jueves, 16 de enero de 2025

CUANDO LAS HUELLAS SE DESVANECEN


A veces soy solo sombra. No aquella que se proyecta obediente bajo la luz, sino una sombra hecha de surcos, líneas profundas que cargan palabras no dichas, susurros que nunca tuvieron fuerza para gritar. Mis pasos no dejan rastro, y aunque el viento roza mis bordes, no logra arrastrar mi peso. Estoy hecha de tantas caídas que me confundo con el suelo.

—¿Por qué no caminas? —su voz aparece como un estrépito, rompiendo la quietud. No hay nadie aquí, solo la memoria de unas palabras que quedaron flotando. Me giro, pero sé que no encontraré un rostro.

—No es que no camine —respondo al vacío—. Es que mis pies olvidaron cómo hacerlo sin dejar grietas.

El aire se siente denso, cargado de ese olor a tierra recién abierta tras la lluvia. El peso de las palabras se acumula en mis hombros, estrías que serpentean hasta mi pecho. Siento la piel tirante, como si cada marca fuera una historia incompleta, un poema sin rima. Quiero gritar, pero sólo consigo un susurro.

—Quizá nunca debimos hablar tanto.

El murmullo no me pertenece. Esta vez la voz es ajena, más grave, rasposa. Me doy cuenta de que no estoy sola. Una figura emerge entre la penumbra. Su silueta vibra, como si no estuviera completamente aquí, como si también fuera una sombra.

—Hablar es lo que nos mantuvo vivos —respondo, sin mirarle directamente—. A veces, también es lo que nos mata.

Se sienta a mi lado, o al menos lo parece. Siento la proximidad en el calor que desprende, un calor tan tenue que apenas reconozco su existencia. Huele a maderas viejas y algo dulce, como el último rastro de una vela consumida.

—No eres sombra —dice, su voz un cuchillo rompiendo mi niebla—. Eres tierra.

Cierro los ojos y dejo que las palabras me empapen. Tierra. Me recuerda a las tardes de infancia, cuando hundía las manos en el barro para sentirme parte de algo más grande, algo que no podía controlarme. Pero ahora, la tierra me pesa, me hunde.

—La tierra guarda huellas —murmuro—. Pero las mías se pierden.

—Quizá porque no caminas para que te sigan. Quizá solo caminas para huir.

Abro los ojos y lo miro. Sus facciones son borrosas, como si la luz hubiera olvidado cómo moldearlo. Aún así, sus ojos brillan, dos carbones encendidos en una noche sin estrellas. No puedo decir si sus palabras son consuelo o condena, pero atraviesan mis capas como cuchillas.

—Huir no es cobardía —respondo—. A veces, es el único acto de valentía que queda.

—Valentía sería quedarte —replica, su voz ahora más firme—. Valentía sería dejar que las marcas cuenten la historia.

Un silencio pesado se instala entre nosotros. Mis dedos acarician la tierra bajo mis pies, trazando círculos que no llevan a ninguna parte. Pienso en todas las veces que quise borrar mis huellas, empezar de nuevo, pero siempre terminaba aquí, en este mismo lugar.

—Las historias necesitan oyentes —digo al fin—. Pero ¿quién escucharía la mía?

—Yo —responde, sin vacilar—. La sombra que eres también soy yo. Y aunque la luz desaparezca, mientras haya marcas, habrá algo que contar.

La brisa se levanta, acaricia mi rostro y trae consigo un susurro que parece venir de muy lejos. El extraño se desvanece, dejando tras de sí un calor que se queda conmigo. Por primera vez en mucho tiempo, dejo que las huellas queden donde caen. La tierra no necesita borrarlas; yo tampoco.

Y, por un instante, soy algo más que sombra.

«Para desenmascarar al presuntuoso, solo hay que contradecirlo; el tonto se contradice a sí mismo con todas sus palabras y movimientos» (Jean Baptiste Antoine Suard, nacido el 16 de enero de 1733 dejándonos varias frases que son verdades como puños. Solo le faltó aquella que dice “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”)

Y hoy nace la canción "El eco de la brisa" gracias a Suno que me ha dicho que esta música le iba bien al relato.


 
L'eco oblidat

El vent bufava suaument, portant murmuris de vides extingides. Entre les fulles que queien, es desvetllaven records de passes esborrades per la boira del temps. Cada ombra que ballava sota el cel gris era un reflex d'ànimes que no van voler marxar. Al centre del camí, un vell arbre resistia, les seves arrels ancorades als secrets del món. Aquells que escoltaven amb el cor podien sentir el cant melangiós de la terra, un ressò de passos perduts, clamant, en silenci, que no els oblidessin.

 

 

 

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