domingo, 19 de enero de 2025

 INVENTARNOS DE NUEVO

Él dejó caer las llaves sobre la mesa. El sonido se extendió como una grieta, desgarrando el silencio que los había envuelto desde hacía semanas. Ella, sentada junto a la ventana, giró lentamente la cabeza, pero no lo miró. Miraba a través de él, como si la figura que cruzaba la puerta ya no fuera el hombre al que había amado.

—¿Llegaste a tiempo? —preguntó con una voz que parecía atravesar un muro de escombros.

—A tiempo para perderlo todo —respondió él, dejándose caer en una silla, con el cansancio aferrado a sus hombros como un sudario.

El aire entre ellos olía a madera mojada y desolación, un aroma que la tormenta había dejado al filtrarse por las grietas de la casa. Una vela titilaba en la mesa, y su luz proyectaba sombras danzantes que parecían pelearse entre sí.

—Yo ya no soy el que quisiste que fuese —dijo él, finalmente, rompiendo el silencio como quien rompe un espejo con la mano desnuda.

Ella lo miró entonces, por primera vez en semanas. Sus ojos, antes refugio, ahora eran un pozo sin fondo.

—Y tú ya no eres quien yo inventé.

Sus palabras resonaron como un eco en el hueco donde alguna vez habían estado sus sueños compartidos. Él respiró hondo, intentando encontrar algo en el aire: un indicio, un rastro de los días en que ella reía con la fuerza de quien desafía al mundo. Ella respiró igual, buscando el olor del humo de sus noches felices, cuando compartían el calor de una chimenea que ahora estaba fría.

—¿En qué momento dejamos de ser nosotros? —murmuró él, hundiendo el rostro entre las manos.

—El día en que empezaste a mirarme como si fuera un borrador que necesitaba corregirse.

Las palabras lo golpearon como un mar embravecido contra un acantilado. Quiso responder, pero solo pudo tragar el nudo que se había formado en su garganta. Afuera, el viento arrastraba hojas secas, y el ruido se colaba por las rendijas de la ventana como un susurro que insistía en no dejar morir el momento.

Ella se levantó y cruzó la habitación. Cada paso sonaba como un reloj descompuesto, marcando un tiempo que ya no era el suyo. Se detuvo junto a él y, por un instante, dejó que sus dedos rozaran los suyos, apenas un suspiro de piel contra piel.

—Nos construimos de promesas que no supimos cumplir —dijo ella, su voz temblando, como si cada palabra fuera un hilo que se deshilachaba entre sus labios.

Él levantó la mirada, pero ella ya no estaba. Había cruzado la puerta, dejando tras de sí el aroma de la tormenta y un vacío que se extendía como una sombra interminable.

Afuera, la lluvia comenzaba a caer de nuevo, cada gota marcando el ritmo de algo que había terminado pero aún latía, como el eco de una canción que nadie recordaba cómo cantar.

Se quedó ahí, en la penumbra, con el sabor amargo de las palabras no dichas. Ella ya no era quien había inventado, pero, tal vez, nunca lo había sido. Y él... él ya no sabía quién era.

Tal vez, pensó, la respuesta no estaba en el tiempo perdido, sino en el silencio que ahora lo rodeaba. En la posibilidad de inventarse de nuevo, aunque ya no supiera cómo.

"Sólo practica el bien. Haz el bien a los demás, sin pensar en lo que a ti te pueda reportar a modo de recompensa. De verdad, beneficia a los demás sin beneficiarte a ti mismo. Este es el requisito indispensable para liberarse de los apegos del Ser." (Dōgen, nacido el 19 de enero del 1200 para crear una escuela Zen y tomarse la vida con mucho optimismo y confianza en la especie humana)

Nació el 19 de enero de 1943 y decidió -o las drogas lo hicieron por ella- que a los 27 ya tenía suficiente. Otra ilustre que ingresó en el club que lleva el nombre de los mismos años que pudo cumplir por aquellos días de vino y drogas.

Llàgrimes de vidre

Plovia sense descans sobre el vell piano del bar, la suor i la melodia es barrejaven amb el fum i els somriures oblidats. Ella, amb la veu trencada i l’ànima nua, cantava per a qui mai no va tornar. "Cry baby," repetia, i cada paraula era un cop de puny al cor dels que escoltaven.

Un got de whisky buidat, un somriure d’amor perdut. Quan la darrera nota va morir, l’eco va omplir el silenci amb la promesa de no oblidar. Fora, el vent s’enduia el record, però dins, tothom sabia que el seu plor no era només una cançó.


 

 

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