de amores? —preguntó él sin levantar la vista de su libro. Pasó una página con parsimonia y agregó—: Necesitas equilibrar tus energías, Avelina. No todo se soluciona con mensajes de texto.
—No puedo comer, no puedo dormir... Soñé con Guilhem otra vez —respondía ella, apretando un cojín contra su pecho. Su voz temblaba, pero Bertoldo apenas parpadeó.
—Ah, amor moderno. Una epidemia de estos tiempos digitales. Vamos a ver...
Con movimientos teatrales, Bertoldo buscó en su mesa desordenada. Sacó una bolsa de gel frío, un paquete de té verde y un espejo compacto con restos de maquillaje.
—Tienes suerte, Avelina. Hoy estoy inspirado. Primero, un poco de introspección. Mira en el espejo y dime, ¿qué ves?
Avelina dudó, pero obedeció.
—Mi rostro. Aunque... ¡parezco un espectro!
—Exacto. Esa palidez es culpa de la sobredosis de café y scroll infinito en redes sociales. Pero no te preocupes, lo curaremos. Ahora, ¡a hacer una infusión de té verde! El amargor expulsará la toxicidad emocional desde tus entrañas.
Avelina protestó, pero pronto se encontró sorbiendo el líquido humeante mientras lanzaba miradas incrédulas.
—Esto es ridículo, Bertoldo.
—No, ¡esto es medicina holística moderna! —exclamó él con orgullo. Luego alzó la bolsa de gel frío y se la mostró como si fuera un trofeo.
—¿Qué haces con eso?
—Un toque de frío en la nuca. El exceso de emociones suele acumularse ahí. No es personal, es terapéutico.
Mientras Avelina sufría el peculiar tratamiento, el repartidor de la tienda online local, un joven llamado Guilhem, pasó frente al garaje con una mochila repleta de paquetes. Bertoldo, con ojos astutos, notó cómo la paciente se enderezaba un poco más rápido de lo esperado.
—¿Te interesa mantenerte con vida, Avelina? Porque lo que tienes no es mortal. Es contagioso, pero no mortal.
—¿Qué quieres decir? —susurró ella, desviando la mirada.
Bertoldo se acercó, inclinándose hasta estar a su altura.
—La verdadera cura del mal de amores es más sencilla de lo que crees. Deja de mirar desde lejos y dile algo al chico. Tal vez un "hola" sea suficiente. A veces el corazón deja de marchitarse cuando se arriesga.
Avelina se ruborizó, un milagro para alguien supuestamente agonizante.
—¿Y si me rechaza?
—Entonces tendremos que seguir con el té verde. Pero dudo que sea necesario.
Esa tarde, con la excusa de devolver un paquete entregado por error, Avelina salió al encuentro de Guilhem. Nadie sabe qué se dijeron exactamente, pero desde ese día nunca más regresó al garaje de Bertoldo.
El terapeuta, satisfecho, cerró su libro y murmuró para sí mismo:
—El amor es una epidemia extraña, pero también es la cura más extraña.
Y así continuó su labor, tratando a la comunidad con un curioso método que combinaba psicología amateur y algo que aún no osaba llamar esperanza.
«La literatura es el refugio de los que no encuentran su lugar en el mundo» (Juan José Manauta, nacido el 14 de diciembre de 1919 y, aunque se dedicó a la literatura, encontró su lugar en el mundo y, espero, que en la habitación de al lado. Por cierto, lo mío es un intento de hacer literatura, así que nadie diga que no estoy ubicado)
Hoy hubiese cumplido 78 años, pero se quedó en 76 dejando sin respuesta una pregunta que ha planeado toda nuestra adolescencia y parte de la madurez: ¿lo estaban haciendo mientras cantaban? Se hace difícil pensar que así fuese pero nos dejó a much@s calentit@s perdid@s pensándolo... bueno y oyéndolo. Y no, nadie estaba enferm@. Os dejo la versión largaaaaaa para que la disfrutéis.
Respiració interrompuda
Els seus dits, freds com l’acer, lliscaven pel meu coll mentre la seva veu, gairebé un murmuri, xiuxiuejava: Je t'aime. Però el seu alè era massa càlid, massa humà per creure’l. Vaig sospirar, no per desig, sinó per ofec, quan el silenci va esdevenir més pesat que els llençols.
—Moi non plus... —vaig contestar, amb un fil de veu, mentre el seu somriure s’apagava com el sol darrere les cortines tancades.
La passió pot ser assassina, però només si deixes que s'ofegui en les paraules que mai vas voler dir.
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