miércoles, 15 de enero de 2025

 LOS ESPEJOS DEL OTRO LADO


La primera vez que Laura notó algo extraño en el espejo fue una tarde de noviembre. La luz del atardecer entraba a su pequeña sala de estar, tiñendo las paredes de un anaranjado cálido que casi lograba esconder las grietas de la pintura vieja. Estaba limpiando el marco, un regalo de boda que su madre le había dado hacía años, cuando algo captó su atención.

En el reflejo, la cortina ondeaba suavemente, como si una brisa invisible la moviera. Pero en la sala, el aire estaba quieto.

Al principio pensó que era una ilusión, un efecto de la luz y de su cansancio. Había tenido días como ese, donde los recuerdos se mezclaban con la realidad y las pequeñas anomalías pasaban desapercibidas. Pero cuando miró con más detenimiento, lo notó: el reflejo no coincidía.

En el espejo, su salón se veía igual que siempre, pero había algo diferente. Las fotos en la repisa mostraban imágenes que no recordaba haber tomado. Su propia cara en el cristal tenía una expresión que no reconocía, como si estuviera contemplando algo con una mezcla de tristeza y alivio.

Durante semanas, evitó mirarse. Cubrió el espejo con una sábana blanca, diciéndose que era ridículo obsesionarse con algo tan trivial. Pero los espejos tienen una forma extraña de reclamar atención.

Un día, mientras organizaba las cajas en el desván, encontró un álbum de fotos antiguo. Entre las páginas, estaban las imágenes que creía haber visto en el espejo: ella y su marido, pero con una felicidad que no recordaba haber sentido. Allí estaban las vacaciones en la playa que siempre pospusieron, la casa en el campo con la que soñaban, incluso un perro que jamás habían tenido.

Laura se sentó en el suelo polvoriento, sosteniendo las fotografías con manos temblorosas. Era como si alguien le hubiera ofrecido una versión de su vida que nunca vivió, una posibilidad que se desvaneció sin que ella supiera cuándo.

Esa noche, retiró la sábana del espejo. Lo miró fijamente, tratando de encontrar algo tangible que explicara el desajuste. Lo que vio la hizo retroceder: en el reflejo, su marido, Javier, estaba sentado en el sofá, leyendo un libro. Pero Javier había muerto hacía tres años.

Sintió que el corazón se le detenía. La Laura del espejo levantó la mirada y sonrió con una tristeza que ella entendió de inmediato.

—¿Es mejor allí? —preguntó en voz baja, sin esperar respuesta.

La mujer del espejo dejó el libro sobre la mesa y le devolvió la mirada. Laura vio cómo los labios de su reflejo se movían, pero no pudo escuchar lo que decía. En su lugar, la sala comenzó a llenarse de un zumbido bajo, como un murmullo de voces lejanas, invitándola.

Laura empezó a pasar horas frente al espejo. Observaba cada detalle, cada diferencia. A veces veía a Javier riendo, otras cocinando. Todo parecía tan real, tan cálido. Al mismo tiempo, el mundo a su alrededor perdía brillo. La casa que antes le traía recuerdos dolorosos ahora parecía un cascarón vacío.

Una tarde, tocó la superficie del espejo. Estaba fría, pero cuando presionó más, sus dedos comenzaron a hundirse como si atravesaran agua. Al retirar la mano, un leve residuo brillante quedó en su piel.

—¿Qué hay del otro lado? —murmuró. La mujer del espejo no respondió. Solo la miró con los mismos ojos llenos de una tristeza infinita.

El día que Laura cruzó, la casa estaba en silencio. No dejó ninguna nota ni aviso. Simplemente caminó hacia el espejo y, con un movimiento lento, desapareció en él.

El espejo quedó vacío, mostrando solo el reflejo del salón. Desde fuera, todo parecía igual. Pero si alguien se acercara lo suficiente, podría notar algo peculiar: en la repisa, las fotos habían cambiado. Ahora mostraban una vida que parecía más completa, más feliz.

En el otro lado, Laura encontró a Javier. Él estaba esperándola con el perro que nunca tuvieron y el libro que siempre quiso leer pero nunca empezó.

Sin embargo, mientras lo abrazaba, sintió un leve temblor en su interior, una sombra que la hacía preguntarse si aquello era real o si había perdido algo irrecuperable al cruzar.

En su antigua casa, el espejo seguía colgado en la pared, ahora solo un marco vacío que reflejaba todo menos a ella.

«De todas las virtudes, la más difícil y rara es la justicia. Por cada justo se encuentran diez generosos» (Franz Grillparzer, nacido el 15 de enero de 1791 al que habría que decirle aquello de “si un hombre va pidiendo justicia es que quiere que le den la razón”… y eso no es generosidad)

Y que cumplas muchos más de los 29 de hoy; que tengas suerte en tu búsqueda de la lámpara de Aladina pero no es por chafarte la guitarra; es un cuento... como todo lo que hay por este blog.

Un desig, una ampolla

La Marina sempre havia somiat amb volar. Un dia, mentre passejava per la platja, va trobar una ampolla antiga. Amb curiositat, la va fregar i, d'una boira màgica, en va sortir un geni. "Tinc un desig", va dir ella, emocionada. "Vull volar". El geni somrigué i amb un moviment de mà, la Marina va sentir com si les seves cames es convertissin en ales. I així, lliure com un ocell, va elevar-se sobre les ones, cap al cel.

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