lunes, 20 de enero de 2025

 Y EL SHERIFF REGRESÓ


Enciendo el televisor con el entusiasmo de quien se enfrenta a su tercera colonoscopia. Las imágenes del Capitolio están por todas partes. La marcha triunfal de P. Donald Trump hacia su toma de posesión parece una mezcla entre un desfile militar y una promoción de Black Friday. Lo han hecho de nuevo: la democracia americana, con toda su parafernalia, ha decidido que lo mejor para el país es darle a este hombre otra temporada como protagonista del apocalipsis político.

El micrófono recoge el crujir de su respiración mientras repite su promesa estrella: “Voy a acabar con todas las guerras.” Aplausos, banderas ondeando, y esa mirada suya de cowboy que ya salvó al pueblo una vez… o eso dice él. Lo que no aclara, y que probablemente sea una cláusula en letra pequeña, es que todas las guerras actuales no incluye las que él mismo va a empezar. Porque claro, el oeste no sería el oeste sin sus tiroteos.

Cuando comienza su discurso, me siento como en un remake malo de una película que ya vi.

“América primero, América siempre,” declara. Su tono parece invocar imágenes de un saloon lleno de sus compinches—esos amigos multimillonarios que siempre tienen algo que ganar cuando el Sheriff Trump está en el poder. Mientras habla, puedo oler el whisky imaginario derramado en las mesas de póker político. Y aquí estamos nosotros, los extras de esta película, tragándonos el polvo de los caballos mientras el Sheriff y su séquito cabalgan hacia otro desastre.

En el bar de la esquina, donde suelo refugiarme del circo mediático, los televisores proyectan el mismo espectáculo. Los rostros en la sala tienen una mezcla de resignación y aburrimiento; es como si estuviéramos todos atrapados en una broma cósmica cuyo remate nunca llega.

“¿Otra vez este tipo?” pregunta alguien al fondo.

“Es el cowboy que salvará al mundo,” le responde otro con sorna.

“¿Salvarlo de qué? ¿De su cordura?”

Las risas se mezclan con el tintineo de los vasos. Sarcasmo colectivo como único mecanismo de defensa.

Trump sigue hablando en la pantalla. Promete “grandeza.” Habla de “hacer que el mundo sea seguro.” Lo escucho como quien oye a un vendedor de aceite de serpiente. Me pregunto si este discurso ya lo tenía escrito desde 2016 o si simplemente le cambió las fechas y los nombres de los villanos de turno.

El día avanza, pero el sentimiento de desastre inminente no se disipa. En las calles, la gente comenta la promesa de terminar las guerras actuales. “¿Y las que va a empezar él?” murmura un hombre en el metro, mientras desliza el dedo por la pantalla de su móvil. Una carcajada seca escapa de mis labios. Es verdad. Trump tiene ese talento especial para venderte la cura mientras te infecta con otra enfermedad.

Esa noche, en mi insomnio habitual, me pregunto si esta vez será diferente. Quizás no todos los finales de las guerras sean malas noticias. Pero luego recuerdo: no hay promesa más peligrosa que la de un cowboy dispuesto a desenfundar por “la paz.”

Y aquí estamos otra vez, con el Sheriff Trump. Que Dios, o quien sea, nos coja confesados.

«Decir que un mal gobierno debe establecerse por miedo a la anarquía es realmente decir que debemos matarnos por miedo a morir» (Richard Henry Lee, nacido el 20 de enero de 1732 fue de los primeros políticos estadounidenses –cuando aún ni existían los EEUU- en describir lo que puede ser un gobierno de los P. Donald Trumps’s y similares)

Y para pasarnos el disgusto de algun@s, la alegría de otr@s y la indiferencia de quién no se cree a ningún político, la música que ningún cowboy podrá mejorar. Ya sé que la he puesto alguna vez y que la evolución política del tal Jon Voight ha sido hacia extremos que no me gustan, pero es que entre él y, sobre todo, Dustin Hoffman lo bordaron en esa tragicomedia universal.

El crit que segueix

Sota el sol de l'agost, caminava sense rumb. El soroll de les veus al meu voltant, fragments d'alguna cosa que no arribava a entendre, m’ofegaven. Tots parlaven, però jo no els escoltava. Només volia fugir, lluny, tan lluny com em portés el vent. Així que vaig seguir caminant, amb els ulls tancats i les orelles tapades. I tot va quedar en un mur de veus que no em tocaven. Al final, només vaig sentir el silenci que buscava, mentre els altres seguien cridant, com si la distància fos la solució. Però qui pot escapar-se d'un crit que et segueix?

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