viernes, 27 de diciembre de 2024

 TÚ, YO Y EL ALGORITMO


Era una noche cualquiera en el salón minimalista de Lorena y Tomás. Las luces frías del LED iluminaban el espacio con la misma pasión que su matrimonio de diez años: ninguna. Lorena navegaba en su teléfono como si su índice pudiera rasgar la pantalla, y Tomás hacía scroll en su propio dispositivo con la atención de un arqueólogo descifrando jeroglificos digitales. Lo que no sabían, o tal vez fingían no saber, era que ambos estaban al borde de un abismo que había sido excavado con emojis, mensajes borrados y perfiles de Tinder mal disimulados.

Lorena recibió la notificaciones de “Luis - 2 km cerca”. Luis, el exnovio cuya sonrisa había arruinado tantas decisiones racionales. Tomás, por su parte, no podía ignorar que en su bandeja de entrada apareció un mensaje de “SofíaBachataQueen98”: “Hola, guapo. ¿También buscas diversiones secretas?”. La ironía era brutal: ambos querían lo mismo, pero con diferentes aplicaciones.

El algoritmo, esa entidad divina que nunca duerme, había decidido que era el momento de darle una sacudida a la monotonía. No porque le importaran las emociones humanas, sino porque los patrones de comportamiento eran rentables. Si Lorena pasaba una hora coqueteando con Luis, era más probable que clicara en anuncios de ropa interior. Si Tomás seguía el hilo con Sofía, quizás terminara suscribiéndose a alguna plataforma premium.

Mientras Lorena tecleaba un coqueto “¿Te acuerdas de nuestra noche en la playa?”, Tomás escribía un indeciso “¿Qué clase de diversiones tienes en mente?”. Pero el verdadero maestro de ceremonias era el algoritmo, que envió ambas notificaciones al mismo tiempo, como si quisiera orquestar un duelo moderno. La traición estaba servida, pero no con cuchillos afilados, sino con teclados silenciosos.

De repente, el silencio del salón fue roto por una risita sofocada.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó él sin apartar la vista de la pantalla.

—Nada, solo un meme —respondió ella, al tiempo que su corazón aceleraba.

—Qué curioso, también estoy viendo memes —dijo él, mientras mentalmente componía una estrategia para seguir el juego con Sofía sin parecer demasiado desesperado.

La mentira flotaba en el aire, pero ninguno tenía el valor de cortarla.

Horas después, cuando las notificaciones se habían silenciado y la casa dormía, los verdaderos protagonistas se manifestaron. Lorena soñó con Luis en una playa imaginaria donde el algoritmo no existía. Tomás, por otro lado, tuvo un sueño mucho menos romántico: el de olvidarse la contraseña de su app favorita.

Cuando despertaron, ninguno mencionó sus respectivas traiciones virtuales.

—Es solo un juego —se decían a sí mismos.

Pero, como todo juego, había un ganador: el algoritmo, que seguía tomando nota.

«La revolución no es solo un cambio de poder, sino una transformación profunda de la sociedad» (Rafael Salazar Alonso, nacido el 27 de diciembre de 1895 y fusilado el 22 de setiembre de 1936 por su presunta participación en la sublevación militar del 18 de julio del dictador Franco. No fue así pero poco importaba para los ajustes de cuentas de aquellos –nefastos- días)

Y que cumplas muchos más de los 36 de hoy ... seguro que te llega el momento del éxito pero no con la canción del vídeo. 

El darrer fil de llum

La nau solitària surava entre les ombres eternes de l’espai, un fràgil reflex d’un somni extingit. A dins, ella ajustava les coordenades, esperant que un raig d’estrella trencés la foscor. La seva veu, una simfonia esmicolada, xiuxiuejava un últim vers: "Dalt de l'univers, la llum no mor; només es disfressa." Però el silenci era un enemic que devorava cada paraula.

Quan el comandament es va apagar, va tancar els ulls. A l'infinit buit, una petita espurna s’encengué, com si la resposta arribés d’una galàxia desconeguda. I ella somrigué, suspesa en un somni més gran que la vida.


 

 

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