EL ARTE DE SER INOFENSIVAMENTE INVISIBLE
“El feo no nace, se hace”, decía mi abuela mientras intentaba peinar mi cabello con un peine que se negaba a colaborar con el desastre natural que era mi cabeza. Decía que la belleza era un don, pero la fealdad, ah, esa era un talento que pocos sabíamos cultivar.
Mi nombre es Ernesto, aunque mis compañeros de trabajo prefieren llamarme “El Croásán”. No por mi amor a los bollos —ojalá—, sino por mi perfil peculiar, una curvatura que la naturaleza me regaló en la nariz y la barbilla, creando un efecto de lógica culinaria. Podría ofenderme, pero descubrí hace tiempo que la ironía es el escudo perfecto contra los dardos de la opinión pública.
En mi juventud, traté de luchar contra mi destino estético. Cremas milagrosas, dietas absurdas y un intento fallido de cambiar mi imagen con un corte de pelo al estilo de Brad Pitt en los años 90. El resultado fue desastroso: una mezcla entre cactus seco y estatua de cera. Pero con los años, la sabiduría de mi abuela cobró sentido. Ser feo no solo es un arte, también es un superpoder.
Ventaja número uno: La invisibilidad social.
En un mundo obsesionado con el selfie perfecto y el filtro de Instagram, yo soy el tipo que podría asaltar un banco en pleno día y salir caminando con las manos en los bolsillos. Nadie recuerda al feo; somos como extras en la película de la vida. Una vez, en el tren, me olvidé mi mochila en el asiento. Al volver a buscarla, ahí estaba, intacta, porque nadie la había tocado. Sospecho que hasta los ladrones sienten pena por nosotros.
Ventaja número dos: La ausencia de expectativas.
Si eres guapo, todos esperan que seas carismático, inteligente y exitoso. Si eres feo, puedes ser mediocre sin que nadie se sorprenda. En el trabajo, mis compañeros guapos están siempre bajo la lupa del jefe. Yo, en cambio, soy el “técnico de soporte” que “siempre está ahí”. Nunca “el genio”, pero tampoco “el incompetente”. Me muevo en un cómodo gris que nadie se molesta en cuestionar.
Ventaja número tres: El humor como herramienta de supervivencia.
“Ernesto, tú siempre haces reír a todos”, dicen, como si fuera un elogio. Claro, porque si no hiciera chistes, lo único que harían sería mirarme fijamente. Aprendí que el sarcasmo y la ironía no solo desarman, también redirigen la atención hacia el verdadero villano de cualquier situación: el silencio incómodo. Además, en el amor, el humor es una moneda de cambio aceptable. Quizá no sea guapo, pero soy divertido. Y en un mundo donde las risas son escasas, eso cuenta.
La venganza de los feos.
Hace unos meses, me invitaron a dar una charla en una escuela sobre “autoaceptación”. Lo acepté por los bocadillos gratis y porque, sinceramente, pensé que nadie prestaría atención. Pero al terminar, un grupo de estudiantes me rodeó con preguntas. Uno me dijo: “¡Quiero ser como tú, Ernesto!”. Al principio, pensé que me estaba tomando el pelo, pero su expresión era sincera.
Ese día comprendí algo: la verdadera ventaja de ser feo es que te permite ver el mundo sin los lentes empañados de la vanidad. Mientras los guapos luchan por mantener su fachada, nosotros podemos dedicarnos a lo importante: vivir, reírnos de la vida y, de vez en cuando, dar una charla motivacional solo para disfrutar de los bocadillos.
«Después de nosotros, el diluvio» (Madame de Pompadour, nacida el 29 de diciembre de 1721 para ser la amante –en aquella época se llamaba ‘la cortesana’- de Luis XV y mucho más lista que éste. Con esa frase dejó claro que es lo que le interesaba de este mundo: el cambio climático por supuesto que no)
Y que cumplas muchos más de los 73 de hoy porque la eternidad, por más que le cantes a Jesucristo Superstar, no la conseguirás.
Si no puc tenir-te
M’estremia la mà mentre marcava el número. La veu a l’altra banda, freda com l’hivern, va confirmar el que ja sabia. Un nus a la gola em va ofegar les paraules. “Si no et puc tenir…”, vaig murmurar, la melodia d’aquella cançó ressonant al cap, “…no vull res”. El telèfon va caure a terra, un eco del cor que se m’esquerdava. La pluja, rere el vidre, dibuixava llàgrimes que mai no podrien igualar les meves. El món, sense ella, esdevenia un desert.
Quina meravella
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