martes, 24 de diciembre de 2024

CUESTIÓN DE FE


Hoy, 24 de diciembre, la fe está de aniversario. Hace 2025 años, según dicen, un niño nacido en una cueva de Belén cambió la historia del mundo. No importa que la cueva fuera poco más que un agujero oscuro, con olor a estiércol y ecos de animales que respiraban más calor que oxígeno. Ni que el carpintero José pareciera más un extra confundido que el protagonista de una historia divina. Él, resignado, sostendría la vela mientras María, la virgen más famosa del mundo, daba a luz sin despeinarse ni una ceja. De algún modo, entre el polvo y los mugidos, la noticia salió de allí. Sin WhatsApp, sin memes y sin trending topics, llegó a todos los confines del planeta. Milagro de la comunicación prehistórica.

Esa misma fe nos pide creer que tres reyes del Lejano Oriente, guiados por una estrella GPS de alta precisión, viajaron semanas para entregar oro, incienso y mirra a un bebé envuelto en tela barata. Porque, claro, nada dice “¡Sal de la pobreza!” como regalos que ni siquiera puedes revender en Wallapop. Y tampoco importa qué pasó después con esos presentes. Tal vez alguien intercambió la mirra por pan o el incienso por una oveja flaca. Lo que sí quedó claro fue el mensaje: el bien siempre triunfa, incluso cuando no entiendes cómo.

En la Comunidad Valenciana, tras la reciente tragedia de la DANA, también se ha recurrido a la fe. La fe en que las ayudas prometidas lleguen a los damnificados antes de que las grietas de sus casas se conviertan en ruinas y sus esperanzas en resignación. Es un tipo de fe que también roza lo milagroso: confiar en que la burocracia, lenta y engorrosa como siempre, se convierta de repente en un río ágil de soluciones y no en un pantano donde se pierden las promesas.

En Cataluña, sin embargo, la fe toma otras formas. No me refiero a que por fín se aplique la amnistía a los y las represaliad@s o que podamos hablar en catalán sin ser señalados o que los políticos y políticas dejen de tomarnos como elementos susceptibles de votarles. No. Eso pertenece al reino de lo práctico. Hablo de la tronca, el famoso tió. Esa criatura de madera con sonrisa pintada que los niños golpean mientras cantan canciones. Golpes y estrofas que, de alguna forma, hacen aparecer regalos debajo de su barriga. Es una fe sin dogmas, sin sermones, pero con resultados tangibles: juguetes, dulces y, en ocasiones, algún calcetín nuevo. Porque incluso la magia tiene sus límites.

Una Nochebuena de hace unos años, se cantaban villancicos con energía mientras el tío recibía los golpes acompasados de la tradición. El comedor se llenaba del olor a castañas asadas y vino caliente, mientras en el fondo la televisión murmuraba noticias internacionales que pasaban desapercibidas. Cada golpe al tío era una promesa, cada verso, una declaración de fe en lo imposible. Entre risas y papeles de regalo, el milagro se materializaba: los paquetes aparecían, y con ellos, una fugaz sensación de que el mundo volvía a ser simple.

No es cuestión de fe creer que, al final, todos buscamos lo mismo: un pequeño milagro que nos permita seguir adelante. Ya sea en una cueva de Belén, en las calles de Paiporta o Torrent o bajo un tronco de corcho en Cataluña. Porque la fe, al fin y al cabo, no entiende de fronteras ni de lógica. Es el pegamento invisible que une nuestras dudas y esperanzas, los parches que cubren las grietas del absurdo cotidiano. Así que golpeemos el tío, cantemos nuestra canción y esperemos que, esta vez, también funcione.

«Si pienso en mí cuando estudio a los hombres, no es por egoísmo; es porque soy el hombre que tengo más a mano» (Antonio Trueba, nacido en un portal al lado de la ría de Bilbao el 24 de diciembre de 1819. Como todos los hombres y mujeres, nunca pensó en si mismo)

Y quién no se comerá hoy los turrones -literalmente- es Alfa Anderson quién se fue a la habitación de al lado este 24 de diciembre. Puro caos habrá desatado.

Freak, però elegant

El club bullia. Els llums esgarrapaven l’aire, i la música arrencava cossos de la gravetat. Al centre, ella: vestida de plata, movia els malucs com si l’univers fos seu. Les mirades es clavaven, però ella ni se n’adonava.

Quan la cançó va esclatar amb el seu "Freak out!", tot el món es va desfer en pur caos: gent saltant a taules, copes volant, sabates perdudes. Ella? Es va treure les ulleres de sol, les va llançar a un desconegut, i va desaparèixer darrere la cortina d’estrelles que només ballarins veritables poden veure.

La nit no la va oblidar mai.


 

 

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