domingo, 15 de diciembre de 2024

LA TRADICIÓN DEL ÁRBOL


Elena acomodó el teléfono sobre el microondas, ajustándolo entre un bote de garbanzos y la caja de cereales. La llamada al jurado independiente sería transmitida en directo a toda la familia. Su madre, en bata de franela, se sentó en el taburete junto a la cocina, con las manos cruzadas sobre el regazo como si esperara un veredicto judicial. Su padre, menos ceremonioso, se plantó junto a la ventana con una cerveza en la mano, examinando el espacio del balcón como quien calcula si cabe un mueble nuevo.

—De verdad, este año no me parece justo —dijo la abuela Carmen desde la mesa, con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. Me colgaron del balcón en 2022, y el viento de enero me dejó rígida hasta Semana Santa. Ya toca que pruebe alguien más.

—Es cuestión de espacio, mamá. Tienes que entenderlo —respondió Elena mientras sacaba brillo a la pantalla del móvil con la manga del jersey—. El jurado es imparcial.

—Imparcial mis narices —murmuró Carmen—. La prima de tu cuñado está en ese jurado. Seguro que lo arreglaron para que me toque otra vez.

El teléfono vibró, anunciando la conexión. Una voz grave y pomposa emergió del altavoz, llena de autoridad, como si quien hablara estuviera más acostumbrado a emitir sentencias en juicios internacionales que a resolver disputas domésticas.

—Familia Pérez López, gracias por confiar en nuestro servicio para mantener viva esta hermosa tradición. Hemos revisado el caso y deliberado exhaustivamente. Tras evaluar factores como la antigüedad del árbol, el espacio disponible y las circunstancias personales de los miembros, hemos llegado a una decisión.

La tensión en la cocina era palpable. Incluso el gato, que dormitaba junto a la calefacción, alzó la cabeza, como si supiera que lo que se iba a decir cambiaría el curso de las próximas semanas.

—Este año —continuó la voz—, la persona que deberá abandonar el hogar durante el mes de diciembre es... el señor Rafael Pérez.

La cerveza cayó al suelo, derramándose como si representara las lágrimas que Rafael aún no había decidido si derramar.

—¡Pero si yo trabajo desde casa! —protestó él—. ¿Dónde se supone que voy a meter el ordenador?

—El Corte Inglés abre de nueve a diez —respondió la abuela, con una sonrisa que no se molestó en ocultar—. Llévate una gorra roja y dices que eres Papá Noel. A los niños les encanta.

Elena intentó mediar.

—Papá, no es tan malo. Puedes turnarte con mamá para venir a cenar. El jurado dice que lo importante es la armonía familiar.

Rafael se volvió hacia la ventana, contemplando el balcón como si fuera el borde de un precipicio. Luego miró el árbol de plástico aún embalado en su caja, apostado en la esquina como un testigo mudo de la situación.

—No voy a colgarme del balcón como si fuera un maldito adorno —dijo, con voz ronca—. No soy tan flexible como tu abuela.

La abuela le sacó la lengua.

—Esa actitud no ayuda, Rafa.

El silencio se rompió con un portazo. Rafael se fue al dormitorio, pero no antes de lanzar una última mirada al árbol.

La Navidad transcurrió según lo previsto. Rafael improvisó un despacho en el aparcamiento del centro comercial, conectado a la wifi del McDonald’s, mientras Elena y su madre organizaban cenas que apenas cabían en la diminuta mesa de la cocina. La abuela, fiel a su palabra, supervisó la operación desde el sillón, con una manta sobre las piernas y una copa de anís en la mano.

Pero el 6 de enero, cuando los Reyes Magos aún no habían terminado de repartir regalos, Rafael volvió a casa con una caja bajo el brazo.

—¿Qué llevas ahí, papá? —preguntó Elena.

Él no respondió. Desempaquetó el contenido: un abeto de tamaño real, natural, con raíces y todo.

—Este es el árbol de verdad. Ese plástico absurdo puede irse a la basura.

—Pero papá... ¿dónde vamos a ponerlo?

Rafael clavó la mirada en la abuela.

—Siempre cabe alguien más en el balcón, ¿no?

«Pueden ser crueles los actos de un hombre, sin necesidad de que el hombre sea cruel» (Esa frase la dijo Nerón entre el 15 de diciembre del año 37 de nuestra era y el 9 de junio del 68. El mayor acto de crueldad que cometió Nerón fue el tocar la lira y creerse un artista)

Hoy nace esta canción sin ninguna vocación de crear una época: "Caminos de silencio"; autor: Yo... con ayuda de la IA, claro.


 

 

 

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